Raúl Prada Alcoreza
El gobierno provisional revolucionario responde a una emergencia social y política, como consecuencia de una revolución social. Esto ha ocurrido al comienzo de la revolución rusa, cuando dimite el zar; se forma un gobierno provisional revolucionario. Al finalizar la guerra del Vietnam se forma un gobierno revolucionario provisional comunista conformado por el Frente Vietnamita de Liberación Nacional. Son gobiernos que llenan el vacío político que dejan las estructuras de poder derrotadas. Cuando hablamos en Bolivia de la posibilidad de un gobierno provisional revolucionario, sólo podría ser el resultado de una movilización general, no de un golpe, como algunos voceros oficialistas se han apresurado a interpretar. El Golpe de Estado es otra cosa; el concepto del golpe de Estado es el siguiente: Se caracteriza el golpe de Estado como la toma del poder político, de un modo repentino y violento, por parte de un grupo de fuerza, quebrantando la legitimidad institucional constituida en un Estado, comprendiendo las normas legales de sucesión en la jerarquía de autoridad vigente. Como se puede ver, el golpe de Estado es parte de una conspiración grupal, que puede comprometer, como ocurre, al ejército; en este caso, el golpe de Estado se asocia directamente al golpe militar. En cambio, el gobierno provisional revolucionario es resultado de una revolución o, en el caso de Vietnam, de una guerra.
Cuando hablamos de gobierno provisional revolucionario como salida a la crisis del “proceso”, nos referimos entonces a una salida “revolucionaria”, no así y de ninguna manera, a un golpe de Estado. No podrían aproximarse ambas figuras, diametralmente opuestas. Las personas que se apresuran a asociar el gobierno provisional revolucionario al golpe de Estado, no hacen otra cosa que manifestar su desconocimiento de ambos temas. Se entiende que lo hagan por razones polémicas, buscando descalificar; empero, la misma proposición no es sostenible. Se puede criticar la figura de gobierno provisional revolucionario como propuesta radical; decir, por ejemplo, que es extremista, incluso irreal, dadas las condiciones; pero, no es sostenible confundir las tramas en las que se desenvuelven ambas figuras, la del gobierno provisional y la del golpe de Estado. Ahora bien, independientemente de que tengan razón o no los que quieran criticar la propuesta de gobierno provisional revolucionario como radical, extremista, hasta irreal, incluso jalada de los cabellos, lo que compete hacer es explicar por qué se hace esta propuesta, sobre qué argumentos teóricos se sostiene, sobre qué balance de contexto y de coyuntura.
La idea de la reconducción del proceso se ha venido introduciendo desde el 2009, después de aprobada y promulgada la Constitución. A sido el propio presidente el que, después de un gabinete ampliado, a orillas del lago Titicaca (Titi-Chaca), donde se hizo un análisis de coyuntura, planteó tareas; una de ellas era precisamente la “refundación” del proceso. Esas fueron sus palabras; incluso dijo que había que hacer otra tesis política; ya quedaron atrás la Tesis de Pulacayo, también la Tesis de Caranavi. Había que elaborar una nueva tesis. Esta idea de refundación del proceso se encarnó en el Pacto de Unidad, organización confederada de organizaciones sociales. En un ampliado en Cochabamba, donde se evaluaban las medidas a tomar para la aprobación de la Ley de la Madre Tierra, elaborada por el Pacto de Unidad, durante aproximadamente un año, se elaboró un acta donde claramente se plantean cuatro puntos de suma importancia. El primero, constata que hay crisis del proceso; el segundo, plantea que hay que reconducir el proceso; el tercero, propone que el Pacto de Unidad se convierta en el Consejo político de la reconducción; y el cuarto, exige que se apruebe la Ley de la Madre Tierra.
Más tarde un grupo de “intelectuales”, dirigentes y ex autoridades lanza un manifiesto de reconducción del proceso. Documento éste que cobra impacto en los medios de comunicación, al cual responde el gobierno airadamente, sobre todo a través de un texto cuyo título estrambótico quedará en los anales de lo anecdotario. Hablamos de El “oengismo”, la enfermedad infantil del derechismo[1]. Considerando estos antecedentes, podemos calificar entonces a estas reuniones de críticos al gobierno, llamados por los oficialistas “libres pensantes”, que se plantean la reconducción del proceso, como un tercer momento donde se hace pública la intensión y la voluntad de reconducir el proceso.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, podemos decir que, hay pues como una acumulación de la idea de reconducción del “proceso”. También podemos decir que esta propuesta se basa en la certeza de que el “proceso” está en crisis, atravesado por profundas contradicciones. En esta perspectiva y bajo este enfoque, se vuelve problemático encarar las elecciones de 2014. Como dijimos en otro artículo[2], la coyuntura como que se mueve en dos “planos”; uno, aparente, que converge hacia el punto de atracción inmediata, las elecciones de 2014; el otro, profundo, “estructural”, enclavado en el pasado, en el plegamiento de la memoria, afectado por la gravitación del “proceso” de cambio, por sus contradicciones desgarradoras. Se puede decir que la coyuntura se encuentra como jalonada por dos extremos, por este punto de convergencia y por la propia “sedimentación” histórica del “proceso”. Por eso se puede caracterizar la coyuntura de dos maneras; comenzando por su apariencia, decir que la coyuntura aparece como electoral; siguiendo por su contenido histórico, decir que la coyuntura viene definida por la crisis del “proceso”. Teniendo en cuenta estas formas de la coyuntura, se puede sopesar la actitud electoral a partir de la crisis del “proceso”, también se puede considerar los efectos de la tendencia electoral en la crisis del “proceso”. La hipótesis utilizada es que si no se reconduce el “proceso” de cambio, atravesado por contradicciones, antes de las elecciones de 2014, el “proceso” estaría muerto, hundido, no solo por las contradicciones inherentes, sino diseminado por la compulsa electoral, donde no se resuelve la crisis, sino que ésta termina mostrándose en su dimensión conmensurable.
