maría rosario calderón echazú (chuza)
De sábado a sábado 324
Remberto Cárdenas Morales*
A Chuza la recuerdo desde los primeros días de su militancia en la Juventud Comunista de Bolivia (La Jota). Ella había resuelto —en medio de la lucha contra la dictadura de Banzer—, seguir la resistencia a ese régimen de terror, y por otra sociedad sin opresores ni oprimidos, con los comunistas jóvenes y viejos. Entonces estudiaba psicología en la Universidad Católica Boliviana San Pablo e integraba un grupo de muchachas y muchachos (de hace 30 y 40 años) que ingresaron al Partico Comunista (PCB) y a la Jota, como no sucedió ni antes ni después.
A los meses de su militancia comunista, viajó a un congreso de trabajadores mineros, realizado en Coro Coro (1976), con un grupo de estudiantes y dirigentes universitarios de casi todo el país. A su retorno, a La Paz, nos dijo que su participación en aquel congreso de los trabajadores del subsuelo, le había ayudado a entender mejor el porqué el proletariado minero era la vanguardia de las luchas sociales y políticas de nuestro país.
Importa rememorar ese pasaje de la vida de nuestra querida amiga y camarada porque desde hace 40 años nunca abandonó las filas del comunismo boliviano, aunque en ciertos momentos soplaron “muy fuerte los vientos” —para decirlo con Roberto Carlos— en la organización política a la que perteneció hasta su último aliento.
Luego de que cayó la dictadura de Banzer (1978), Chuza integró una delegación numerosa de militantes de La Jota, entre los que había delegados a un congreso de estudiantes universitarios, realizado en Trinidad (Beni). Allí los “jotosos” fuimos alojados en casas de militantes del PCB y Chuza en el domicilio de militantes comunistas y dueños de una conocida panadería trinitaria. Ella fue delegada de los estudiantes de la UCB a ese congreso. Chuza por primera vez visitaba esa ciudad y no pudo resistir el calor abrasador de noviembre: se le inflamaron los pies y el cuerpo, tanto que no podía caminar sin ayuda. Un médico, militante del PCB, dijo que, si en 24 horas no mejoraba su salud, debía retornar de inmediato a La Paz, a lo que se negó nuestra entrañable amiga y camarada porque nos dijo que ella había ido allí para asistir a un congreso universitario, mandato de sus compañeros de estudio, y que no podía abandonar ni esa reunión ni la grata compañía de los jóvenes comunistas, ni la de nuestros anfitriones. Se quedó en Trinidad y participó de las deliberaciones de aquel congreso, en las que fue sometida a prueba la UDP Juvenil, saturada de severas contradicciones expresadas entre adherentes de La Jota y del MIR. Después de diez años volví a Trinidad con tareas partidarias, como decíamos entonces, y miembros de la familia que alojaron a Chuza en Trinidad, la recordaban con cariño porque decían que los jóvenes comunistas debían cumplir sus tareas, antes que atender su salud, como en el caso que narramos. Así declarábamos y con frecuencia lo hacíamos.
El pensamiento y la acción de Luis Espinal Camps, el cura mártir, nos unía con Chuza, su mamá Inés, su hermana Cristina y Cacho, su hermano, también, cuando estaba en la casa. Doña Inés nos contaba que Espinal era su santo al que le rezaba con devoción y al que le encendía velas cuando menos una vez por semana. Lo principal que rememorábamos de Espinal, en esas conversaciones, fue lo que él dejó escrito respecto de los cristianos y de la revolución. Ésta, dijo el cura mártir (la verdadera añadimos), no se hará sin los cristianos, al menos en Latinoamérica y el Caribe. Chuza y yo, en esos diálogos con sus familiares, poníamos el acento que debíamos hacer lo que dejó escrito, con letras de fuego, el Papa Juan XXIII: que había que dialogar y colaborar entre cristianos y marxistas. Tiempo después conocimos que Espinal había tallado, en madera, la hoz y el martillo y un cristo en medio de los símbolos de los partidos comunistas y obreros. En esa escultura en madera veríamos otra convocatoria al diálogo y a la colaboración entre marxistas y cristianos. Chuza, cuando hablamos del asesinato de Espinal, tortura mediante, que nos espantó a tantos, afirmó: “Esos mierdas lo han matado a Espinal…” Algo similar a lo que había dicho una mujer colombiana cuando se enteró que lo mataron a Gaitán, asesinato que dio inicio al Bogotazo y a la guerra civil prolongada que esperamos acabe pronto, como resultado de las conversaciones de paz entre el gobierno de Colombia y combatientes de las FARC.
