Memorias del muro
Alonso Contreras Baspineiro
A. Benjamín Fernández, el “Comte” boliviano, no se le habría ocurrido que esta corriente filosófica —el comtismo— entremezclada con el spenciarismo, allá en las postrimerías del siglo XIX, daría pie a una de las formas más sofisticadas de discriminación, cuando no apartheismo racial de las elites blancas bolivianas en contra de la masa de indígenas, aimaras sobre todo.
El profesor que enseñaba en la universidad pública de Sucre había tocado quizás sin proponérselo una teoría en boga, allá en Europa, entre 1880 y 1910: el darwinismo social. Mediante esa teoría se trataba de encontrarle una respuesta científica a la supervivencia del más apto, planteado por Darwin para explicar la preeminencia genética de unas especies sobre otras, pero aplicado al plano social, humano.
A los pensadores positivistas bolivianos que desde el coloniaje habían arrastrado un morbo mental por encontrar la supremacía de los gamonales asentados en las ciudades sobre la masa de indígenas que conformaban la mayoría del territorio boliviano, no les preocupó demasiado explicar en las universidades la clasificación y documentación de especies nativas en el ámbito de la flora y la fauna, y se enfrascaron en una campaña de endiosamiento de los “nobles karapanzas” en contra de los indios picoverdes. La teoría del darwinismo social les vino como el anillo al dedo.
El francés Alcides D’Orbigni, conocido por haber incursionado en tierras orientales bolivianas en busca de especies botánicas, le da un viso de cientificidad a los estudios sobre genética en Bolivia. Los exegetas nativos del darwinismo social, Gabriel René Moreno y Nicomedes Antelo, se aferran a esos estudios para emplazar sus teorías discriminatorias en textos de geografía que abarcan el contexto político del Alto Perú, inclusive. Hay una marcada preeminencia de aporte teórico que viene de Santa Cruz en esta etapa.
La región occidental recupera su sitial de importancia en el contexto científico boliviano con la creación de la Sociedad Geográfica de La Paz, en 1889. Autores como Agustín Aspiazu, Nicolás Armentia y Carlos Bravo, al adentrarse en tierras bajas para ampliar sus estudios, se dejan salpicar por el darwinismo social de los orientales.
Influencia del darwinismo social
En Europa, entre tanto, la influencia del darwinismo social va dejando su estela de nocividad entre quienes lo proclaman como teoría para sustentar sus aprestos racistas. Surge el nacional-socialismo de los seguidores de Hitler y Mussolini que, bajo esta doctrina, intentan implantar la hegemonía de la raza aria, y sentencian al aniquilamiento a castas sociales que consideran subalternas, como la judía.
Pero el darwinismo social no es sólo empleado por los aplicados alumnos del nazismo y el fascismo de Hitler y Mussolini. Se lo usa también en círculos socialistas como pretexto para desacreditar a sus máximos representantes, Marx y Engels, de quienes Armand Boucher, un socialista francés, dice que son impulsores del crimen organizado al plantear la lucha de clases como ideología central de sus postulados.
En Bolivia, por ese tiempo, se alimenta el ideario nacional con la teoría del darwinismo social, en publicaciones que aparecen en las bibliotecas ya no sólo de La Paz y Santa Cruz, sino también en Sucre y Cochabamba, con las obras de Modesto Omiste y Gabriel René Moreno, de clara tendencia pro-terrateniente, mejor dicho, gamonal.
Se usa la craneometría, como argumento falaz de la supuesta superioridad del caucásico sobre el indio, cuya capacidad craneana pesaba entre cinco y diez onzas menos que la del blanco, lo cual influía en la pobreza de su sangre y lo limitado de sus condiciones psíquicas. Bajo esa teoría se establece que tanto el indio como el mestizo no aportan para nada en la escala efectiva del progreso y que están condenados al exterminio para dar paso a la raza blanca.
José Manuel Pando, jefe del Partido Liberal, asimila literalmente ese panegírico al descendiente de la raza anglosajona y propone la eliminación progresiva de los indios en la región oriental. No es casual, entonces, que en 1892 se produjera la masacre de los chiriguanos en tierras del Chaco. Los sobrevivientes de esa milenaria etnia (o pueblo indígena) fueron vendidos como esclavos a los dueños de los siringales en el Beni para la explotación del caucho.
