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Raquel Gutiérrez dice que los bonos no son una maravilla

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Entrevista a la expareja de García Linera

Raquel Gutiérrez. Foto: Pueblosencamino.org

Jueves, abril 24, 2014 - 13:52

Entrevista a la socióloga e investigadora sobre movimientos sociales Raquel Gutiérrez, de larga trayectoria en la militancia popular y guerrillera en el país. Una mirada crítica sobre el proceso de cambio que lidera Evo Morales. “...Fuera de Bolivia, donde no tiene que gobernar, Evo Morales puede esgrimir argumentos sociales que enriquecen su significado simbólico en todo el continente. Sin embargo, internamente se ha tenido que restringir cada vez más por un tipo de mando que contradice lo comunitario…”

Raquel Gutiérrez es mexicana, pero buena parte de su vida y su militancia transcurrió en Bolivia: durante 20 años formó parte del Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK), junto a Felipe Quispe y al actual vicepresidente Álvaro García Linera, y del grupo Comuna, donde se plasmó desde la intelectualidad el devenir de los movimientos sociales en los 90. Su libro Los ritmos del Pachakuti es una de las mejores descripciones que se ha hecho del proceso histórico llevado a cabo en el país entre los años 2000 y 2005, que permitió la asunción de Evo Morales. Actualmente trabaja en la Universidad Autónoma de Puebla (México), desde donde dirige sus investigaciones sobre los movimientos sociales latinoamericanos.

¿Cuál es tu análisis del proceso de cambio que vive Bolivia?

Juzgando no desde lo fáctico sino del horizonte de los deseos más profundos que estaban en juego en el 2000-2005, es decir, una voluntad reapropiadora de la riqueza material y de recomponer los términos de participación en lo político, se ha avanzado poco. Se ha mejorado la situación del indígena como sujeto social y se ha infundido una especie de ánimo a esa ´bolivianidad` antes tan apachurradita. El boliviano antes no quería ser boliviano, y ahora es respetado e incluso admirado en otros lugares del mundo. Por otra parte, el gobierno de Evo Morales ha coincidido con un momento interesante de aumento de precios de las materias primas, como ha ocurrido en la mayor parte de los gobiernos progresistas de América Latina. Eso sumado a ciertas modificaciones del uso de esos recursos.

Pero, lastimosamente, las políticas sociales en Bolivia han seguido el camino de las políticas de seguridad democrática, como en México o Colombia. Es decir, transferencias de dinero como parche a las peores barbaridades que generan las políticas neoliberales. El gobierno boliviano presume del bono Juancito Pinto y otros, que pueden ser novedad para Bolivia, pero si lo miramos en términos geopolíticos no es ninguna maravilla, porque con eso cuentan todos los peores regímenes latinoamericanos. Esta manera de hacer las transferencia de recursos a partir de monopolizar la decisión estatal en términos de donante ya la conocemos en el continente, es la relación blanda del capital, y abdica de la aspiración de aquel pináculo de energía boliviana en el 2003 que era la reapropiación de lo que me corresponde y ponerme de acuerdo en la manera de gestionarlo.

Se vuelve a pensar únicamente en términos de producción del capital, y abdicas de modificar visiones generales de la reproducción de la vida, incluida la reproducción del capital. Tomas simplemente el punto de vista de quienes sólo pueden vivir si hay un capital, es decir la burguesía y las clases medias. Hay una resignificación de lo político: quien pretende mantenerse en el mando promete, pero no se compromete a quedar sujeto al control desde abajo. No se compromete a deliberar con los otros.

Muchos han observado que un Estado no es una estructura donde puedan aplicarse muchos criterios de horizontalidad o rotación de cargos que existen en la organización ancestral de las comunidades (el ayllu) o incluso algunos movimientos sociales.

Claro que es cierto que no es lo mismo manejar un gobierno que una comunidad o sindicato. Sin embargo, la cosa es si te vas a atrever a experimentar, aunque sea de manera cautelosa, con el modo administrativo colonial liberal y capitalista a través del cual se ha manejado el Estado, o si te vas a quedar ahí muy a gusto adecuándote a los términos heredados. Esa es la pregunta y es una disyuntiva política, ética y social. Eso es lo que sienten muchos que entran al Gobierno y después se empiezan a sentir acosados.

Hay algunas deserciones del Gobierno, no sólo desde las clases medias intelectuales o ligadas al ecologismo, sino también desde algunos movimientos indígenas como la Confederación Indígena del Oriente Boliviano (Cidob) o el Consejo Nacional de Ayllus y Markas (Conamaq)

En Bolivia se está segmentando el asunto campesino del asunto indígena. Se está rompiendo el asunto de que tierra y territorio es una unidad y que la cuestión principal es acerca del uso común del territorio. Eso se negoció con la derecha para aprobar la constitución enmendada que rige ahora en Bolivia después de la masacre de El Porvenir, después de las grandes movilizaciones en defensa al Gobierno. El problema campesino empieza a ser un problema de producción agraria.

Por otro lado, el tema indígena lo empiezan a llevar hacia los derechos culturales. El conflicto del Tipnis (*) es la síntesis de esa tensión, de cómo se fractura el horizonte comunitario popular habilitando ahora dos claves interpretativas que pueden ser manipuladas para su confrontación. Por un lado, el indígena como atrasado, conservacionista, que además se alía con los peores reaccionarios blancos de las ONGs;  por el otro lado, los campesinos que quieren implementar pequeños o grandes procesos de acumulación aliados al capital brasileño en una carretera donde las mercancías circulen rápido.

Estos planes contradicen el discurso internacional sobre la Madre Tierra y el Buen Vivir, por ejemplo.

Fuera de Bolivia, donde no tiene que gobernar, Evo Morales puede esgrimir argumentos sociales que enriquecen su significado simbólico en todo el continente. Sin embargo, internamente se ha tenido que restringir cada vez más por un tipo de mando que contradice lo comunitario. El Evo es una anomalía política, un luchador social, una persona que es de origen indígena, que conoce, y su forma humilde de estar en el mundo está engendrada por una matriz indígena, de producción de prácticas que descolocan las cosas. Pero desde afuera sólo se ven los rasgos amables del proceso.

Yo ahorita estoy muy atenta a la lucha colombiana, por eso tengo en la punta de la lengua lo de la Seguridad Democrática. Lo que me extraña mucho es que encuentro algo así como el ordenamiento de este argumento en la voz de nuestros aliados, de los Gobiernos progresistas. Cada lugar tiene sus variantes, pero la estructura del discurso es la misma, se trata de volver a restituir la posibilidad de planes decididos sin la contribución de la sociedad. Después, dependiendo de la situación puedes crear la variante para ejecutarlo: paramilitarizando, haciendo guardias blancas o una gendarmería nueva, pero hay que ir siguiendo las diferentes maneras en que se trata de arrinconar la posibilidad de intervención política desde abajo, sobre todo en una sociedad que tiene tanta estructura organizativa e independiente como Bolivia.

Esta entrevista es parte de una serie de charlas sobre el “proceso de cambio” que vive Bolivia y que forman parte de la investigación para el libro “La Bolivia de Evo Morales (crónica del país de las mamitas)”, que se editará este año como parte de la colección Cuadernos de Sudestada.

Autores: Tomás Astelarra y Matías Pujol, desde Bolivia.

Fuente: Marcha

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