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El falso dilema bicentenario entre liberales y conservadores

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COLOMBIA

Por Javier Calderón Castillo*

Han pasado las elecciones del congreso de la república y las de primera vuelta presidencial. Las enseñanzas ya son muchas sin que haya terminado el episodio final que tendrá lugar el próximo 15 de junio. Se debe tomar nota atenta de esos hechos como estímulo al aprendizaje académico-político del sistema político colombiano, porque es allí donde en los próximos años libraremos intensas batallas políticas. Por ahora, es preciso resaltar algunas de esas situaciones para visualizar con mediana claridad lo que se avecina en la segunda vuelta y los argumentos que ayuden a las definiciones colectivas y subjetivas.

Lo estructural

 El Estado como botín: Existe una recurrente utilización de los bienes y riquezas estatales en beneficio de las campañas electorales. Tal y como se ha dicho en la literatura sociológica e histórica 2, el poder dominante en el país se relaciona con el Estado y la Sociedad con la razón instrumental anclada en el más mezquino de los fines: Usurpar y enriquecerse con los tesoros nacionales. En el correlato actual es el uso sistemático de la corrupción que vacía los presupuestos municipales, departamentales y nacionales, al igual que entregar a multinacionales el oro, el coltan, las tierras raras (utilizadas para la fabricación de celulares) y los pocos hidrocarburos que quedan.

A diferencia de otros países latinoamericanos, en Colombia no se formó una burguesía con perspectiva nacional, lo que predominó con mayor fuerza desde la derrota liberal en la famosa guerra de los mil días 3, fue más bien una clase dominante protoburguesa pero con características oligárquicas, plutocráticas y como sabemos derivada en mafiosa.

Por ello, las dos ideas predominantes (liberal-conservadora) corresponden a ese pensamiento, que además es inflamado de catolicismo, de arrogancia y violencia. Por ello, hoy sigue predominado el bloque de poder que representan tanto Santos como Uribe-Zuluaga, que siguen en disputa para hacer del país o más neoliberal o más conservador, no para construir una alternativa.

En consecuencia, la lucha por el control del presupuesto nacional, por tener poder de decisión de las concesiones minero-energéticas y de las tierras de propiedad del Estado son las principales causas de la lucha del bloque de poder. No son la guerra y la paz, como se viene diciendo, porque nadie puede asegurar que el plan de Santos sea cambiar éste sistema político, durante los últimos cuatro años la guerra se ha intensificado y no ha habido ningún gesto de paz del gobierno, tan sólo sentarse a dialogar con las FARC-EP, algo que está demostrado también pretendía hacer Uribe.

La violencia como articulador del sistema político: Estamos presenciando una pelea de pandilleros o mafiosos que no son nuevas, aunque si escandalosas. Vale la pena recordar que este sistema político está fundamentado en la violencia, veamos: en 1914 fue asesinado Rafael Uribe Uribe, en 1948 Jorge Eliecer Gaitán, en 1987 Jaime Pardo Leal, en 1990 Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo, y si aún tenemos dudas, en 1994 cayó Álvaro Gómez a manos de sus más preciados amigos, esto solo para contar algunos nombres de la lista interminable.

Cuando el excomisionado de paz del gobierno de Belisario Betancur, Otto Morales Benítez se refería a los “enemigos agazapados de la paz”, estaba describiendo a todos los representantes del sistema político cimentado en la violencia: a los Santos, los López, los Gómez, los Lleras, los Valencia, los Uribe, etc. No sólo se refería a los militares y latifundistas, se refería a una cultura oligárquica de la violencia política, desarrollada desde las instituciones, que mantiene a las mayorías marginadas del debate electoral: el 60% de abstención lo demuestra.

El Terrorismo de Estado ha sido la forma en que esas clases dominantes expresan dicho pensamiento político violento y antidemocrático, es al igual que la corrupción la consecuencia de lo que he llamado la razón instrumental del poder de la oligarquía. Basados en esa doctrina organizaron las bandas paramilitares, que crecieron en dimensiones inimaginables, apoyadas además por los militares israelíes, por los norteamericanos y por la prensa hegemónica. Desde la década de los 80, tejieron una alianza macabra en los municipios entre los latifundistas, los mafiosos y los partidos políticos que hicieron parte de los gobiernos de Barco, Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos.