Cuando se dividió el PCB, inmediatamente después de ser derrotada, sin atenuantes sostenibles la UDP y, sensiblemente el pueblo con ella, seguimos caminos político-partidarios distintos Chuza y yo. Incluso ella, por lo que nos dijo (e hizo), nunca se apartó del tronco partidario principal, y el que escribe esta líneas continuó por otros cauces pero, creo, que la mayor parte de este último tiempo como “comunista sin partido”, como dijo, en algún momento, uno de los dirigentes del PCB que, ahora, ya no está entre nosotros.
Con Chuza, sin embargo, hablamos muy poco de nuestras diferencias político-ideológicas, que las tuvimos, y en nuestros encuentros siempre hubo la fraternidad de los militantes comunistas (cuando no es fingida), con un elemento adicional: nuestras relaciones siguieron respetuosas y cariñosas. Por eso siento, y estoy seguro que sentimos, que en estas horas despedimos a una camarada modesta en grado sumo que, además, para decirlo con Neruda: fue y es más que una hermana.
La camarada modesta y más que hermana, un día en una de las calles de La Paz, su natal Chuquiago Marka, a la que también quiso mucho, conversó con el que en ese momento era Secretario Ejecutivo de la Confederación Sindical de Trabajadores de la Prensa de Bolivia (CSTPB) y le contó que la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de La Paz (APDHLP) estaba a punto de dividirse porque algunos (que ahora son parte del gobierno) decían que militantes de partidos políticos marxistas nada tienen que hacer en la Asamblea y que ésta debe ser neutral ante las luchas populares; frente a los que afirmaban que ellos sí defendían, promocionaban y divulgaban los derechos humanos. Esa contradicción no se resolvía y Chuza, en coincidencia con la mayoría, proponía preservar la unidad de la APDHLP, y para eso pidió que miembros de la CSTPB medien en el conflicto. No prosperó la mediación porque la rechazó el que ejercía esos días el cargo de Presidente de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), ahora representante del presidente Morales en la ONU, es decir, el que a pesar de que ese día fatídico era Ministro de Gobierno, aseguró y asegura que ni dio ni transmitió la orden para la represión de los indígenas de la VIII marcha en Chaparina (2011), y que otros habían roto la cadena de mando… e intentaron, con brutalidad, acabar con la caminata en defensa del TIPNIS.
La unidad de la gente del pueblo y de los trabajadores fue un asunto que preocupó constantemente a Chuza. En las instituciones que dirigió o de las que participó, en su trabajo con jóvenes y mujeres, hubo personas con diferentes credos ideológicos y religiosos, pese a ello allí se congregaron y avanzaron.
Varios meses del primer mandato de Juan Evo Morales Ayma, hubo reuniones entre profesionales de distinta militancia y de gente sin partido (incluidos funcionarios o ex funcionales del actual gobierno): allí analizamos la coyuntura política y compartimos o no las conclusiones de esos análisis. Chuza participó de esas reuniones y allí de nuevo defendió la unidad del pueblo y ella por supuesto que aportaba a esa unidad, en lo que estaba a su alcance.
Chuza vivió muy enferma en el último tiempo, de lo que yo trataba de no hablar con ella. Me dolía que no podía vencer a su enfermedad. Con seguridad, ésta lastimaba también a sus amigos y camaradas; enfermedad que impidió que, nuestra amiga y camarada, siga con nosotros con su modestia ejemplar.
La Paz, 28 de marzo de 2015.
*Periodista