Alfonso Gumucio-Dagron
No lo digo yo, lo dijo Gandhi: No hay caminos para la paz; la paz es el camino. Con ese epígrafe comencé mi ponencia “La participación para fortalecer la comunicación democrática” en el II Congreso Nacional de Cultura de Paz, organizado por la Fundación UNIR, que tuvo lugar en La Paz el 30 y 31 de octubre de 2013.
Cuando Antonio Aramayo, director ejecutivo de UNIR, me invitó a ser parte de este evento, mi primer pensamiento fue para todos aquellos amigos míos que lucharon por la paz y la justicia en Bolivia, y perdieron la vida en el intento, como Luis Espinal o Marcelo Quiroga Santa Cruz. Pensé además en amigos que dedicaron su vida entera a trabajar por la paz y la convivencia, hasta que la edad o la enfermedad los privaron de seguir adelante, como es el caso de Eric Wasseige, René Bascopé, Antonio Peredo y Gregorio Iriarte. También pienso en los que siguen luchando hoy desde diferentes ámbitos, como lo han hecho durante tantos años: Loyola Guzmán, Amparo Carvajal, Filemón Escobar o Xavier Albó, entre muchos otros que no empezaron ayer, que no esperaron una coyuntura política favorable para subirse al tren del poder. A todos ellos les debemos la posibilidad de tener un congreso como este, de cultura de paz.
El II Congreso Nacional de Cultura de Paz contó con la participación de invitados bolivianos y de otros países cuya experiencia compartieron. Las conferencias magistrales de la ecuatoriana-uruguaya Nelsa Libertad Curbelo Cora, “La paz, tarea pendiente” y del colombiano Luis Medardo Benítez Páez, “La gestión creativa de conflictos en la educación para la paz”, así como la exposición de apertura de Antonio Aramayo, abrieron el evento y le dieron el marco propicio para las discusiones que siguieron en los paneles especializados de la tarde, y al día siguiente en las sesiones de puesta en común de las estrategias locales, un proceso que había empezado meses antes en otros departamentos de Bolivia, involucrando numerosas instituciones que trabajan en áreas rurales y urbanas. .
“Educación para la paz”, “Comunicación democrática” y “Análisis y gestión constructiva de conflictos” fueron los paneles que contaron con ponentes de Colombia, Ecuador, Guatemala y Bolivia. La mesa en la que me tocó participar, sobre comunicación, contó también con las exposiciones del ecuatoriano Holguer Wilmar Melo y de mi colega Erick Torrico Villanueva, director del IpiCOM, en Instituto de Investigación, Posgrado e Interacción Social en Comunicación, formado recientemente en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
Colombia es sin duda uno de los países con mayor experiencia en el tema, de ahí que estaba bien representado durante el congreso. Mi ponencia también aludió a experiencias colombianas que tuve la oportunidad de conocer en sucesivas visitas a Medellín, ciudad que en un par de décadas ha logrado construir una verdadera cultura de paz, a través de la participación ciudadana en procesos de comunicación que se desarrollan en las comunas más difíciles, aquellas donde antes reinaba la violencia.
En la parte central de mi presentación me referí a la comunicación como estrategia en la construcción de la cultura de paz. Expresé que más allá del aprendizaje que nos permite el estudio de las experiencias de comunicación y cultura de paz y de los conceptos que podemos derivar de ese aprendizaje, es fundamental diseñar una estrategia para que los procesos de comunicación no queden en experiencias aisladas y en buenos propósitos de participación.
Hay buenas experiencias en niveles locales, nacionales y regionales, evidencia de que una comunicación cuyo eje es la participación ciudadana o comunitaria, una comunicación verdaderamente participativa y una comunicación basada en el diálogo, es la que garantiza una cultura de paz y un desarrollo social apropiado y sostenible, es decir, como resultado de unproceso de apropiación social.
Además de desarrollar y fortalecer las experiencias y de consolidar la comunicación como una disciplina académica distinta de los estudios de periodismo o de relaciones públicas, necesitamos legitimar y jerarquizar la comunicación entre las instituciones y organizaciones que trabajan en desarrollo con un enfoque de cultura de paz. El tema de “jerarquizar” debe leerse desde una perspectiva política, para posicionar a la comunicación para la cultura de paz y para el cambio social en un nivel más alto de la agenda pública.
Hay tres indicadores para determinar en qué nivel de la agenda de prioridades está la comunicación en las instituciones que promueven el desarrollo, ya sea del gobierno, ONGs o agencias internacionales: a) la existencia de políticas y estrategias de comunicación; b) el porcentaje del presupuesto destinado a la comunicación (no a la información); y c) los puestos de nivel creados para especialistas en comunicación (no para relacionadores públicos)
Son muy pocas las organizaciones que han desarrollado políticas y estrategias de comunicación. Lo más que tienen, en su mayoría, son “planes” o listas de actividades de información o relaciones públicas. De ahí que sería bueno contar con observatorios de comunicación, desarrollo y paz como los que se han creado para vigilar el comportamiento de los medios masivos.
Si un concepto más amplio y estratégico de la comunicación para el cambio social fuera adoptado por las agencias de desarrollo, estas podrían influenciar positivamente a los Estados para promover leyes que protejan y promuevan el derecho a la comunicación. Mientras no exista ese compromiso con los procesos participativos de comunicación, seguiremos preguntándonos por qué nuestra democracia dista de ser lo que quisiéramos que sea en términos de convivencia pacífica y entendimiento intercultural.
Luego de las exposiciones, debates y el diálogo tejido durante la segunda jornada del congreso para construir una propuesta común de colaboración entre las instituciones participantes, tuvimos música, de la mejor, porque la clausura nos permitió escuchar a Luis Rico con canciones afines al tema de derechos humanos y cultura de paz, y luego a la joven Vero Perez, cuya hermosa voz nos trajo canciones bolivianas, brasileñas y francesas.
La cultura de paz no es solamente una ausencia de violencia en un ámbito de tolerancia y respeto por los demás. Va más allá para desarrollar un tejido social de convivencia basado en la el diálogo intercultural y la decisión colectiva de caminar día a día el camino de la paz.
Creo en la paz. He visto
altas estrellas, llameantes ámbitos
amanecientes, incendiando ríos
hondos, caudal humano
—Blas de Otero