Los congresistas condenados, los investigados y los que aún no investigan por la parapolítica fueron parte de todos esos gobiernos, fueron senadores oficialistas siempre y son la expresión más clara de esa combinación de corrupción con violencia. Nada ha cambiado para el país, seguimos en el eterno retorno de la polarización como arma para mantenerse en el poder, por ello es preciso mostrar que estas estructuras terroristas del Estado superan el dilema de la guerra o la paz en el que quieren involucrar a los electores (no a los ciudadanos), por cuanto, Santos, Uribe y Zuluaga son partes de éste modo oligárquico del poder violento.

Los partidos políticos: El Resultado dialéctico de ese modo oligárquico del poder, que impulsa la razón instrumental de un pequeño puñado de miembros de la clase dominante, son los partidos políticos existentes en la actualidad. Durante casi 150 años este poder oligárquico se presentó en forma de bipartidismo, que con sus particularidades, representaba esos dos modos de entender el futuro del país —unos más neoliberales y otros más conservadores—. Las contradicciones que expresaban hasta la década de los 50 eran de tipo medieval, los conservadores pugnaban por un Estado católico y los liberales por un Estado seudo-católico (ni siquiera laico). Pero, ambos coincidían en mantener la dependencia con Estados Unidos, mantener una economía primarizada sosteniendo las formas más atrasadas de producción agropecuaria.

Hoy se conserva ese sistema político bipartidista, aunque ampliado, según la categoría de Giovanni Sartori. Este teórico de los partidos políticos nos enseña que las características de los sistemas políticos no están definidas por el número de partidos, sino más bien por las posibilidades reales de competencia electoral. Por ello, tenemos un bipartidismo del siglo XXI constituido entre un seudo-partido conservador llamado Centro Democrático (en el que la candidata del viejo partido conservador está incluida), y un seudo-partido liberal llamado de la Unidad Nacional (incluidos algunos políticos de la franja verde o de la franja amarilla).

Los debates no cambian demasiado, a cambio de Laureano Gómez tenemos al procurador Ordoñez y a cambio de Lleras y Santos, tenemos a Santos y Lleras. Unos propugnan por un país más conservador hacía adentro y más neoliberal hacía afuera y los otros a secas nos prometen neoliberalismo.

Se me criticará que no contemplo al Polo Democrático y a la Alianza Verde, pero, ambos son movimientos ligados a la escasa clase media (Peñaloza y Clara López) y la escasa burguesía con producción nacional (MOIR4). Que sin duda son experiencias valiosas que nos aportan datos importantes para construir una alternativa política nacional, pero, que no son la alternativa. En el pasado existieron experimentos como la Alianza Nacional Popular ANAPO en los 60-70 y el Movimiento Revolucionario Liberal MRL, los cuales terminaron confluyendo y conviviendo en el mismo sistema político por su desinterés de transformar el régimen.

También se estarán preguntando porque le llamo partidos políticos al Centro Democrático y a la Unidad Nacional. En esencia porque ellos se autoproclaman partidos, pero, en realidad basados en la teoría política sobre el sistema colombiano y en las teorías generales de los sistemas políticos estamos ante, coaliciones de la clase política, tal y como denominaba Gaetano Mosca a las élites del poder.

Este es otra de las razones de peso para explicar la abstención electoral y para extraer una enseñanza de la coyuntura electoral: Mientras no existan verdaderos partidos que articulen las voluntades e intereses de la sociedad, las mayorías se abstendrán de participar de las elecciones, por cuanto las consideran extrañas a su subjetividad y lejanas a sus realidades territoriales. En términos sociológicos la no existencia de partidos con estructuras fuertes y con programas estratégicos de país, nos da pistas del porqué la sociedad no se motiva a participar.

Otras razones estructurales: Es preciso dejar planteados otros asuntos estructurales, en especial, para impulsar a que los lectores revisen algunos asuntos de la historia política

 Movimiento Obrero Independiente Revolucionario.

El desinterés popular por las elecciones no es la única razón de la abstención colombiana, tampoco es exclusivo el papel que implica la inexistencia de partidos políticos que motiven la militancia en programas y doctrinas.

Tenemos que hablar de la cuestión nacional, algo que generalmente está por fuera de los análisis de la izquierda, pero que resulta ampliamente explicativo para entender lo que nos ocurre en la actualidad. Producto de intereses de las clases dominantes para desarticular la construcción nacional, estamos ante un país dislocado culturalmente, con fracturas en el desarrollo de las fuerzas productivas, que ha sido alimentado por la fatal explicación chovinista de que los países son malos, los rolos arrogantes, los caleños sobradores y los costeños perezosos, cuyo resultado es que no podemos juntarnos a construir nación. La lucha contra la clase trabajadora no sólo se ha dado con los asesinatos de líderes sindicales, o con la desindustrialización del país, o con la pavorosa flexibilización laboral, también nos han quebrado la posibilidad de reconocernos y encontrarnos como clase trabajadora colombiana, propia de una nación con objetivos comunes, así fueran antagónicos a los trabajadores.