Tomando en cuenta estas consideraciones es que se llegó a la conclusión de que la reconducción del proceso pasa por la conformación de un gobierno provisional revolucionario de reconducción, un gobierno de emergencia, para atender los problemas de la crisis, de las contradicciones del proceso. Un gobierno encargado de reposicionar al bloque popular en el escenario de los acontecimientos, un gobierno que tenga como tarea la aplicación de la Constitución; por lo tanto, se trata de un gobierno que reconduce de acuerdo a la perspectiva de la Constitución. Un gobierno que garantice por lo menos tres cosas; primero, la reorientación primordial en base al programa político matricial, la Constitución; segundo, la rearticulación y fortalecimiento del bloque popular; tercero, garantizar las condiciones del despliegue de la democracia participativa en la compulsa electoral, otorgándoles a los y las ciudadanas, todos los medios para intervenir, interpelar, participar, opinar, elegir, en la compulsa electoral. El dominio de las elecciones debe trasladarse a las dinámicas participativas de los y las ciudadanas; quitándoles a los partidos el monopolio de la palabra.
La propuesta de un gobierno provisional revolucionario es parte de la pedagogía política; es una figura que sintetiza, de manera operativa, la idea de la reconducción. Es menester reflexionar, deliberar, debatir, alrededor de esta posibilidad, buscando salidas a la crisis política del “proceso”. Que el gobierno provisional revolucionario sea viable, sea realizable, sea practicable, depende de la correlación de fuerzas, de los ritmos y temporalidades políticas, así como de los consensos. Que se pueda o no se pueda lograrlo, no hace inútil la propuesta, tampoco descabellada, menos atribuirle el carácter de golpe de Estado, sino es un asunto de la materialización política, que depende, como hemos dicho, de las fuerzas en juego. Teóricamente hay que vislumbrar salidas políticas; una de ellas es el gobierno provisional revolucionario; valorable por su impacto imaginario, también por su radicalidad y convocatoria emergente. El gobierno provisional revolucionario forma parte del arsenal de herramientas de la memoria y experiencia revolucionaria de los pueblos. Hay que aprender de esa experiencia histórica, hurgar en su bagaje, usar sus recursos, modificarlos, transformarlos, incluso desecharlos y crear otras formas. Al respecto, llama la atención que la propuesta escandalice a los supuestos “revolucionarios”, que no hacen otra cosa que mostrar sus más recónditos conservadurismos y apegos a los prejuicios liberales de la “democracia” formal. Por eso mismo, la hipótesis política del gobierno provisional revolucionario, ayuda a identificar el carácter de las tendencias de las fuerzas puestas en juego, en el escenario político. El alarido oficialista ante semejante insensatez de proponer un gobierno provisional revolucionario, nos muestra patentemente la tendencia conservadora dominante en las fuerzas gubernamentales.
Este es el tema de fondo; nos encontramos ante una impostura; subjetividades conservadoras se han investido con el ropaje “revolucionario” de otras épocas, heroicas, por cierto. La sotana no hace al monje, ni el ropaje jacobino o bolchevique convierte en “revolucionarios” a los que lo usan; hasta algunos se han investido de guerrilleros, sin haber dado un solo combate. Mediante el procedimiento de la simulación creen que es suficiente para convertirse, creyendo que con esto bastaba, creyendo que la ropa los convertía en émulos de los héroes. Nada más extravagante que sujetos conservadores se presenten como “revolucionarios”. Cuando se tienen que cumplir con acciones que demandan transgresiones y transformaciones, literalmente se les cae el ropaje, quedando al desnudo, develando su concepción conservadora y colonial del mundo.
Con estas reacciones conservadoras de los oficialistas, pero también de los medios de comunicación, en estos últimos se entiende, se ha desviado la discusión. No se toca el tema en cuestión: ¿Hay crisis del “proceso” de cambio? Los que afirman que no, ya lo resolvieron todo; entonces no hay que atormentarse. Los que consideran que asistimos a una crisis política, tienen la obligación de comprender la composición, la “estructura”, el devenir mismo de la crisis; auscultando las posibilidades y capacidades para responder al desafío. Es entonces ésta la discusión. Con lo que volvemos a contrastar discurso y “realidad”, políticas públicas y Constitución, finalidades del “proceso” de cambio y prácticas políticas[3]. Si se evidencian los contrastes, por lo menos, la tarea es buscar corregir los “errores”, sobre todo desde la perspectiva gubernamental. No ocultarlos con argumentos tan pueriles como atribuir la critica a la conspiración de la derecha o que se quiere afectar al presidente, como un dramático senador dijo. Ahora bien, si los contrastes son mayúsculos, que ponen en peligro el decurso político, la oportunidad de transformar las condiciones de posibilidad histórica, entonces se requieren tomar medidas de emergencias, como aquellas que tienen que ver con la reconducción del “proceso” de cambio.
[1] Libro de Álvaro García Linera, publicado por la Vicepresidencia del estado Plurinacional de Bolivia.
[2] Raúl Prada Alcoreza: Disyuntivas del momento político. Bolpress; La Paz.
[3] En lo que respecta al concepto de proceso y a las finalidades inherentes, nos hicimos una autocrítica en Reflexiones sobre el “proceso” de cambio. Bolpress 2013; La Paz.