Con el fin de flexibilizar el contenido xenófobo, discriminador y criminal del darwinismo social en Bolivia, que ya había comenzado su primera incursión sangrienta, algunos seguidores de esta doctrina, proponen instruir al indio para que de esa manera se ensanchara su capacidad craneana y, por tanto, tuviera posibilidades de ser insertado en el mundo civilizado.
Darwinistas criollos
Consecuentes con esa corriente de defensa del indio, una pléyade de escritores entre los que se cuentan Alcides Arguedas y Rigoberto Paredes, enfocan su resentimiento contra los mestizos. Ellos entienden que la mezcla de la raza blanca con la indígena, produjo esa lacra social que se encarga de castigar a los propios depositarios de su cultura. Para Arguedas, el aymara es un ser perfecto, puro, libre de complejos y vicios que son propios de los mestizos. Sus obras Pueblo Enfermo y Raza de Bronce son una prueba fehaciente de esos “principios”. En la misma línea se encuentra Franz Tamayo.
A contracorriente de Arguedas y Tamayo —defensores naturales del aymara— otros intelectuales proponen la supremacía del quechua, y consideran que una “cholificación” de los indígenas lograría ciudadanos preparados para encarar el progreso de Bolivia.
Entonces, esos enunciados de la dignificación del aymara, como del quechua, no pasaban de ser un simple saludo a la bandera. En la práctica, los indios de los valles y de la puna continuaban discriminados, ignorados y explotados, como mano de obra barata. Ministerios y oficinas públicas eran recintos sagrados de los blancos e instruidos. Los marginados del campo, analfabetos y sin credencial, no tenían derecho a votar en las elecciones, trabajaban en la propiedad agraria del patrón y, no pocas veces, sus incipientes movilizaciones de protesta eran castigadas de manera severa, sino a través de escarmientos corporales, con masacres digitadas desde lo gobiernos sirvientes de los intereses gamonales.
Para ser consecuentes con la historia, los darwinistas sociales en Bolivia, pasan de ese conglomerado de teoría y literatura pro-terrateniente a la práctica, a partir de la Guerra Federal de 1899, que enfrenta a paceños y sucrenses. En esa contienda, que incluye a pobladores del altiplano norte contra gente del sur, hay una figura indígena descollante: Pablo Zárate Willca. Siguiendo los pasos de Túpac Katari, enfrenta a los “alonsistas” conservadores. Después de una inicial victoria de los liberales, Zárate Willca es engañado y hecho prisionero, hasta su ejecución en la plaza de Mohoza, junto con otros luchadores indígenas.
La masacre de Ayo Ayo, es otra muestra de descontento social de la masa indígena, y otra oportunidad para que los blancos, encarnados en la figura del presidente Pando, exterioricen sus lecciones de darwinismo social. La Guerra del Acre es una continuación de esa política en un plano internacional.
El darwinismo social en tiempos contemporáneos
En años posteriores, la persecución y ensañamiento de los propulsores criollos del darwinismo social se extiende a los mineros. La masacre de Uncía, en 1943, durante la presidencia de Mamerto Urriolagoitia es el comienzo de una escalada de incursiones en los centros mineros de la Comibol, incluso hasta después de la Revolución de 1952. La masacre de San Juan, en la gestión de René Barrientos Ortuño, establece la persecución sistemática en contra del sindicalismo minero, el más organizado y combativo en el escenario boliviano.
La ultraderecha, aliada del darwinismo social, desmorona el incipiente proceso democrático para entronizar una generación de dictadores militares a cual más sanguinario. En el contexto latinoamericano, y bajo la doctrina de la seguridad nacional impulsada por la Escuela de las Américas, se procede a la eliminación física de cuanto líder de izquierda se hubiera osado a intentar implantar un sistema socialista. Surgen las figuras tristemente célebres de Stroessner, Videla, Pinochet que siembran de luto y terror sus países.
Bolivia no podía ser la excepción y con la batuta de Hugo Banzer Suárez, en primera instancia, y Luis García Meza posteriormente, se procede a extirpar del país cualquier apresto de insurrección social dirigida a combatir la hegemonía empresarial y ultraderechista. Esa es una forma solapada de darwinismo social. Ya no se combatía sólo al indio —aymara o cholo— por razones étnicas o raciales, se había extendido esta doctrina mal empleada del pensamiento darwinista hacia esa otra capa social: los pensadores de izquierda. La idea era obvia, se buscaba eliminar al “autor intelectual” de los movimientos insurreccionales en Bolivia.