Otro tema que queda por analizar es la situación de las llamadas instituciones colombianas. Estas se encuentran en crisis permanente, porque todos los sectores de poder usan a su acomodo la Procuraduría, la Fiscalía, el aparato de justicia y los corruptos ministerios, gobernaciones y alcaldías. La razón de que ese entramado de corrupción y de debilidad institucional no haya hecho colapsar el país, es que han utilizado la fórmula militar como mecanismo de unidad estructural institucional. Se deja planteado para el debate que los militares tienen tanto poder en el país que no han necesitado imponer una dictadura, y sus familias viven en un país simbólicamente distinto al nuestro: ellos viven en el keynesianismo militar, nosotros en el feroz neoliberalismo. ¿Santos o Zuluaga cambiarán esto?

También es conocido el papel de los medios masivos, quienes alientan la desintegración de lo que podría ser la nación y desmotivan cualquier intención de cambio, alimentando el sentido de la acción fascista que consiste en la profundización autoritaria de lo establecido. Los sectores sociales que pretenden transformar el país, deben pensar con detenimiento lo queé proponen y cómo lo proponen.

Sobre la coyuntura electoral

Dicho lo anterior es preciso analizar que ha pasado en términos concretos en las pasadas elecciones y hablar acerca del camino o los caminos que deben tomar los movimientos populares colombianos, y por qué no brindar algunos elementos para que las organizaciones populares de nuestra América analicen con detenimiento sus posiciones.

Los números: Superando el análisis de la abstención, es preciso decir que el 40,07% que votó, dividió sus opiniones así: 29,25% por el Centro Democrático, 25,69% por el Partido de la Unidad Nacional, 15,52% por el Partido Conservador, 15,23 por el Polo Democrático, el 8,28 por la Alianza Verde y el 5,99% en Blanco.

En las 5 principales ciudades del país la votación fue muy baja, destacándose Barranquilla que es la ciudad más grande de la costa caribe colombiana, donde votaron tan sólo el 22,63% de ciudadanos. La distribución de las votaciones deja ver que el país no entró en la polarización que la prensa hegemónica impuso entre Zuluaga y Santos, destacándose que el Polo Democrático recuperó parte de la votación que acompañó a Carlos Gaviria en 2006. Donde los votantes están menos constreñidos por el clientelismo, el paramilitarismo y donde existen mejores niveles educativos la votación por el polo muestra un repunte como en Cali o Bogotá.

Por su parte, les invito a ver las votaciones en Casanare, Boyacá, el magdalena medio antioqueño, del sur de Bolívar, entre otros lugares para ver cómo el mapa paramilitar y de intereses de los agro-negocios desbalancea el panorama electoral.

Más allá de las cifras, el resultado mantiene en relación con las elecciones de 2010 los 9 millones de votos con los que cuenta el bloque de poder (Centro Democrático, Partido de la U, Partido Conservador), mientras que los sectores emergentes como el Polo Democrático y el Partido Verde mantienen los 3 millones de votos que vienen teniendo históricamente dependiendo de los candidatos y del grado de competencia electoral (un poco más obtuvo Antanas Mockus en 2010).

Esto demuestra que ni el Uribismo es victorioso ni tampoco amplió su caudal electoral, lo que puede dejar claro el resultado es que existe un disenso en el bloque de poder al igual que lo tuvieron en la década de los 30 o en los años 80. Lo cual debemos mantener en observación, para determinar con claridad si en efecto es una ruptura de fondo, o si se recompondrá pronto como ocurrió con el Frente Nacional en los 50 o con la constituyente de 1991.

Sobre el debate para la segunda vuelta: Se advertía ya que debemos analizar con detenimiento la aparente ruptura del bloque de poder, o al menos las fisuras existentes entre el sector lumpen-burgués mafioso liderado por Uribe y entre el sector neoliberal modernizador liderado por Santos. El debate electoral tomó un rumbo escandaloso con las sendas acusaciones perpetradas desde ambas campañas, las cuales a todas luces son una guerra de mafias que se conocen y que saben de los alcances que tienen sus contendores, sus antiguos aliados.

