tribuna
El autor enuncia la preeminencia de una estructura colonial en el distanciamiento censor entre la cúpula y los voceros medios del partido político del Gobierno.
Ricardo Aguilar - 10 mar 2019
“…más allá están los antropófagos, un pueblo aparte, y después viene el desierto total…”- Herodoto. Últimamente, los voceros de la cúpula del Movimiento Al Socialismo (MAS) han intentado desautorizar las voces de mandos medios de su partido que alientan el uso judicial con objetivos de persecución política o del ejercicio de la violencia en contra de opositores o de quien se resista al único y solitario objetivo de su programa de gobierno: hacer que su líder, Evo Morales, sea reelegido una y otra vez.
En dichas desautorizaciones, quedan veladas las significaciones (de carácter colonial) que serán expuestas luego. No obstante, es necesario explicitar como ejemplo dos de estas censuras (desautorizar es censurar) de voceros de la estratósfera del MAS contra portavoces terrenales que intermedian con sus bases.
La primera fue en relación al exjuez sexto de familia de Santa Cruz, Alberto Zeballos, quien admitió una Acción de Cumplimiento Constitucional que pedía que el presidente Evo Morales respete la Constitución y no se repostule en los comicios de fin de 2019. Luego de que aceptara la acción, recibió amenazas por parte de voceros medios del MAS:
“[…] tendremos que iniciar un proceso administrativo al juez que admitió (la Acción de Cumplimiento Constitucional) porque tal vez el señor no conoce la normativa del país, habría que ilustrarle un poco”, afirmó Sergio Choque, jefe de la bancada paceña del MAS.
Zeballos, ¿cómo no?, retrocedió.
Luego, como si el uso del sistema judicial para perseguir a quienes se pongan en su camino no fuese una práctica puntillosamente cultivada por el partido de Gobierno, salió la voz censora desde las más altas esferas del MAS: “No se tomará ninguna acción contra el juez Alberto Zeballos. Las declaraciones del diputado Sergio Choque no representan la posición del partido ni del gobierno”, escribió el Ministro de Comunicación en Twitter.
La enmienda llegó cuando el miedo ya estaba sembrado. Por lo demás, las evidencias del pasado reciente dan la razón a Zeballos por una decisión sensata, pues el partido de Gobierno, cuando así lo ha deseado, ha destruido vidas y familias por mucho menos que lo que el exjuez estuvo por hacer. Hasta ahí el primer caso.
El segundo suceso desaprobatorio tiene que ver con las reiteradas amenazas de voceros medios del MAS con dar una zurra (como Dios manda) a los opositores que tengan el atrevimiento de pasearse por regiones de las que aseguran son dueños y señores, regiones donde los no-masistas podrían acabar más chicoteados de lo que quisieran, cuando no enterrados vivos; regiones donde la presencia opositora (dicen) es un insulto, regiones donde la presencia de narcotraficantes, sin embargo, parece no sólo ser justa, sino hasta necesaria (a juzgar por los últimos actos de defensa, a capa y espada, de comunarios a un grupo de traficantes de estupefacientes de Villa Tunari).
Si bien este tipo de advertencias son muchas, tomemos la última, cuando el dirigente de la Federación de Productores de Coca de Chimoré, Leonardo Loza, dijo: “Nosotros podemos abrir las puertas, pero cuando hay reacción de nuestros compañeros no nos responsabilizamos ni garantizamos de Carlos Mesa, de otro partido o personaje neoliberal”.
Otra vez el miedo estaba sembrado cuando, a posteriori, el Vicepresidente salió de garante: “Todas las personas estén o no en campaña pueden desplazarse en cualquier lugar para expresar su opinión, y otra expresión que vaya en contra de eso es incorrecta”. Por supuesto, aquello no valió de nada a los uniformados de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural (Umopar) que fueron emboscados el fin de semana…
Lo importante acá son las significaciones que nacen a partir del distanciamiento censor entre cúpula y voceros medios, más allá de que las amenazas ya cumplieron sus objetivos intimidatorios y de que, por ello, las enmiendas no tengan ningún valor.
Con las desautorizaciones a los dos pronunciamientos intimidatorios de los portavoces medios y haciendo de cuenta que creemos en la falsa consubstanciación entre altas esferas y bases del MAS, se establece que el partido de Gobierno está separado de sí mismo por la distancia en que se encuentra cada cual, y sin embargo no está dispuesto a pensar siquiera en recorrer tal distancia, sino a exacerbarla: “no representan la posición del partido ni del gobierno”, o sino: “otra expresión que vaya en contra de eso es incorrecta”.
Por supuesto, lo que queda opaco en estas censuras es aún más delicado que una mera lejanía: se trata de la preeminencia de una estructura colonial de la cúpula por encima de sus intermediarios y por ende de sus bases (más allá de las buenas o malas intenciones de sus élites). Lo que se vela en el mensaje que establece un trecho entre ambos son varias dicotomías irresolubles (e insolubles) muy propias de cómo la colonialidad enrarece al otro, a saber: los buenos (cúpula del MAS) versus los malos (cocaleras linchadores); la dirigencia civilizadora de Palacio versus los cocaleros “antropófagos”; los garantes de la civilización frente al salvajismo (legal o de hecho) susceptible de ser contenido gracias a la sola palabra del conquistador de esas tierras “inhóspitas”.
Del desencubrimiento del carácter colonial de esas censuras deriva la faceta civilizatoria de las altas esferas del proceso de cambio; de ahí emana su sensación de conquista de esos “pueblos aparte” (como diría Herodoto); de ahí irradia el lenguaje performativo que detenta, pero esa palabra que se hace realidad no tiene nada que ver con algo mágico, sino más bien semeja al dominio de las artes fonéticas de la domesticación conductista que antes fuera utilizada en menores de edad y mascotas (¿es que ven a sus bases como párvulos?: “nada de enjuiciar a nadie, al opositor no se lo toca”.
Al final, si es que el Instrumento quiere aplicar estructuras coloniales dentro de sí, allá el MAS, pero lo verdaderamente serio de la teleología que se deduce arriba es que trasciende la dicotomía de sus militantes y se extiende al resto de los bolivianos, pues de lo dicho se deriva otra intimidación: “sólo yo, la cúpula, puede controlar a ese ‘pueblo aparte’, mi palabra civilizatoria es la única que puede contener su potencial desborde…”; lo cual se corresponde con el ejercicio del discurso de poder, aquel que “engendra la falta” (Barthes), la culpa, en el receptor: “si no nos eligen, la barbarie que se desate será responsabilidad de todos ustedes”.
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