Por *Rafael Puente Calvo
La 42ª Asamblea de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos, OEA, más allá de sus solemnes formalismos, de los esfuerzos organizativos y decorativos del país anfitrión y del montón de dinero consumido (que no acabamos de saber quién lo paga), ha mostrado dos elementos que vale la pena resaltar y que expresan una sido la posición digna y clara de nuestro país.
Dicha posición se mostró para empezar en el discurso de nuestro Presidente. Una vez más hemos tenido la satisfacción de oír un paquete de verdades sobre la OEA —a la que ya el Che calificara de Ministerio de Colonias de los Estados Unidos— y que luego fue reforzado por las palabras igualmente tajantes del presidente del Ecuador.
La OEA tiene que transformarse, tiene que ponerse al servicio de los pueblos del continente y dejar de servir los intereses del Imperio, o de lo contrario será mejor que desaparezca.
Nunca las cosas se habían dicho con tanta claridad como las dijeron esta vez Evo y Correa: El único sentido que puede tener la pervivencia de dicha organización es que empiece a ser una organización de la gente real y deje de estar bajo el control de los más poderosos.
La cosa empezó con el saludo que emitió Evo a la hermana república de Cuba, injustamente ausente del encuentro, se supone que por "insuficiencias de su sistema democrático" (como si alguna vez se hubiera objetado la presencia del Chile de Pinochet, o de la Argentina de la guerra sucia, o de la Bolivia de Bánzer, por poner sólo ejemplos del pasado).
Si Cuba está ausente de la OEA es porque a Estados Unidos le da la gana, y punto; eso es exactamente lo que vienen objetando Ecuador y Bolivia, y en conjunto los países del ALBA.
Primer gesto de dignidad —y de advertencia al Imperio, cuya ministra de Relaciones Exteriores por si acaso ya no vino, en vista de lo que ocurrió en la última cumbre de presidentes, y envió a una suplente—.
El segundo gesto de dignidad se dio a propósito de la discusión del tema de fondo, el de la "Seguridad Alimentaria con Soberanía", por cierto un tema acertadamente planteado por el país anfitrión que era el nuestro (en estos momentos en que la crisis alimentaria mundial y la amenazadora avalancha de las transnacionales del agro-negocio constituyen una grave amenaza para nuestros pueblos) y ágilmente recogido por organizaciones de la sociedad civil (y transformado en una coherente propuesta de declaración).
Además de un sinnúmero de objeciones a puntos secundarios —que probablemente podían ser discutibles— el mínimo consenso necesario para la aprobación de la Declaración oficial sobre dicho tema estaba siendo imposibilitado por la negativa del gobierno norteamericano y sus gobiernos afines a aceptar el concepto mismo de soberanía.
Sólo querían hablar de seguridad, que puede adquirir un contenido meramente formal si no va acompañada de la soberanía. Su argumento era que la soberanía alimentaria no figura en sus respectivas constituciones — ¿cómo iba a figurar, pues, con esos gobiernos sometidos a las transnacionales?—.
Entonces nuestros delegados oficiales se pusieron duros, amenazaron con retirarse y denunciar el fracaso de la Asamblea; y de esta manera lograron un mínimo consenso, al menos formal, que se compensó con la aclaración —en notas a pie de página— de que algunos gobiernos no estaban de acuerdo...
El hecho es que, con pies de página y todo, se aprobó la declaración que afirma el valor de la soberanía alimentaria, en parte gracias a la claridad y sentimiento soberano de nuestra delegación.
Lo que no se entiende muy bien es, por qué —si estamos de acuerdo con la estructura poco digna de la OEA— acudimos a ella para plantear nuestro derecho a la soberanía marítima, arriesgando un resultado previsiblemente poco decoroso. Pero éste es otro tema.
*Rafael Puente, es filósofo y pedagogo cochabambino