De sábado a sábado (292)
Remberto Cárdenas Morales*
Con la ligereza propia de él, el presidente Morales, la semana que concluye y en lo que ya es su campaña electoral, dijo: el que “no es masista es fascista” y el que “no es oficialista es proimperialista”.
La sociedad boliviana, el pueblo[1] se une por intereses materiales y por ideas liberadoras, entre otros factores; asimismo, se divide, básicamente, por determinantes al parecer diferentes a los que alude el Presidente. En la formación social boliviana, a pesar de que algunos se niegan a ver esa realidad, los intereses de las clases sociales son antagónicos, entre los sectores dominantes todavía y los que siguen dominados, a pesar de la lucha que se sostiene cotidianamente por la redención social de los explotados y oprimidos. También hay intereses que en lo esencial comparten las clases populares que es lo que en realidad los une.
Incluso Juan Evo Morales Ayma, una de las veces que habló de las clases sociales y de la lucha entre éstas, fue en Sucre y en ocasión de rendir cuenta de sus labores: señaló que él había recibido un pueblo en el que pocos se enriquecían a costa de la mayoría.
Sin embargo, si el MAS y su jefe se comportaran como vanguardia (si fueran por delante y se anticiparan a los acontecimientos), incluso para las reformas actuales, lucharan todos los días para unir al pueblo: a todos los explotados y oprimidos, que siguen en esa situación, más allá de las reformas que cada vez más pierden el contenido avanzado que tuvieron.
La desafortunada frase: “El que no es masista es fascista” se parece en contenido y forma a expresiones como: los que no están conmigo están contra mí. Y una respuesta inmediata, por ejemplo, es la del título de esta nota, dicha por una activista de los derechos humanos de La Paz: “Ni masista ni fascista”, dijo, lo que ocurre con un porcentaje crecido de la población paceña y boliviana.
Para situarnos correctamente ante lo dicho por el Presidente boliviano vale la pena al menos recordar una definición clásica referida al fascismo o nazismo clásico alemán:
El fascismo es “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero”.
En el mismo texto, Jorge Dimitrov, en ese momento Secretario General de la I Internacional Comunista, añadió: “Pero cualquiera que sea la careta con que se disfrace el fascismo, cualquiera que sea la forma en que se presente, cualquiera que sea el camino por el que suba al poder, el fascismo es la más feroz ofensiva del capital contra las masas trabajadoras; el fascismo es el chovinismo más desenfrenado y la guerra de rapiña; el fascismo es la reacción feroz y la contrarrevolución; el fascismo es el peor enemigo de la clase obrera y de todos los trabajadores”.[2]
Especialmente la gente del pueblo que no es masista —ni fue ni será— con seguridad responsablemente no debe ser definida como partidaria de un régimen fascista y, por tanto, no se la debe catalogar como fascista.
Resumidamente es necesario dejar sentado que, los que estudiaron el fascismo europeo concluyeron en que no todo régimen burgués autoritario debe ser caracterizado como fascista, a lo que añadimos que tampoco debemos perdernos ante rasgos que acaso se configuren como fascistas en un régimen político boliviano.
Los masistas, para nosotros, en este momento son ejemplo de: desorganización, desunión, espontaneidad, despolitización, desideologización, xenofobia, politiquería, suplantación, corrupción… Si hubo cualidades, por cierto positivas en algún momento en el MAS, ahora tienden a mermar y/o se transforman y asumen antivalores, por tanto, un discurso y una práctica que cada vez tienen menos elementos en común con lo que deben ser las ideas y la acción de los demócratas y revolucionarios de esta patria boliviana.
Si lo que decimos sobre el MAS y los masistas es verdad, entonces, por qué el Presidente pretende que la mayoría del pueblo, incluso que todo el pueblo, pertenezca a esa organización que se admite cada vez más no es ni partido, ni frente, ni movimiento, pero sí es una convergencia de gentes, salvando excepciones, que cree, también cada vez más, que la política sirve para resolver los problemas individuales o de discutibles movimientos sociales, pero en contra de los verdaderos intereses de las regiones, del pueblo y del país.
Una variación, también desafortunada, del grito (“El que no es masista…”) es la otra pretendida proclama: “El que no es oficialista es proimperialista”. Decir: “Ni oficialista ni proimperialista, como nosotros afirmamos aquí, es insuficiente, pero es necesario.
El Presidente pretende acrecentar las filas del oficialismo, es decir, de los que apoyan a los gobernantes y a él sobre todo. Hace poco instruyó a sus partidarios que incorporen al MAS electores y no importaba, añadió, la militancia que tuvieron o que tengan el momento que sean incorporados como base social del oficialismo.
Se supone, asimismo, que el Presidente, implícitamente, señaló que esa base social, oficialista, debe ser agigantada, sobre todo, con vistas a las elecciones de este año. Evo Morales, antes y ahora más que antes, busca electores antes que actores de una política de veras democrática, popular, antiimperialista y revolucionaria.
“(…) el imperialismo como fenómeno universal, el imperialismo como mal universal, el imperialismo como lobo universal, no puede existir sino a condición de actuar como lobo en todo el mundo y de actuar contra los intereses de todo el mundo (…)”, dice Fidel Castro.
Y agrega: (…) hay un enemigo que sí se puede llamar universal, y si alguna vez en la historia de la humanidad hubo un enemigo verdaderamente universal, un enemigo cuya actitud y cuyos hechos preocupan a todo el mundo, amenazan a todo el mundo, agreden de una forma o de otra a todo el mundo, ese enemigo real y realmente universal es precisamente el imperialismo yanqui (…)”.[3]
Si se comparte esa caracterización, que hace el líder cubano del imperialismo contemporáneo, nadie en sano juicio y como parte del pueblo, acepta mansamente que se lo considere proimperialista, como lo hace Juan Evo Morales Ayma, con la investidura que ostenta.
Es falsa la afirmación: “El que no es oficialista (sostén de Morales en el Palacio Quemado) es proimperialista (operador consciente o distraído de los imperialistas yanquis).
Como consecuencia de lo dicho en esta nota muchos bolivianos y residentes en este suelo sostenemos que no somos ni masistas ni fascistas, ni oficialistas ni proimperialistas.
Y esos dichos del Presidente no tienen por qué extraviarnos.
La Paz, 5 de abril de 2014.
*Periodista
[1]Para nosotros el pueblo está constituido por los explotados y oprimidos de Bolivia. Y como refuerzo a ese criterio reproducimos el concepto de pueblo de Fidel Castro Ruz: “Cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo. Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre”. Fidel Castro Ruz. La historia me absolverá, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 33.
[2] De un informe de Jorge Dimitrov, líder obrero y comunista búlgaro, a la I Internacional Comunista sobre el fascismo: conocido en Alemania como nazismo (Hitler), en Italia como fascismo (Mussolini) y en España (Franco) como falangismo. En obras completas del dirigente búlgaro y en otras publicaciones por Internet.
[3] Estos dos criterios sobre el imperialismo se encuentra en: Salomón Susi Sartari. Diccionario de pensamientos de Fidel Castro, Editora Política, La Habana, 2008, p. 146.