Reseña
PARA muestra, basta un botón... una de las novelas del maestro Jesús Urzagasti
Aldo Medinaceli - 03/05/2013
Literato
En la primera frase aparece la idea de conseguir un jeep, no un vehículo convencional, sino un instrumento de viaje, una prolongación a los pies del viajero.
Foto: Juan Carlos Ramiro Quiroga
Así avanza la novela en medio de un sueño, ligera, todoterreno, atraviesa París, New York, el Chaco, algunas ciudades de Paraguay y concluye en La Paz.
No admite demasiadas citas literarias, eso sí, es un manual de la vida misma. Podemos decir que el lenguaje es el verdadero instrumento del viaje, los aviones hechos de lenguaje, las mujeres hechas de lenguaje y claro el jeep.
Nuestro narrador vive en un pequeño departamento en la avenida Periférica, aquel extenso mirador desde donde se pueden vigilar todos los callejones de la ciudad; en el piso de arriba, cada noche escucha a los tejedores o a los fantasmas de los tejedores que solamente trabajan en la oscuridad; cada personaje es un fantasma luminoso que vislumbra muchos mundos en un abrir y cerrar de ojos, cada hombre y mujer de la novela es el sueño de un viajero que recorre caminos de arena y avenidas repletas inventando una historia desde el volante del jeep.
La obra de Jesús Urzagasti hizo dar un paso más al realismo mágico para sacarlo de su lugar clásico y traerlo al presente, funcionando como el eslabón perdido entre la maravillosa prosa de Gabriel García Márquez y el realismo delirante y urbano de Mario Bellatín.
La novela no admite pausas, se teje y desteje ante el lector que ve desvanecerse los límites más de una vez; las fronteras son imaginarias; los viajes son psíquicos, las apariciones abundan y el narrador escucha los pasos en el piso de arriba sin poder evitar las diversiones de la locura.
En el desenlace conoce a uno de los trabajadores, como augurio del último viaje: Al fin me topé cara a cara y en pleno día con el jefe de los tejedores de la noche, escribe antes de finalizar la novela, luego le habla en guaraní a la mujer que desaparece entre sus libros amontonados.
Los tejedores de la noche (1996) es también la historia de una película que nunca se filma, que se desarrolla solamente en los escenarios mentales, una película sobre la guerra.
Pero la historia de la novela es lo de menos, no interesa tanto como aquel extraño material del que está hecha. Siento que la prosa de Urzagasti es uno de los puntos más altos de la literatura boliviana de fin de siglo.
Allí se encuentran entremezcladas la herencia poética del sur junto a diálogos, memorias, o cuentos breves de una belleza extraordinaria, como éste que recuerdo: “Una vez una pianista boliviana visitó el Imperio del Sol Naciente y volvió con el cuento de que los japoneses fabrican sus instrumentos musicales con los árboles que alcanzan la madurez en total soledad”.
Nuestro narrador también esgrime aforismos que bien podían apuntarse en la tradición de Arturo Borda y Jaime Saenz, algunos ejemplos:
a) Todo lo que entra en contacto con la realidad, se desmerece (afirma intuyendo un antiguo conocimiento cuántico).
b) Dichoso es el que no delibera mientras teje olvido.
c) Soy como soy por haber mirado en mi juventud un ancho río en la espesura de la noche (tan vibrante como aquel de Una temporada en el infierno, que dice: Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas, y la encontré amarga).
d) Sé que la soledad es un trampolín para certezas que no duran en ningún libro y sé también que ella sabe cómo moderar a los atrevidos.
e) (o la contundencia de este otro): Todos son de todos o, en su defecto, nadie es de nadie.
(y este otro de una claridad y sinceridad meridianas):
f) Sólo siendo libre podrás amar a los seres libres.
En una entrevista acerca de la novela, Urzagasti comentaba: “En los tiempos de Los tejedores de la noche yo vivía en la planta baja de un edificio a medio construir, sito a una cuadra de la avenida Periférica. En la planta alta una familia fabricaba chompas multicolores: eran los tejedores de la noche, porque a las tres de la mañana, cuando estaban completamente dormidos, yo los oía tejer con pasión y sin desdén (') la connotación de los tejedores de la noche tolera múltiples pero no erráticas asociaciones, como ocurre con ciertas metáforas”. (Página Siete: 9/8/11).
El autor de títulos tan emblemáticos como En el país del silencio o Tirinea ha escrito una obra/portal para quienes deseen ingresar en los espacios que ahora él habita o crean en el poder alquímico de la palabra.
Su escritura consigue plasmar un espacio contradictorio y paradójico, describiendo un lugar estático, sedentario y solitario, y al mismo tiempo celebrando a la vida, los amigos, el mundo y su diversidad, como si los lectores nos transportáramos sobre las ruedas de aquel jeep durante cada frase que nuestro narrador sueña.
Aldo Medinaceli
“Sé que la soledad es un trampolín para certezas que no figuran en ningún libro”.