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Jesús Urzagasti recordando la vida

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Conversaciones, correspondencia, experiencias

La eternidad sólo existe con el exclusivo fin de recordar la vida y sus milagros, para que siempre haya memoria de ella”, escribió Jesús hace muchos años. Va una crónica —quizá inmodesta, pretenciosa, pero sentida y sincera— de encuentros, lecciones y mensajes.

Martín Zelaya Sánchez - 03/05/2013

No se sabe —cuando escribe Jesús Urzagasti— si un vivo recuerda e imagina, si un fantasma provoca y desafía, o si un muerto no se resigna a despedirse.

Empecé así el comentario de contratapa de la reedición de Los tejedores de la noche (Gente Común, 2011) que Urzagasti me dio el honor de reseñar. 

Los vivos, los muertos, los fantasmas, la imaginación son, casualmente, palabras-conceptos esenciales para definir la obra, las temáticas de este enorme poeta, narrador y pensador que Bolivia perdió hace poco.

“Jesús era un escritor de la misma talla de Jaime Saenz, por lo que la pérdida para el país es muy grande”, me dijo, inconsolable, el poeta Juan Carlos Ramiro Quiroga horas después de la partida del chaqueño al infinito.

No pude, por muchos días, sacarme de la mente las palabras de Juan Carlos, y se sobrevinieron preguntas como: ¿por qué en Bolivia -donde somos tan propensos a quejarnos y lamentarnos por nuestras carencias- casi nunca sabemos valorar en su real dimensión los talentos que tenemos?

¿No sabemos? ¿No queremos? ¿No podemos?... Aunque tal vez tarde, pero seguramente con mucho y genuino sentimiento, en las páginas que siguen una decena de escritores, literatos, amigos y seguidores de Jesús Urzagasti rinden tributo a su genio, a su legado y reflexionan, rememoran o desvelan diferentes facetas y características de su vida y obra' entre vivos, muertos, fantasma e imaginación, mucha imaginación.

Yo, por mi parte, y por si a alguien pueda interesarle, me remito tan sólo a narrar momentos y detalles que en los últimos siete años me unieron-relacionaron a este sabio hombre, deslumbrante poeta, excepcional amigo.

Encuentros

La primera vez que vi a Jesús Urzagasti, una tarde de otoño de 2006, tenía un poro de mate a la diestra y un chop de cerveza a la izquierda. A su izquierda también —en la acogedora sala de su casa en Sopocachi— estaba Roberto Echazú, ese extraordinario vate tarijeño de quien todo el que lo conocía no podía dudar que era el tipo más bueno del mundo.

De tan nervioso que estaba por la “entrevista de mi vida”, a pocas semanas de haberme iniciado en el periodismo cultural, y porque esa misma tarde debía transcribir, redactar, corregir y largar la nota, tuve que aceptar un café -aunque la cerveza me tentaba a morir-, darle unas cuantas chupadas al mate amargo y largarme.

Al salir, aún mareado por los nervios pero con una sonrisa de oreja a oreja, no podía sacarme de la cabeza las bellas tonadas del violín chaqueño de Fortunato Gallardo que Jesús y Roberto festejaron las dos o tres veces que el casete regrabado se repitió en una vieja radiograbadora, ni muchas de las contundentes frases que ambos se despacharon.

Me quedó sobre todo una, que salió de la boca del chaqueño ante una poco feliz y trillada pregunta, fruto de mi inexperiencia de entonces. “¿Qué te inspira a la hora de escribir?”, lancé torpemente: “no creo en la inspiración, hay que sentarse hasta que te caguen las palomas y escribir, escribir y escribir”, soltó amable el buen Jesús, en vez de reírse de mi candidez.

La última vez que vi a Jesús fue también en su casa del escondido pasaje sopocacheño, más de cinco años después de que aquel encuentro inicial. Roberto, ya en la eternidad, seguía presente —no obstante— en los emotivos recuerdos y en los poderosos versos suyos que Jesús repitió de memoria un par de veces.

Aunque no me acordé de pedir a Fortunato Gallardo, aquella tarde ambos disfrutamos un buen vino -que no una cerveza, tampoco esta vez- y una larga charla sobre libros, autores, anécdotas y proyectos. 

En el ínterin de estos dos encuentros —y más allá de dos o tres veladas más en su casa— el maestro tuvo la deferencia de intercambiar conmigo varios correos electrónicos, cuando no llamarme por teléfono por diferentes motivos, siempre ligados a la literatura y el periodismo. 

El 21 de mayo de 2011, a propósito de la reedición de Un verano con Marina Sangabriel, me escribió respondiendo a un cuestionario:

“Cierto que en el curso de varias décadas edité mis libros por cuenta propia, con la ilusión de tener un trato continuo y directo con el lector. No me fue mal; es decir, no me asusté pero tampoco tuve miedo”.

“Dicho sea de paso, en este ajetreo no primó la idea de llevar la contra a las editoriales; simplemente no recibí ninguna oferta, ni por angas o por mangas. La prueba está en que, previo acuerdo, no me negué a que Plural Editores publicara Tirinea y tampoco me escabullí cuando la Gente Común me apalabró para un proyecto que juzgo promisorio. Era cuestión de conversar”.

—Otra de las preguntas que le hice decía: ¿En qué proyectos literarios trabaja, qué asuntos lo inquietan actualmente?

