La gran contradicción del mundo contemporáneo está planteada hoy en Grecia. La vida de los pueblos o el gran capital.
Por Gabriel Ángel
Dicen que Tales de Mileto midió una pirámide en Egipto tomando la extensión de su sombra proyectada en la arena, luego de comprobar el momento en que su propia estatura corporal coincidía con su sombra. Fue geómetra y astrónomo. El pionero en pronosticar con exactitud la fecha de un eclipse, aunque su mérito fundamental estriba en haber sido el primero que se atrevió a contradecir las explicaciones mitológicas del mundo y del hombre.
El haberse preguntado por la sustancia básica de que estaban hechas todas las cosas lo convirtió en el padre de las ciencias. Y lo coronó como el primer filósofo conocido de la historia. Aquello sucedió unos 2600 años atrás. Pero resultó de trascendencia extraordinaria para la humanidad. El camino que comenzó a recorrer Tales sirvió para edificar las sucesivas concepciones del mundo y la sociedad que han iluminado al hombre hasta nuestros días.
Nadie niega el papel fundamental del pensamiento clásico griego en la construcción histórica de occidente. El alcance de Aristóteles llegó incluso a los tiempos modernos. Pese a ello, de algún modo podría pensarse y decirse que todo aquello pertenece al pasado, que la Grecia de hoy es asunto de turistas, historiadores y museólogos. Que la gloria de su sabiduría se estancó tras los siglos para ser apenas objeto del recuerdo.
Sin embargo, veintiséis siglos después de Tales, encarnada en su pueblo, en sus trabajadores, en sus desempleados y jubilados, la sabiduría de Grecia se levanta nuevamente orgullosa ante Europa y los demás imperios, para increpar a las poderosas corporaciones financieras transnacionales, esos intocables dioses de la época contemporánea, que sus planes de ajuste y salvación riñen con la verdad, que no son más que una falsa mitología interesada.
Grecia ha vuelto a ser el faro que señala a la civilización el camino. La primera nación que se pone de pie para rechazar el criminal saqueo que implican para su pueblo las imposiciones del resto de la Unión Europea. Los grandes bancos alemanes y franceses que en busca de la valorización de sus capitales han prestado o financiado a Grecia durante décadas, son los únicos responsables de la situación actual. Sólo los ha inspirado la codicia.
La misma codicia que denuncian hoy en sus movilizaciones miles y miles de ciudadanos norteamericanos que marchan contra las consecuencias de la globalización neoliberal. Los mitos creados por las grandes corporaciones transnacionales del capital comienzan a derrumbarse. El imperialismo, ese dominio de los grandes centros del poder financiero sobre el resto de la economía y la sociedad, ya no podrá seguir ocultando su naturaleza explotadora.
Ya no se trata de comunistas o anarquistas enajenados por una ideología extremista, como se llegó en una época a considerar a quienes levantaron las banderas de la soberanía y la independencia de sus países. Ya no se los puede acusar de idiotas útiles de las expansiones soviética y china hacia el control del mundo. Es gente corriente, desempleada, agobiada de impuestos, privada de la seguridad social, incapaz de pagar la salud, la educación o la renta.
Se trata de millones de seres humanos asfixiados por las deudas a crédito y las hipotecas que los medios de comunicación les vendieron como paraísos en la tierra. De pronto semejante masa angustiada toma conciencia de que no va a poder pagar cuanto debe. Justo cuando además se les anuncia que sus puestos de trabajo, salarios, garantías laborales, prestaciones, pensiones y subsidios estatales van a ser recortados significativamente o anulados.
Todo eso sucederá sólo para que las grandes corporaciones financieras del extranjero que llegaron a su país a apoderarse primero de sus recursos naturales, después de sus empresas y bancos, de sus servicios públicos, de su comercio, de su producción agropecuaria y hasta de su cultura, sigan incrementando su cuota de ganancia y estén en condiciones de competir con otros pulpos económicos que amenazan con desplazarlos del mercado.
Porque ese es el verdadero problema que sale a relucir ante el mundo como consecuencia del clamor de los griegos. Que unas poderosas compañías transnacionales que monopolizan ramas enteras de la economía mundial, en su pugna por lograr el control total, se encuentran empeñadas en valorizar sus capitales del modo que sea, a costa del saqueo de todas las naciones y la explotación extrema del conjunto de los trabajadores de la Tierra.
Y que esa competencia brutal denominada competitividad ha conducido al caos planetario. Se destruye el medio ambiente natural y social, se arrebatan a los pueblos débiles sus recursos estratégicos, con los más pueriles pretextos, cuando las compañías se lo exigen así a los gobiernos que las representan, se avizora otra monstruosa conflagración inter imperialista, se imponen por doquier las más infamantes condiciones de trabajo.
La lógica del gran capital comienza a romperse por todas partes. Y los grandes financistas consideran que la única forma de salvar sus negocios es trasladando al resto de la población mundial sus pérdidas. Es esa la solución a la que los griegos se oponen frontalmente. Esa lógica estatal de salir a auxiliar a los banqueros con centenares de miles de millones de dólares que luego pagarán sus pueblos con alzas de impuestos y recortes de todo orden.
Se acabó, no va más, resuelve el pueblo griego que empuja a su gobierno a considerar la posibilidad de un referendo. La sola idea aterra a las grandes potencias. Que los pueblos del mundo tengan la oportunidad de rechazar sus imposiciones. Por eso se muestran absolutamente refractarios a la idea, gruñen y amenazan. La gran contradicción del mundo contemporáneo está planteada hoy en Grecia. La vida de los pueblos o el gran capital.
Estamos con el pueblo griego. Apoyamos su resistencia y apostamos a su triunfo. El violento e injusto mundo de hoy tiene que cambiar. Sobre todo aquí, en Latinoamérica y Colombia, donde también los TLC, la deuda, las privatizaciones, la precariedad laboral y la guerra se empeñan en reinar para siempre. Hace 26 siglos la especie humana tomó conciencia de sí en Grecia, se trata ahora de salvarla. Todos los pueblos del mundo estamos obligados a unirnos.