Antonio Peredo Leigue
Junio 18, 2011.- Con mucha tristeza y hasta confusión, durante estas semanas, he sido espectador de una serie de acciones que desdicen el proceso de cambio en que estamos empeñados los bolivianos y las bolivianas, bajo la conducción del compañero Evo Morales. Se trata de los intentos de legalizar a los autos y otros carros que entraron de contrabando. Se trata de aceptar que las semillas transgénicas se adueñen de nuestra riqueza agrícola. Se trata, inclusive, de rendirse ante la ropa usada con la que ya acostumbramos vestirnos.
No se trata de que nos rasguemos las vestiduras y proclamemos que debemos luchar por la pureza de nuestra comida, de nuestra vestimenta y de nuestra alimentación. Cuando subo al minibus, sé que entró de contrabando y debe tener como 15 años de antigüedad. Sé también que, excepcionalmente, algún pasajero vestirá ropa original y no la usada que corrientemente compramos. Así vivimos. Así trabajamos. Así subsistimos, porque Bolivia sigue siendo un país pobre, como tantos otros de Nuestra América y de otros continentes.
Pero tampoco es aceptable que digamos: ¡piedra libre!, para todo ese comercio de cosas usadas y de alimentos manipulados. Comencemos por éstos. Como bien explicó una ministra, no confundamos injertos o hibridaciones con manipulación genética. No es lo mismo el trabajo de los agricultores para mejorar una semilla que, los laboratorios de la Monsanto, introduzcan células animales en una semilla vegetal para acelerar su crecimiento. No es lo mismo, por muchas razones.
Pongamos un ejemplo. Los dueños de Monsanto dicen: necesitamos una semilla que reproduzca cinco veces más de lo que ahora puede lograrse con injertos. Los científicos de esa empresa, sin ninguna vacilación ni mucho menos respeto ético, ensayan con células de animales que se reproducen rápidamente (conejos, ratones, etc.) y logran una semilla transgénica. Es un monstruo genético, aunque no tenga la apariencia de Frankenstein.
En realidad, el verdadero Frankenstein es la empresa Monsanto. Aparte de matar la riqueza biológica de la tierra, se apodera de los cultivos. Para cada siembra, hay que comprar semilla a la empresa. Si se usa semilla reservada de la compra anterior, hay que pagarle como si se comprara nuevamente. Por supuesto, el proceso de retornar a la semilla natural, es largo; dura muchos años. Y en Bolivia, donde los soyeros han comprado semilla transgénica, habrá que reducir su uso con un programa consensuado y de largo alcance.
De largo alcance también será la reducción de los vehículos chatarra que atestan las ciudades y los caminos de Bolivia. En África y algunos países latinoamericanos usamos carros con 10, 15 y hasta 20 años de antigüedad. Son contaminantes y representan un riesgo para las personas; los accidentes son frecuentes. Al iniciarse la administración del presidente Evo Morales, se tomaron medidas para frenar el contrabando. Al parecer, en rangos menores, las redes de contrabandistas siguieron y siguen actuando y llegaron hasta el crimen para mantener ese tráfico. Hoy, el gobierno, parece rendirse ante la evidencia, pero lo está haciendo sin discusión ni acuerdo con los transportistas.
A los contrabandistas les importa muy poco que se dicten normas para reducir el número de vehículos viejos en circulación. En realidad, les interesa que así sea. Ellos, los contrabandistas, se enriquecerán vendiendo carros menos viejos. El anuncio del paro del transporte pesado y del transporte urbano, a partir del lunes próximo, muestra que no hay acuerdo con los sectores afectados.
Supuestamente, se impedirá el ingreso de autos viejos, manejando las listas de los que llegan a Iquique y de los que allí se venden. Eso es no comprender o no querer entender el sistema del contrabando. Sencillamente los autos más viejos no aparecerán en ninguna de las listas. ¿Acaso no se dan cuenta que, quienes venden en Iquique, también son contrabandistas? Habría que pensar en otras medidas, como por ejemplo, cambiar el sistema de impuestos, gravando mayormente a los autos viejos que producen mayor contaminación. Por supuesto, la aduana debe trabajar en la reducción de las rutas de ingreso ilegal. Es una tarea que la Aduana debe organizar pero que no se hará sólo con apoyo policial. Se requiere de la participación de las Fuerzas Armadas, que son responsables de la seguridad de nuestras fronteras. No se podrán cerrar todos los ingresos, pero algo puede hacerse.
Como puede hacerse mucho en la cuestión de la ropa usada. Ha pasado ya tiempo suficiente para terminar con ese avasallamiento de nuestra industria textil. La ropa fabricada en Bolivia es cara, frente a los precios irrisorios de la que se trae de Estados Unidos y Europa. La política debe orientarse a apoyar la recuperación de la industria textil en Bolivia. Hay experiencias, pues una cosa similar ocurrió en los años 50 del siglo pasado. Un juego de ropa interior con marca extranjera costaba la mitad que la misma ropa de industria nacional. Invertir esa relación, es posible. Fomento a la industria nacional e impuestos a la ropa usada, hará que, en el mediano plazo, acabemos con esa distorsión de nuestra economía.
Son tres temas que están íntimamente ligados. Hay fuerzas, dentro del país e incluso en las mismas filas del MAS, que trabajen para que no volvamos a la etapa en que las transnacionales dictaban la política de Bolivia. Debemos impedirlo luchando en forma organizada contra esas tendencias.