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Urzagasti, perdido en la noche

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Recuerdos

“Su universo literario estaba lejos, muy lejos de todos nosotros...”, comenta el autor.

Wilmer Urrelo - 03/05/2013

Escritor

  Tres, tres veces leí Tirinea. La primera fue hace muchos años, cuando todavía era un estudiante universitario. Debo confesarlo abiertamente: esa vez no entendí casi nada.

Dibujo: Abecor

Sin embargo, dos cosas me parecieron fabulosas: a) que la edición que tenía era aquella editada por Sudamericana, es decir, la primera, y b) tenía que ver con la siguiente frase que confiesa uno de los personajes: “Mis camaradas me creían demasiado estudioso; me creían, pues uno de ellos ya descubrió que mis textos preferidos son de Literatura: mi orientación sólo les causa extrañeza y les parece graciosa, y no es para menos”.

Recuerdo que llevé esta frase, por mucho tiempo, como una de las más hermosas explicaciones de por qué yo leía sólo Literatura (con mayúscula, como la escribe don Jesús). 

Poco tiempo después leí En el país del silencio y tampoco entendí nada (tengo una anécdota sobre esto: por esa época llegó Fuguet al país y un amigo le regaló un ejemplar de esta novela y el escritor chileno, fiel a la ignorancia de la que parece sentirse orgulloso, le dijo: “¿Aquí escriben tan largo?”). 

La cosa es que unos años después volví a leer Tirinea, la segunda, y en aquella ocasión me pareció increíble, y me pareció inaceptable mi estupidez de no haber comprendido cuáles eran las dimensiones de una novela que, en toda su brevedad, puede ser tan hermosamente triste.

Pero falta algo más, un complemento a esa segunda lectura. En algún momento me fui a vivir a Santa Cruz y ahí conocí a un chaqueño. Este amigo, cuando alguien le preguntaba de dónde era no contestaba “soy de Santa Cruz”, sino que decía “yo soy chaqueño”. 


Las tardes de oficina en las que hablamos y sobre todo cuando estuvimos de viaje, yo creía estar frente a uno de los personajes de Urzagasti, no sólo por las cosas que me contaba (dónde había nacido, los problemas de faldas que tenía), sino sobre todo por cómo lo hacía: con una enorme resignación de las cosas que le habían tocado vivir o de aquellas a las que estaba destinado todavía. 

¿No son acaso los personajes de Tirinea un poco así? ¿Resignados ante lo que el destino les ha puesto de encima?

Dice en Tirinea: “Sé muy bien que soy un animal perdido en la noche y por lo tanto un nombre más, un sonido más. Cuando suceda lo que espero seré el mundo y no estaré lejos de nada”.

Eso, “y no estaré lejos de nada”. Mi amigo chaqueño parecía precisamente eso, que no estaba lejos de nada.

La tercera vez que leí esta novela fue por cuestiones de trabajo, hace muy poco tiempo. Si la segunda vez me fascinó, esta tercera fue, quizá, como ser encantado por esa melodía que seduce a las serpientes. 

Por fortuna para mí, gracias a esta lectura, tuve que ponerme en contacto con don Jesús pero sólo por correo electrónico. Me hubiese gustado conocerlo personalmente' ahora que ya anda perdido en la noche, quizá me gana la esperanza de haber podido revivir esas charlas (con un plus incluido, obviamente) que tuve con ese amigo chaqueño y revivir así, de alguna manera, que su universo literario estaba lejos, muy lejos de todos nosotros.

Urzagasti deja una obra enorme que, me parece, aún no la hemos valorado en toda su dimensión: como pasa casi siempre con los grandes o como pasa en este país que coloca en el podio de nuestros ídolos nacionales a motociclistas y a boxeadoras medianamente bonitas.

Y bueno, qué redundante es decirlo, don Jesús ya forma parte hace tiempo de esa Literatura con “L” mayúscula, con esa “L” mayúscula que empleó en esa primera edición de Tirinea. Nosotros, los que venimos atrás, muy atrás, nadamos dentro de la “l” minúscula y, acaso, ni eso.

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