Flechas yurakarés
Alejandro Almaraz
En respaldo a la decisión gubernamental de expulsar a Usaid del país, abundan los antecedentes de injerencia estadounidense en los asuntos internos de Bolivia y de todos los países del mundo. Entrometerse en la política de otros países es lo menos malo en la trayectoria de la potencia que ha impuesto su poder cubriendo al mundo entero de guerra, opresión y muerte. Esto, no obstante, no exime al Gobierno de la elemental responsabilidad de demostrar la injerencia concreta de la que acusa a Usaid, por cierto, con alguna seriedad mayor que la de la lista de Quintana, casi tan cinematográfica como la de Shindler, pero bastante menos virtuosa.
Pero la decisión gubernamental deja una interrogante y una confusión. Respecto a la primera, resulta que según la abrumadora enseñanza de la historia y la realidad, mencionada por el propio Gobierno, la injerencia que EEUU y su agencia de desarrollo despliegan mediante sus financiamientos para someter a los países, antes que dirigirse a la digitación de los políticos del llano, se dirige a la influencia en los gobiernos, indispensables para alinear las políticas de sus respectivos estados detrás de las estrategias e intereses norteamericanos. Sin embargo, el Gobierno de Evo Morales ha recibido el financiamiento de Usaid para su gestión durante más de siete largos años, no obstante denunciar su rol injerencista y amenazar con su expulsión reiteradamente.
Así ha ocurrido, cuando menos, con las gestiones de los ministerios de Desarrollo Rural y Justicia. Por lo visto Usaid, que no financia revoluciones ni gobiernos como los de Venezuela, Cuba o Irán, seguramente porque no quiere ni la quieren, sí estuvo dispuesta a financiar al Gobierno de Evo Morales, y éste recibió su financiamiento durante más de siete años de “revolución antiimperialista”. ¿El dinero de Usaid, que cuando llega a un opositor lo convierte en agente norteamericano, se vuelve inocuo o hasta patriótico cuando llega al Gobierno de Evo Morales? O, si se prefiere, ¿el imperio, mediante Usaid, financia a sus amigos y también a sus enemigos?
Más intrigante aún, durante estos siete años, según el mismo Gobierno, Usaid se dedicó principalmente a la injerencia conspirativa. Desde ya, si es altamente posible que lo haya hecho, fue durante 2008, cuando el embajador estadounidense sostenía reuniones secretas con las cabezas de la oposición insurrecta, dando justo motivo para su expulsión. La sola actitud del embajador, en última instancia jefe de Usaid, justificaba que se fuera llevándosela consigo . Pero el Gobierno la dejó conspirar cinco años más. En síntesis, ¿por qué el Gobierno de Evo Morales aceptó que Usaid conspirara contra él durante más de siete años mientras lo financiaba? ¿Por qué esperó la coyuntura electoral del final de su segundo mandato para expulsarla?
Mientras se espera las respuestas del Ejecutivo, caben algunas consideraciones al respecto. El poder de Estados Unidos, hace poco tiempo total e incontrastable, ha caído en una acentuada declinación en todo el mundo y particularmente en Latinoamérica, producto de la recomposición internacional con la que el capital afronta su propia crisis, trasladando gran parte de sus inversiones, intereses y poder a los bloques económicos de corporaciones transnacionales y estados que las sirven, emergentes en el sur, como el que se viene constituyendo en Sudamérica en torno a la égida de Brasil.
En ese marco, Usaid es en Latinoamérica un desprestigiado y empobrecido instrumento del declinante y decadente poder estadounidense. Más aún en Bolivia, donde, tal vez merced a las recurrentes amenazas gubernamentales, ha disminuido su presencia hasta niveles financieros verdaderamente insignificantes frente a las magnitudes de las finanzas públicas o de la cooperación internacional de otras fuentes. Su capacidad financiera y operativa es tan pobre que, en verdad, resulta difícil creer que pueda influir en el Gobierno o, siquiera, brindarle a la oposición lo que ésta no pueda conseguir por otros medios.
Para la administración de Evo Morales, la Usaid que acaba de expulsar es un intrascendente aparato residual cuya mayor utilidad es precisamente poder expulsarla, sin mayores consecuencias prácticas, para mostrar el antiimperialismo que pueda devolverle el electoralmente urgente apoyo popular que ha perdido por su pro imperialismo real; aquel que le ha deparado inmejorables relaciones con la banca transnacional, el FMI, el BANDES brasileño o las transnacionales del petróleo, la minería y el glifosato. Pero a esta confusión que surge de la combinación de antiimperialismo simbólico e imperialismo real me referiré el subsiguiente miércoles, por esta misma frecuencia y en el mismo horario.
Alejandro Almaraz es abogado. Fue Viceministro de Tierras.