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Luis Espinal Camps
La verdad nos da miedo, y por esto hemos inventado algo tan absurdo como la censura.
La censura se dedica a prohibir o a recordar la verdad en las comunicaciones, para que la verdad no haga daño a nadie.
La censura trata al país como a niños pequeños: se nos quiere ahorrar el tener que pensar; y por esto se nos sustraen las ideas diversas; porque las ideas diversas hacen pensar, al poner en tela de juicio nuestros pensamientos tal vez rutinarios. La censura ya piensa por nosotros, y nos da solamente las verdades que nos convienen, así las ideas se sirven en mamadera.
Hay algo más simple que el diálogo, y es la ignorancia. Se dialoga cuando se encuentra alguien que piensa de otra manera. Pero la censura nos ahorra el diálogo, porque suprime al interlocutor. La mejor manera de pensar todos igual es no pensar; así consigue la igualdad a cero.
Es más fácil censurar que alfabetizar, es más simplista censurar que convencer o propagar la cultura. La censura es uno de los más logrados productos del subdesarrollo.
Si censuramos a los que piensan diversamente, podremos llegar a creer que todos piensan como nosotros; y así llegaremos a la unanimidad, aunque sea una unanimidad raquítica y oscurantista. Creíamos que las ideas se imponían por su valor intrínseco, chocando con ideas de sentido contrario, para que la verdad mayor triunfe sobre las verdades pequeñas.
Cree muy poco en la verdad el que no deja circular las ideas libremente. O tal vez, cree plenamente en la verdad, y realmente teme que la verdad se imponga, la verdad de los otros.
La verdad no se suprime con una prohibición; el sol seguirá existiendo aunque se lo suprimiera por un decreto.
Si es cierto aquello de que "la verdad les hará libres", el miedo a la verdad es también miedo a la libertad.
Pero no se puede mantener a todo un país en estado de menor de edad, sin afrontar serias consecuencias. El miedo a la verdad deriva en miedo a la racionalidad; y el miedo a la racionalidad supone temor a seguir siendo humanos.
La censura es una institución propia de un estado-nodriza que no quiere que sus subordinados lleguen a la mayoría de edad. Tanto paternalismo nos abruma; quisiéramos tener los riesgos de todo adulto, sin ser vigilados y protegidos como adolescentes.
Ante estos hechos nos preguntamos: ¿Con qué sinceridad se podrá solucionar o disminuir el analfabetismo, cuando parece que el analfabetismo cultural se ha convertido en un ideal?
No nos quejemos de que se nos margina, cuando ya nosotros empezamos a marginarnos a través de la censura.
La censura sustrae a la voluntad del conjunto una determinada comunicación, ya que un tutor juzga que puede ser dañina para los demás. Agradecemos a los censores tanta tutela, pero desearíamos poder escoger por nosotros mismos, porque ya no tenemos edad para ir de la mano de una niñera.
(De Informe R, Nº 380, 1999. Este texto fue tomado por aquél del libro: Testigo de nuestra América).