Remberto Cárdenas Morales
Del riesgo del golpe de Estado en 1980, cuyos cabecillas fueron Luis García Meza y Luis Arce Gómez, se hablaba todos los días en el mundo político y sindical boliviano. Entonces ejercía la presidencia interina del país Lydia Gueiler Tejada, prima del principal golpista, cuyo gobierno interino se debilitó mucho debido a las medidas económicas que tomó y que afectaron al pueblo, al que la presidenta denominó "maravilloso", sobre todo por el heroísmo demostrado en la resistencia y en la derrota del golpe de Estado fallido de Todos los Santos de 1979. Éste fue derrotado por "la fuerza de la masa", como escribe René Zavaleta.
Al líder social y diputado Marcelo Quiroga Santa Cruz, en la puerta del Palacio Legislativo, le escuchamos decir, una de esas tardes nubladas paceñas previas al golpe, que parecía "entre pisquera y golpista", lo que fue un anuncio de cuanto se hablaba con insistencia, porque esos días sí que había lo que de manera tal vez imprecisa se denominaba "clima golpista" (como no advertimos los días del último motín policial y menos a la llegada de la IX marcha indígena a La Paz).
Los que integrábamos grupos modestos que en ese tiempo nos ocupábamos de la política a tiempo completo confiábamos en que "la fuerza de la masa", o de la "plebe", derrotaría cualquier intento golpista de jefes militares, de quienes se conocía sus inclinaciones autoritarias y sus vínculos con actividades ilegales: con el contrabando y con el narcotráfico.
'Arcesino'. En marzo de 1980 fue secuestrado, torturado "salvajemente" y ultimado el cura mártir Luis Espinal Camps, como cuentan cronistas de esa muerte dolorosa. En su entierro, acompañado por mucha gente (del pueblo y capas medias, en especial), compatriotas portaban pancartas que denunciaban a uno de los probables autores intelectuales de ese crimen espantoso con la palabra "Arcesino".
El clima golpista, además, era configurado con acciones terroristas, de factura inequívoca, es decir, estallidos de bombas destinados a intimidar (como el dinamitazo en la oficina del semanario Aquí) y a desarticular al pueblo. Rumores de las más diversas procedencias y a cual más truculentos sobre el accionar golpista.
Entre las ideas de los militares, de las poquísimas que difundían, Luis García Meza amenazó con una "democracia inédita" para Bolivia. Entre las capas medias incluso se esperaba que alguien ponga orden ante la "anarquía y el caos" imperantes aquí.
El líder de los golpistas (se dijo por ellos narco-fascistas) hizo lo que se vio como una demostración de fuerza y ensayo golpista: dio la orden y encabezó algo así como un desfile militar informal y fuera de fechas cívicas: tanques y tropa en carros castrenses recorrieron La Paz desde una de las unidades militares de El Alto hasta el Estado Mayor de Miraflores. García Meza, ese momento, era jefe del Ejército y Arce Gómez, jefe de la Sección Segunda del Ejército (Inteligencia).
Quizá sepa a marginal, pero es pertinente rememorar que el jefe militar de la Casa Presidencial, alcoholizado, se introdujo en la recámara de la Presidenta, lo que fue un escándalo, con un mensaje po lítico que luego se leyó más críticamente: como parte de la organización golpista se buscaba restar autoridad a la primera mandataria.
Los militantes de izquierda, y los que decían defender la democracia (limitada en rigor), creíamos que no avanzábamos más allá de la denuncia del golpe que sabíamos efectivamente que se tramaba. Esa labor de simple denuncia (que no dejó de ser positiva, pero insuficiente) fue la del Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (Conade), en el que se agruparon los partidos "populares y de izquierda", así como el MNR "como frontera hacia la derecha", se dijo de manera comedida esos días en los que crecía la tensión o la "estrategia de tensión".Vivíamos los días preparatorios de los festejos de la revolución paceña. Pocos reparamos que los golpistas habían elegido el 17 de este mes (1980) para perpetrar el golpe.
En mi caso, pregunté qué había del bullado golpe de Estado. El principal dirigente del Partido Comunista Boliviano (PCB), en el que militaba en ese periodo, me respondió que no había evidencias de que el golpe llegue esos días de las glorias independentistas paceñas. Por tanto, viajé a Santa Cruz a visitar a mi madre y a mi familia.
Había empezado el golpe de Estado bajo la jefatura de García Meza y Arce Gómez, y con el alzamiento de la guarnición militar de Trinidad, acción que fue secundada en Santa Cruz. En la capital cruceña, la ocupación por carros de asalto y efectivos militares de las principales calles del centro citadino fue rápida. Allí no hubo nada que se parezca siquiera a la resistencia heroica que libraron los trabajadores mineros.
A media mañana de ese luctuoso 17 de julio de 1980, encerrado "en casa" con mi madre y una hermana menor, nos enteramos por radio del apresamiento de la primera mujer que había llegado al más alto cargo político, la Presidencia de la República, previa renuncia impuesta, la que no fue tal, como se supo después. Los golpistas hablaron de que doña Lydia, así la nombrábamos, había firmado una carta en la que "resignó" el cargo.
Supimos de las muertes, por disparos de los que tomaron por asalto la sede de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, en El Prado de La Paz, de Marcelo Quiroga Santa Cruz, máximo dirigente del PS-1; de Carlos Flores Bedregal, secretario General del POR-Posadas y de Gualberto Vega, dirigente sindical minero.
También por radio nos enteramos del apresamiento de otros de los miembros del Conare y en particular de nuestros camaradas y amigos Carlos Soria Galvarro Terán, periodista; de Luis Pozzo Íñiguez, entonces miembro de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB); de delegados del PCB.
Resistencia. El dolor que nos ocasionaban los caídos y la derrota de esa democracia aunque mezquina, necesaria, al menos se mitigaba ante la resistencia al golpe que sostuvieron los trabajadores del subsuelo en todos los centros de la minería nacionalizada, especialmente en Caracoles (La Paz).
A pocos días del golpe nos informaron detalles del ametrallamiento aéreo, ordenado por los militares, a la "población civil" y a los campamentos mineros en Caracoles que, luego se supo, soportaron la más cruel de las ofensivas debido a que allí la resistencia fue combativa y costó vidas de trabajadores mineros y de sus familiares.
La COB decretó una huelga general política, la que fue acatada (como no es ahora), pero resultó ineficaz por lo que no se pudo impedir que los golpistas se instalen en el Palacio Quemado, en el que García Meza dijo que se quedaría 20 años. Y, ante un débil bloqueo internacional a su régimen de terror, agregó que en Bolivia se iba a sobrevivir con "chuño y charque". El dictador, que ahora purga sus culpas en el penal de máxima seguridad boliviano, duró menos de 20 meses en el poder.
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