Punto Final/Editorial 780
La derecha política se encuentra sumida en una profunda crisis como consecuencia de las denuncias que derribaron al candidato presidencial de la UDI, Laurence Golborne. Pero la crisis extiende su sombra mucho más allá de las querellas personales y de los grupos de poder en ese sector. Abarca a toda la institucionalidad creada por el modelo neoliberal implantado en Chile por la dictadura militar-empresarial. Esto se ha reflejado con fuerza en el caso que afecta al Instituto Nacional de Estadísticas (INE), cuyo director se vio obligado a renunciar al quedar al descubierto que tanto el censo nacional como el índice de precios y otras estadísticas que emanan de esa oficina y que regulan la actividad económica y financiera, no son reales. (Un análisis más a fondo en págs. 8 y 9 de esta edición). El INE —como el Banco Central y otras— es una de las instituciones fundamentales del sistema económico que nos rige. Que su labor se encuentre hoy en tela de juicio reviste enorme gravedad y la desconfianza en sus cifras compromete todo tipo de decisiones.
En otro plano, pero con iguales alcances en la crisis de confiabilidad a la que nos estamos refiriendo, se encuentran las tarjetas de crédito y el sistema financiero en general. Los abusos y manejos inescrupulosos de este sistema —que ha hecho la fortuna de numerosas empresas e incluso del actual presidente de la República—, tienen íntima relación con esta crisis. Ayer La Polar y hoy Cencosud —cadena del retail de la que Laurence Golborne fue gerente general—, se muestran como epítomes de la indecente ausencia de ética en la filosofía mercantil de los dueños de Chile.
Se trata, pues, de una crisis sistémica que hace necesarias medidas correctivas profundas que abarquen tanto lo político como lo económico, social y cultural. Lo que se requiere es una alternativa que incluya líneas definidas en todos los planos del quehacer nacional corrompido por el neoliberalismo.
Sin embargo, esto no es posible porque el único sector político-social que podría levantar una verdadera alternativa, sería una fuerza de Izquierda, un amplio movimiento político-social por el cambio. Pero ese sector no logra todavía reconstruirse en Chile. Fue parcialmente aniquilado por el terrorismo de Estado, dispersadas sus estructuras sociales, clausurados sus centros de producción teórica y política, reducidos a la mínima expresión los sindicatos... En los últimos años, sin embargo, han comenzado a soplar alientos de esperanzas, gracias a las movilizaciones de estudiantes y organizaciones sociales diversas que apuntan hacia el objetivo común: enfrentar al capitalismo neoliberal con una alternativa democratizadora.
Lamentablemente, ante esta realidad —que exige máximo esfuerzo colectivo para crear conciencia y forjar organización—, sectores de Izquierda han preferido marchar a remolque de la Concertación, cuya servidumbre al neoliberalismo está debidamente comprobada por cuatro gobiernos elogiados por el empresariado nacional y extranjero.
Aun cuando la Izquierda no está en condiciones de levantar su alternativa, la crisis neoliberal seguirá profundizándose como lo demuestran los últimos hechos políticos. Por eso, El Mercurio, tambor mayor de las clases dominantes, no oculta su temor. Hasta opiniones de un mesurado académico como Fernando Atria, en el sentido que “el problema constitucional tendrá que resolverse por las buenas o por las malas”, provocan pánico al vocero de la derecha. Palidece y fustiga editorialmente toda propuesta de cambiar la Constitución por la vía democrática de una Asamblea Constituyente. En cambio, alaba al senador socialista Camilo Escalona que califica como “fumar opio” cualquier intento de avanzar hacia la forma democrática y pacífica de abrir el cerrojo constitucional. Las insinuaciones de que Chile podría enfrentar un golpe militar si la mayoría ciudadana —como sucedió en los años 70— insiste en realizar cambios económico-sociales profundos, han vuelto a plantearse sibilinamente en las páginas mercuriales y en los discursos de los candidatos de la derecha.
Las diversas manifestaciones de esta crisis deberían motivar a los sectores de Izquierda a retomar la tarea abandonada: construir una alternativa propia y proponerla al pueblo en un proceso de lucha democrática que permitirá regenerar conciencia y levantar nuevas formas de organización.
PF
(Editorial de “Punto Final”, edición Nº 780, 3 de mayo, 2013)