Ambas campañas, apoyadas por los medios hegemónicos, salieron a mostrar el dilema principal entre guerra y paz, tratando de sumar apoyos en el electorado del Polo y la Alianza Verde, así como el del conservatismo. En esa polarización, e impulsados por el chantaje mediático, importantes sectores y dirigentes/as políticos/as del campo democrático o de izquierda, no dudaron en apoyar a Santos con el argumento de apoyar la paz, algo que sin duda es respetable. Sin embargo, tal razonamiento resulta superficial y siguiendo todo lo que se ha venido planteando, es preciso advertir que la llave de la paz no la tiene Santos, sino el pueblo colombiano en las calles.

Por otro lado, la conservadora Martha Lucía Ramírez, jugó con la baraja descubierta, todos sabían que trabajaba por impulsar el electorado hacia el uribismo, aunque los congresistas conservadores, trabajaban por tener una campaña “independiente” que les permitiera negociar mejor en la unidad nacional que respalda al presidente Santos.

Por su parte, el Polo Democrático ha hecho guiños electorales, pero han decidido dejar en “libertad” a sus electores, más por divisiones internas que por ganas de definirse. Clara López votará por Santos y los sectores que ella representa la seguirán, mientras que el electorado del MOIR cuyas posiciones son más cercanas al uribismo (no acepta la existencia del conflicto social y armado y representan a sectores del campo aliados con facciones de derecha que apoyaron al uribismo entre 2002 y 2010, como los arroceros y algodoneros).

Lo mismo ocurre en la Alianza Verde, que tiene corazón uribista y pretensiones modernistas neoliberales como el Santismo, el progresismo en cabeza de Navarro y Petro están con santos y los sectores peñalosistas se dividirán entre las dos opciones.

Así las cosas la elección apunta a estar reñida y se resolverá en las negociaciones de los senadores y representantes a la cámara por prebendas. El que saldrá más maltrecho será el presupuesto nacional que se repartirá de antemano como ya lo advertíamos anteriormente. La opinión pública servirá en el caso de los electores de clase media y que no están atados a la clientela, que la verdad no son muchos. Lo demás estará definido no por el dilema ético de la guerra y la paz, sino por la práctica de repartirse nuestros impuestos entre la clase política.

Todo indica en ambos casos que Santos tiene el sartén por el mango. Salvo que los Estados Unidos y las clases dominantes colombianas estén pensando en incendiar la región poniendo un ventrílocuo de la guerra como presidente colombiano. Algo que no sería un cálculo político muy certero, puesto que Zuluaga no tendría el consenso oligárquico que en su oportunidad tuvo Uribe en el 2002, y no contaría con las mayorías parlamentarias para gobernar.

Tampoco tendría el apoyo internacional que tuvo Uribe y que tiene Santos, más bien quedaría aislado de entrada con sus posturas guerreristas y anti-latinoamericanas. Con todo lo anterior, todo apunta a que el ganador sea Santos, lo cual deja un gran interrogante para seguir conversando y escribiendo ¿será Santos el presidente de la Paz? O ¿será el presidente que los Estados Unidos necesita en ésta etapa de la ofensiva contra los cambios de América Latina?

La agenda que el país necesita es la que impulse la estructuración de un nuevo régimen democrático que estructure el debate político, permita la competencia electoral, deseche de una vez por todas la corrupción y el clientelismo que tienen secuestrado al Estado desde hace más de 150 años, que construya las bases de la nación, disminuya el poder de las fuerzas militares y oriente al país a un acuerdo posneoliberal que saque de la pobreza a las mayorías.

Por todo lo anterior y como epílogo para otra parte de este escrito, los sectores sociales más consecuentes del movimiento popular colombiano como la Marcha Patriótica o el Congreso de los Pueblos no deberían darle su respaldo a Santos. Con la hoja de ruta trazada en la Cumbre Agraria Étnica, Campesina y Popular el camino a seguir es articular las luchas que se avecinan, potenciando el poder popular para una constituyente que empiece el viraje hacía un país distinto e impulse los cambios que se vienen tejiendo desde abajo hace ya varias décadas. La izquierda no es la responsable si Santos pierde o gana, la izquierda no es la responsable de las disputas del bloque de poder. Eso sí, somos responsables de proponerle un país distinto al 60% que no votó, a aquellos que siguen votando por falsas promesas y a la clase media que desde hace años viene tratando de buscar respuestas en el Polo Democrático.

* Investigador de la Universidad de Buenos Aires, Magister en Sociología y Candidato a Doctor en Ciencias Económicas.

Notas:

2 Es preciso revisar lo planteado por Pierre Gilhodes, Daniel Pecaut, Hésper Pérez y Francisco Leal Buitrago.

 3 Cruenta guerra librada entre liberales y conservadores, disputada entre el 17 de octubre de 1899 y el 21 de 

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