periodismo
“Moral y política” de Albert Camus
Periodismo crítico
Ya que, entre la insurrección y la guerra, tenemos hoy una pausa, querría hablar de algo que conozco bien y me interesa muchísimo: la prensa. Y ya que se trata de esta prensa nueva, surgida de la batalla de París, querría hablar de ella con la fraternidad y clarividencia que se les deben a camaradas de lucha.
Cuando redactábamos nuestros periódicos en la clandestinidad, lo hacíamos naturalmente sin adornos y sin declaraciones de principios. Pero sé que con todos nuestros camaradas de todos los periódicos teníamos una gran esperanza secreta. La esperanza de que esos hombres que habían recorrido peligros mortales en nombre de ideas que les eran caras, sabrían darle a su país la prensa que merecía y que ya no tenía. Sabíamos por experiencia que la prensa de preguerra había perdido sus principios y su moral. El apetito del dinero y la indiferencia por la grandeza habían operado al mismo tiempo para dar a Francia una prensa que, con raras excepciones, no tenía otro propósito que acrecentar el poder de algunos, ni otro efecto que envilecer la moral de todos. No fue, pues, difícil a esta prensa convertirse en lo que fue de 1940 a 1944: la vergüenza del país.
Nuestro deseo, tanto más profundo cuanto que en general no lo expresábamos, era liberal los periódicos del ansia de lucro y darles un tono y una verdad que apuntaban a lo que hay de más elevado en el público. Pensábamos entonces que un país vale a menudo lo que vale su prensa. Y si es verdad que los periódicos son la voz de una nación, estábamos decididos, desde nuestro puesto y en cuanto modestamente pudiéramos, a elevar nuestro país elevando su lenguaje. Con razón o sin ella, es éste el motivo por el que muchos de los nuestros murieron en condiciones inimaginables, en tanto otros sufren la soledad y los peligros de la prisión.
En realidad, nosotros no hemos hecho más que ocupar locales donde armamos periódicos que publicamos en plena batalla. Fue una gran victoria y, desde este punto de vista, los periodistas de la Resistencia demostraron un coraje y una voluntad que merecen el respeto de todos. Pero, y quiero disculparme por decirlo en medio del entusiasmo general, es poco, puesto que todo queda por acometer. Hemos conquistado los medios para realizar la revolución profunda que deseábamos, pero aún falta que la realicemos realmente. Y, para decirlo de una vez, la prensa liberada, tal como se presenta en París después de una decena de números, no es muy satisfactoria.
Quisiera que se interprete bien lo que me propongo decir en este artículo y en los que seguirán. Hablo en nombre de la hermandad de lucha y no aludo aquí a nadie en particular. Las críticas que se pueden formular se refieren a toda la prensa sin excepción, y nosotros nos incluimos. Se podrá argumentar que esta crítica es prematura, que hay que dar tiempo a nuestros periódicos para organizarse antes de hacer este examen de conciencia. La respuesta es “no”. Estamos bien ubicados como para conocer las increíbles condiciones en que fueron confeccionados nuestros periódicos. Pero la cuestión no es ésa. El problema está en un cierto tono que puede haberse adoptado desde el comienzo y que no se adoptó. Es importante que esta prensa se examine en el momento mismo en que está formándose, en que va a tomar su aspecto definitivo. Así, sabrá mejor lo que quiere ser y lo será.
¿Qué queríamos nosotros? Un prensa clara y viril, con un lenguaje respetable. Durante años, un artículo podría costar a sus autores la prisión o la muerte, y ellos lo sabían. Es evidente que para esos hombres las palabras tenían un valor y debían reflexionarse sobre ellas. Esta responsabilidad del periodista ante su público es lo que querían restaurar.
Pero, en el apresuramiento, la cólera o el delirio de nuestra ofensiva, nuestros periódicos pecaron por pereza. En estas jornadas, el cuerpo ha trabajado tanto que el espíritu perdió parte de su vigilancia. Diré ahora en general lo que me propongo detallar después: muchos de nuestros periódicos han retomado fórmulas que parecían caducas y no se han detenido ante los excesos de la retórica o la apelación a cierta sensibilidad cursi que lo más preclaro de nuestros periódicos hacían antes y después de la declaración de la guerra.
En el primer caso, debemos persuadirnos de que sólo calcamos, con una simetría inversa. La prensa de la ocupación. En el segundo caso, retomamos por comodidad fórmulas e ideas que amenazan la moral misma de la prensa del país. Nada de esto es admisible o habrá que renunciar y desesperar ante lo que tenemos por hacer.
Puesto que conquistamos ya los medios para expresarnos, nuestra responsabilidad ante nosotros mismo y el país es total. Lo esencial, y tal es el objeto de este artículo, es que estemos bien advertidos de ello. La tarea de cada uno de nosotros es pensar bien lo que nos proponemos decir, modelar poco a poco el espíritu de nuestros periódicos, escribir cuidadosamente, y no perder jamás de vista esta inmensa necesidad de dar al país su voz auténtica. Si logramos que esa voz sea la de la energía y no la del odio; de la altiva objetividad y no de la retórica; de la humanidad más bien que de la mediocridad, entonces mucho se habrá salvado y nosotros no careceremos de mérito.
(Combat, 31 de agosto de 1944).
*Las tres notas que publicamos en este espacio sobre periodismo son de Albert Camus, Premio Nóbel de Literatura en 1957, las que son parte del libro suyo: Moral y política, Editorial Lozada S.A., Buenos Aires, Argentina, 1978.