Vamos a andar
Rafael Puente
- 13/06/2013
Si en el campo de los hidrocarburos —tema central de las luchas populares en los primeros años del siglo— hemos visto que vamos retrocediendo, ¿qué podrá pasar en el campo de la minería, que hasta ahora no ha sido objeto del interés popular?
No olvidemos que la razón de ser de este país nuestro fue la minería, y que fueron los grandes señores de las minas los que dominaron —y arruinaron— el país durante la Colonia y durante un siglo de vida republicana; y que la Revolución del 52 tuvo como uno de sus principales sujetos a la Federación de Mineros —a su vez columna vertebral de la COB— y como su medida central la Nacionalización de las Minas; y que incluso en tiempos de la gran quiebra minera —que sirvió de pretexto para el modelo neoliberal— don Goni y sus socios siguieron acumulando grandes fortunas con sus empresas mineras.
Si no olvidamos todo eso, y tenemos además presente que vivimos una coyuntura excepcional en términos de precios mundiales de los minerales, tendremos que afirmar que un proceso de cambio como el que se supone que estamos viviendo no debería prescindir de políticas mineras realmente revolucionarias. Sin embargo, a poco que observemos el panorama, veremos que no hay tales políticas. Veamos algunos elementos dignos de análisis.
Frente al colapso que vivió la Comibol a fines de los años 70, lo revolucionario sería reestructurar dicha corporación de manera que no vuelva a ser una vaca lechera, sino que vaya creciendo en fortaleza. ¿Y qué es lo que hay? Una Comibol totalmente débil, que casi sólo sirve como oficina de concesiones, y que en la medida en que opera lo sigue haciendo como vaca lechera (véase la planilla que se paga en Huanuni, incluyendo las declaratorias en comisión de los dirigentes).
Frente al peligro de baja mundial de precios de los minerales, lo revolucionario sería aprender a industrializar nuestros minerales, de manera que pudiéramos exportar valor agregado, capitalizarnos y seguir teniendo capacidad productiva más allá de las crisis mundiales. ¿Y qué es lo que hay? Una política exclusiva y crecientemente extractiva (con la prometedora excepción del litio, que amenaza con quedarse en mera promesa).
Frente al saqueo impune de nuestros recursos minerales, que el modelo neoliberal entregó a transnacionales cada vez más voraces que destruyen nuestra naturaleza y apenas nos dejan utilidades, lo revolucionario sería conminarlas a firmar nuevos contratos —como ocurrió el 2006 con las petroleras— que le devolvieran al Estado boliviano la propiedad real de sus recursos. ¿Y qué es lo que ocurrió? El creciente y descarado beneficio de las transnacionales, que le dejan al país un 9% de la riqueza que extraen, ¡menos que los barones del estaño, que dejaban el 13%!
Frente al viejo sistema de canallesca explotación de la mano de obra, y de gratuita acumulación de riqueza por parte de unos cuantos patrones inescrupulosos, lo revolucionario sería normar la empresa minera, tanto pública como privada —y ojalá comunitaria— garantizando un mínimo de remuneración para los trabajadores (incluida la seguridad social y la seguridad industrial) y un máximo de ganancia para los empresarios. ¿Y qué es lo que hay? El crecimiento desmesurado de las llamadas cooperativas, que en el fondo son empresas pre-capitalistas y mafiosas, a las que encima se les condona impuestos —se sabe que el año pasado apenas pagaron medio millón de dólares por mil millones de dólares que exportaron en oro (sin contar la exportación clandestina), o sea un miserable 0,05%—.
Pero, quede claro que no es cosa de echarles la culpa a los sucesivos ministros de Minería, ni al Gobierno en su conjunto. Somos nosotros, la sociedad civil, los que no nos hemos vuelto a preocupar de la minería, y pareciera que todavía no nos hemos recuperado del fracaso de la Marcha por la Vida. Y si la sociedad civil no se moviliza, no habrá gobierno que resuelva los problemas por sí solo. Por eso, si no nos movemos, estamos condenados a seguir retrocediendo.
Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano para el Cambio, Cochabamba.