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¡Los opinólogos!

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Hernán Cabrera*

Ñovaiti

Lunes, 23 de junio de 2025

Fuente: Urgente.bo

Llegamos a este mundo, a este país para ser protagonistas, no para caminar como zombies o con nuestra mordaza a cuestas. El poeta inglés John Donne, incisivo, provocativo, inquieto, que no se callaba ante nadie, dijo: “Antes muerto que mudado”. O sea, siempre presente con su opinión y su posición ante el mundo y sus conflictos. No silenciado, ni mudo, ni ciego, ni indiferente.

Algo así nos pasa a un grupo de hombres y mujeres que gracias a las redes sociales y a las plataformas de prensa se nos permiten lanzarnos a la aventura de expresarnos, opinar, difundir y compartir criterios, visiones, percepciones, denuncias y lo hacemos bajo una sola condición: aportar y orientar sobre el devenir de nuestras sociedades. Nos molesta el silencio y nos indigna la complicidad. Nos preocupa la corrupción y los abusos del poder.

A todos quienes hacen uso de esta capacidad y actitud valiente se los llama, despectivamente, los opinólogos. O sea, aquellos que opinan de todo y de nada, y que son, dizque, expertos en política, salud, economía, medio ambiente, derechos humanos, desarrollo urbano, etc. Ojo que el día de mañana, ¿no te preguntes por quién doblan las campanas?, cuando te afecte un problema, un golpe bajo o un desastre. Después te lamentes: por qué no lo dije, por qué no lo hice.

Estos opinólogos son ciudadanos de la democracia, comprometidos, inquietos, despiertos y no quieren que el poder les meta el dedo en la boca o las manos en sus bolsillos. Es por eso que reaccionan ante una determinada situación. Así como los filósofos meten las narices donde nadie los convoca. Muchos de estos filósofos fueron expulsados de sus países, quemados por herejes o censurados por el poder político y religioso.

Walter Benjamin, ese enorme escritor, que nos dejó poderosos ensayos literarios, políticos, filosóficos, culturales y otras temáticas, decía: “La crítica es una cuestión de distancia correcta”. Eso hacen los opinólogos: no se quedan con los brazos cruzados, ni con las bocas silenciadas, ni con los ojos tapados, ni con los sentimientos adormecidos. Reaccionan con convicción, esperando que sus voces sean escuchadas, no solo por el poder, sino por los otros ciudadanos. Se indignan ante el actuar de los poderosos y se alegran frente a los logros del pueblo.

En este país, en este mundo no se puede ser indiferentes ni apáticos, ni miedosos y quienes han venido ejerciendo su derecho a la libre expresión, son ciudadanos rebeldes y que buscan aportar con su granito a la construcción de una mejor sociedad, que sí es posible hacerlo. Tantos hechos que pasan en el Estado Plurinacional, que callarnos sería actuar de cómplices y encubridores, y que el día de mañana nos podrían preguntar las nuevas generaciones, ¿por qué permitiste esto o aquello?

Donne tenía la respuesta del repique de las campanas: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Es preferible que doblen por ti, a que nadie se acuerde de tu paso por este mundo. Por ello, nos indigna la corrupción y los corruptos, que cometen sus fechorías y andan luciendo sus millones en las fiestas o en las calles de la ciudad. Nos molesta la indiferencia del poder cuando se asesinan a ciudadanos, cuando se delinque desde algunas instituciones que deben velar por el ciudadano, como la Policía, el sistema judicial que se han convertido en instrumentos de corrupción, de presiones y chantajes, cuando la impunidad se pasea alegremente por las instituciones, cuando los narcos se hacen la burla de todo un país, cuando la misma sociedad es cómplice descarada de tantos males que padecemos; nos lanzamos a denunciar y criticar los bloqueos ilegales por la ambición de poder de un solo hombre y por la inacción del gobierno que permitió que se alargue el conflicto, por esto y mucho más, hay hombres y mujeres que no nos quedamos callados, hacemos uso de nuestros derechos a la libertad de expresión, de opinión, de información, los cuales están respaldados por la Constitución Política y los tratados internacionales de Derechos Humanos.

Y hay que hacerlo sin miedo y con dignidad, porque las leyes nos protegen y dicen que nadie puede ser molestado, encarcelado o enjuiciado por expresar su opinión, la que se hace sin agredir a personas ni dañar instituciones. Probablemente esto no lo entienden los gobernantes, que han buscado poner mordazas al derecho de la libertad de expresión y de opinión.

Pero ojo, los que opinan y se expresan no tienen la verdad, ni tampoco son dueños de un hecho, sino que se manifiestan y esa opinión es discutible, pero refleja un estado de ánimo y un sentimiento de bronca o alegría, que no necesariamente es compartido por los otros ciudadanos.

Estimado lector aprenderás con el tiempo que nunca te debes callar ante las injusticias y los abusos, como también debes gritar al mundo tus logros, tus hazañas, tus pasos dados, así como decía el escritor Thomas de Quincey: “Mi forma de escribir se basa, más que en preocuparme por quien me escucha, en pensar en voz alta y en seguir mi propio gusto”.

Es tu voz, que podrían ser miles de voces, porque con seguridad, mucha gente se sentirá reflejada en esas reflexiones que nacen desde la experiencia y se expresan con sentimientos y compromisos por el cambio urgente que necesitamos.

¡Si todos nos callamos nos convertiríamos en esclavos!, nos dijo Milán Kundera, escritor checo.

*El autor es periodista, licenciado en filosofía y asesor en derechos humanos. Fue representante departamental de la Defensoría del Pueblo (2010-2016)

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