argentina
Huelga de trenes en la estación Finlandia
Pablo Stefanoni
Las elecciones argentinas de este domingo tienen muchas dimensiones, pliegues y claves de lectura. Una es la derrota del kirchnerismo a escala nacional (pese a ser la fuerza numéricamente más votada, perdió en todos los distritos importantes, en la estratégica provincia de Buenos Aires por paliza). Otra es la excepcional elección del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), una coalición de tres partidos de extracción trotskista: el Partido Obrero de Jorge Altamira, el Partido de los Trabajadores Socialistas e Izquierda Socialista. En ocasión de las primarias hablamos en este diario de la "moda trotska” y el domingo la ola se amplió.
El trotskismo tuvo un buen desempeño a fines de los 80 con Luis Zamora pero en el marco de una alianza más amplia y con un resultado más acotado a Capital y provincia de Buenos Aires. Esta vez, de manera inédita, se ha construido una suerte de "trotskismo federal”, en una ola que abarcó a múltiples provincias y se tradujo en un bloque de tres diputados nacionales, electos por Salta, Buenos Aires y Mendoza.
En Salta, donde ya existían diputados provinciales del Partido Obrero, el resultado fue espectacular: el FIT quedó a un punto del ganador en la categoría diputados, con casi el 20% de los votos. Más sorprendente es el caso de Nicolás del Caño en Mendoza, un joven de 32 años que logró la hazaña de duplicar el resultado de las PASO y superar el 15% en una provincia conservadora, donde el tradicional Partido Demócrata realizó un spot directamente macartista dirigido al candidato trotskista, en el que lo acusaban de no haber nacido en Mendoza (es cordobés) y de querer transformar a la provincia en una nueva Cuba.
Con estos resultados, el FIT ingresaba a varios parlamentos provinciales (Capital, Mendoza, Jujuy, Chaco, Santiago del Estero) y lograba buenos resultados con la candidatura de Altamira, que no llegó por poco a ocupar una banca por la ciudad de Buenos Aires.
Las causas de este fenómeno particular (en ningún país del mundo hoy el trotskismo podría soñar con resultados parecidos) tiene varias explicaciones posibles. Una de ellas es la defección ideológica de la centroizquierda, que se recluyó en un discurso anticorrupción más centrado en interpelar a la centroderecha que a la izquierda. En ese marco, el FIT logró "apropiarse” del término izquierda, que sigue interpelando a buena parte de los votantes. Más aún en el actual contexto latinoamericano.
Pero en el caso del interior posiblemente hayan influido otros fenómenos sociopolíticos de mayor alcance, como el aumento de las poblaciones universitarias y los cambios sociodemográficos, junto a la emergencia de sectores de trabajadores y jóvenes que cuestionan el orden establecido. Si duda, en esas provincias un centroizquierda aliado a la Unión Cívica Radical no tiene nada de particularmente atractivo para quienes quieren romper con el orden "feudal”.
Tras de todo esto hay avances de la izquierda en comisiones internas de los sindicatos y en las universidades, sumado a un largo trabajo territorial que se profundizó desde 2001. Una expresión dramática de esa trayectoria fue el asesinato de Mariano Ferreyra en 2010 a manos de la patota de la burocracia sindical ferroviaria de José Pedraza, hoy en prisión condenado como autor intelectual.
Estos resultados ponen en otro nivel de responsabilidad a una izquierda que por la escasez de votos era testimonial en las grandes ligas de la política. No cabe duda que muchos, quizás la mayoría de sus votantes, no se sienten parte de la izquierda radical, pero decidieron dar una oportunidad a una izquierda que se presenta como anticapitalista.
El desafío ahora es contener a esos votantes para poder crecer combinando posiciones socialistas con apertura mental hacia los cambios que viven las sociedades actuales, que ponen en tensión muchas de las premisas del socialismo tradicional. Algunos de esos cambios se vieron en una campaña electoral más adaptada a los nuevos tiempos.
Ahora el Parlamento tendrá el ansiado bloque "obrero y socialista” con el que el trotskismo soñó durante largas décadas. Como dijo hace poco Zygmunt Bauman, es necesaria una nueva batalla cultural de la izquierda frente al "imaginario burgués”. En Argentina, con casi 1.200.000 votos, la izquierda radical tiene una gran responsabilidad en esa tarea.
Pablo Stefanoni es periodista