—Los libros en gestación siempre me dieron la sorpresa de no saber por dónde van a salir ni cuándo van a aparecer.

Al parecer —esto es sólo una adivinación— Jesús se quedó pensativo con la pregunta que le hice y la respuesta escueta que me dio, y sintió la necesidad de decir algo más. 

Horas después me envió un hermoso texto por entonces inédito: Acerca de los hondos motivos, que, según me dijo, iba a ser traducido al italiano para formar parte de uno de sus libros a editarse en ese país. 

El ensayo se publicó primicialmente el 29 de mayo de 2011 en Ideas, y un año después apareció además en la edición de El árbol de la tribu, que reúne su obra poética completa.

Es una especie de bitácora, remembranza o recapitulación en la que Urzagasti explica (y se explica) su escritura, su obra y su afán.

“Los seres que nos habitan en sueños —dice— ignoran que son evanescentes. Desordenan la casa, se comprometen con la música de lo ido, olfatean el polen de la estación dorada, iluminan las penumbras de la memoria, se meten en honduras y aparecen en alturas; a salvo del tiempo fatal, exploran el único flanco de la vida intocado por la muerte, quizás por eso ríen y corren como descosidos, y sólo se aquietan cuando oyen rezongar a la asmática realidad (de la que también dependen las indóciles criaturas de la imaginación)”.

Meses después, el 9 de agosto, a propósito de la reedición de Los tejedores de la noche, le pregunté:

—Las labores periodísticas-culturales del protagonista, su participación en un proyecto cinematográfico, ¿son quizás elementos autobiográficos?

—El hecho de que Los tejedores de la noche esté narrada en primera persona no delata una filiación autobiográfica de lo que se cuenta en el libro. A este propósito cabe remarcar que los elementos autobiográficos de una obra (sea de ficción o no) son los menos fiables en términos de fidelidad a los entretelones de una vida, tal vez porque por una suerte de maleficio visual tienden a la deformación. 

Preocupaciones y búsquedas Lo que a él más le gustaba, lo que le apasionaba y quitaba el sueño —esto último es sólo un decir, el poeta jamás dejó de soñar y de regalar ilusiones y ensueños en cada página que escribía— era hablar, aprender y discutir sobre libros, escritores, y de paso engarzar ideas o motivaciones para escribir.

Rescato un par de pensamientos suyos sobre —justamente— el hecho de escribir, de escribir novelas y poemas, alternativamente.

Éste es un extracto de una extensa entrevista que le hicieron en el número 3 (de mayo de 1977) de la legendaria revista Hipótesis dirigida por Cachín Antezana y Gustavo Soto.

“Según las circunstancias escribo poesía o me dejo llevar por la prosa —dice—. En mi difuso panorama hay, sin embargo, un lunar que siempre he tomado como símbolo de lo perdurable, un secreto que rige mi quehacer: ocurrió en 1958, en Salta, tuve un sueño extraño; de esas confusas imágenes logré rescatar para el mundo diurno las tres cuartas partes de un poema que alguien me dictaba haciéndose apreciar sólo por la voz”.

“Nunca tuve, a través de sueños, referencias a novelas o trabajos en prosa. Este fenómeno no es frecuente en la literatura, pero tampoco es desconocido. Los fragmentos de ese poema y otros trabajos en prosa —como se dice en Tirinea— fueron introducidos en una botella, la que tiempo después tuve que enterrar en una quebrada, dominado por un curioso sentimiento de culpa”.

Volviendo a la cronología de contactos. El 19 de octubre de 2011, junto con un breve comentario sobre la pianista Ana María Vera, me adjuntó otro hermoso texto: “Querido Martín: en estuche separado va Palabras para un recién llegado (parte final de Cuaderno de Lilino, hasta ahora inédita). La segunda edición de este libro saldrá pronto”, escribió'… 

No se reeditó finalmente Cuaderno de Lilino, cuyas Palabras para un recién llegado dicen: “la eternidad sólo existe con el exclusivo fin de recordar la vida y sus milagros, para que siempre haya memoria de ella”.

2011 fue un año intenso de conversaciones y colaboraciones, sobre todo las que el maestro enviaba generosamente a Ideas. En noviembre sorprendió con un relato de ficción: El Arriero, que en partes dice: “Cuando empezó a hablar de corrido mi propio idioma sin que yo conociera una letra del suyo, supe que había ingresado al gremio de los arrieros sin nombre”.

Pasó mucho tiempo sin noticias hasta que el correo electrónico me dio una feliz sorpresa: “Andamos por Italia, querido Martín. Un estimado amigo, Gustavo Alarcón, te enviará crónicas sobre nuestro periplo por este bello país, espero que sean de tu agrado. Ahora te mando Los devotos del viento, un texto que leeré en alguno de los festivales de poesía a los que fuimos invitados”.

“Borges ha dicho —señala en ese escrito— que no son más de tres o cuatro cosas que sirven de inspiración al hombre, entre ellas los ojos y la noche. Vaya a saberse por qué se olvidó del viento; sea como fuere, a mí me basta con que por mi cuenta registrara desde muy temprano los vientos que cruzan el territorio boliviano'”. 

El viento eres tú, maestro.

 “La última vez que vi a Jesús fue también en su casa del escondido pasaje sopocacheño, más de cinco años después”.

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