Las rebeldías y el museo

“Hasta nuestras rebeldías pueden servir para decorar el museo de las buenas intenciones”. La frase es parte del discurso del presidente uruguayo durante la sesión plenaria de la recién concluida Cumbre del G-77. En carril aparte, una porción significativa de los delegados con derecho a voz reprodujeron fórmulas trilladas que son a su vez las que suelen reiterarse en ese tipo de eventos. Con escasas excepciones, esas propuestas quedaron plasmadas en el extenso documento final, donde cada país participante podrá encontrar su propio aporte, sin mayores sobresaltos. Casi todo cabe en los 242 puntos de la Declaración de Santa Cruz, en la cual, si hay un concepto que prevalece es el de desarrollo sostenible, repetido no menos de ochenta y seis veces.

A contracorriente, Mujica indicó que la lucha es mucho más profunda que “una cuestión de desarrollo”, y que si bien no se debe renunciar a la ciencia, a la tecnología, y al deseo de que los pueblos vivan mejor, no se puede seguir alimentando a la civilización del despilfarro. El uruguayo tuvo la sensatez de preguntar si el tipo de desarrollo anhelado por los países del Grupo es el mismo del Occidente industrial, advirtiendo al mismo tiempo que se trata de una batalla contra un tipo de cultura que coloniza corazones y mentes, por lo tanto mucho más difícil de derrotar y más peligrosa.

Se trata de interrogantes candentes para el país anfitrión de la Cumbre G-77, que ha constitucionalizado y promueve el concepto Vivir Bien como parte de una cosmovisión alternativa, pero que en la cotidianidad reproduce los patrones conocidos de producción y consumo. En ese sentido, y de forma paralela a la estabilidad y crecimiento económico sostenidos, encontramos ejemplos alarmantes: mientras la producción industrial manufacturera creció un promedio de 4,8% anual entre 2006 y 2012, las importaciones de dieciocho productos crecieron un promedio de 23% anual; en el listado podemos hallar comestibles, tabaco, bebidas, medicinas, papel, hilados, tejidos, muebles, prendas de vestir y calzado. Nada que demande tecnología sofisticada. ¿Sorprendente? No, si tomamos en cuenta que “nuestras formas de vida, apenas mejoramos, tienden a copiar las formas de vida que ha generado ese Occidente industrial” como explicaba Mujica en la Cumbre.

Por debajo de los incuestionables logros macroeconómicos de Bolivia, y ya en plena campaña electoral, se teje como en una compleja trama la posibilidad de mantener el país en la fascinante trampa de la abundancia sin fin, nutrida por el binomio inclusión/explotación, o profundizar el proceso de cambio. A propósito de esto, en un reciente artículo Alfredo Rada indica que frente a la frase “Hay que ganar las elecciones” reiterada en los ambientes gubernamentales y los movimientos sociales, es imprescindible preguntarse cómo ganar y para qué ganar[1]. Esto es, la necesidad de definir el horizonte estratégico que apunte a un modelo económico, social y político auténticamente post-neoliberal, que no se restrinja a la actual propuesta de “economía plural”, la cual, en todo caso, sólo asegura un capitalismo de base ancha. Recuerda además que otro fue el modelo promovido por los sectores populares insurgentes en tiempos de la Asamblea Constituyente, y agrega que el control del excedente económico producido por las nacionalizaciones de sectores estratégicos debe transferirse en parte hacia formas económicas sociales y comunitarias que consoliden otras relaciones sociales de producción. Estas opiniones de Rada, que ha ocupado y ocupa funciones relevantes en el gobierno boliviano, a todas luces discrepan con las corrientes predominantes al interior de la administración estatal.

Habrá que ver si la campaña electoral del MAS se convierte en oportunidad para debatir y plantear estas y otras cuestiones de fondo, o contribuye a enviar al proceso de cambio y el Vivir Bien al museo de las buenas intenciones.

Alejandro Dausá