Primera parte:
Alberto Rabilotta
Cuando el Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, anunció que su gobierno firmará un acuerdo de colaboración con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y que Colombia eventualmente entraría a esa organización belicista, a la sorpresa siguió una reflexión que ordenó partes del rompecabezas que faltaban en el diseño del destino que el decadente imperio estadounidense quiere asignar a Latinoamérica y el Caribe, o mejor dicho, a esos países de nuestra región que han osado adoptar políticas socioeconómicas que favorecen el desarrollo para reducir la pobreza.
Países que defienden la soberanía nacional para garantizar los márgenes necesarios de independencia frente al neoliberalismo, y que ponen parte de la dirección de este proceso en manos del Estado, de los gobiernos y parlamentos electos democráticamente, y peor aún, que consultan el rumbo a seguir con los movimientos sociales y parecen determinados a que Nuestra América sea per secula seculorum una región de paz, diálogo, equidad económica, justicia social, solidaridad y amistad entre pueblos hermanos.
La primera y básica reacción fue que con su declaración, Santos confirmó las denuncias sobre las injerencias y planes subversivos de EE.UU. y Colombia hacia Venezuela hechas recientemente por el gobierno del Presidente Nicolás Maduro. Y también que el conocido titiritero de Washington vuelve a mover los hilos de la agitación de las fuerzas reaccionarias para deslegitimar y derrocar a gobiernos electos democráticamente, como es el caso del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, el de Cristina Fernández en Argentina o el de Evo Morales en Bolivia.
Asimismo se refuerza, con la declaración de Santos, lo que muchos sospechaban, que la “tenaza” imperial está en marcha para crear las condiciones “legales” (en las cortes supremas, por ejemplo), de que seguirán las campañas mediáticas y políticas para sembrar la confusión, desestabilizar las sociedades y hacer retroceder los avances logrados en muchos de nuestros países, como por ejemplo en El Salvador.
Y es en ese contexto que Santos quiere formalizar una colaboración que el gobierno y los militares de su país tienen desde hace décadas con EE.UU. y varios países claves en la política imperial, que forman parte de ese bloque militar estando o no en la OTAN, como Israel, por ejemplo.
Sobre todo me remito al esclarecedor análisis sobre las implicaciones geopolíticas de la decisión del gobierno colombiano que hizo el doctor Atilio Borón (1), quien al mismo tiempo nos hace ver el otro elefante con el cual convivimos en el salón durante 15 años: Hasta ahora el único país de América Latina “aliado extra OTAN” era la Argentina, que obtuvo ese deshonroso status durante los nefastos años de Menem, y más específicamente en 1998, luego de participar en la Primera Guerra del Golfo (1991-1992) y aceptar todas las imposiciones impuestas por Washington en muchas áreas de la política pública, como por ejemplo desmantelar el proyecto del misil Cóndor y congelar el programa nuclear que durante décadas venía desarrollándose en la Argentina. Dos gravísimos atentados que suman poco más de un centenar de muertos –a la Embajada de Israel y a la AMIA- fue el saldo que dejó en la Argentina la represalia por haberse sumado a la organización terrorista noratlántica.”
¿El “patio trasero” de la OTAN?
Por mi parte veo que esta declaración de Santos fue hecha cuando en La Habana, Cuba, su gobierno negocia acuerdos con las guerrillas de las FARC para poner fin a algunos aspectos de la violencia política, económica y social que desde hace más de medio siglo marca la trágica historia de Colombia.
También en el momento en que se anuncia que la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) está elaborando una doctrina militar del Continente que busca precisamente liberar a las Fuerzas Armadas de Unasur de la dominación que EE.UU. ha ejercido sobre ellas a lo largo de las últimas seis décadas, y cuyo resultado ha sido la antidemocrática y sangrienta historia que han sufrido la mayoría de nuestros países.
Por todo esto, y lo que se me escapa, no es posible evitar ver un “carácter subversivo” en la posición de Santos, ni tampoco temer el resurgimiento a escala suramericana de las políticas que llevaron a disputas fronterizas entre países hermanos, al establecimiento de bases militares y a carreras armamentistas. Y a convertir a las Fuerzas Armadas en árbitro y opción de poder cuando se activan las fuerzas reaccionarias dirigidas por las oligarquías locales para revertir los cambios efectuados democráticamente por vía política y que favorecen a los sectores populares.
Por eso mismo me parece que hay muchos aspectos que estudiar a partir de la intención de Colombia de incorporarse a la OTAN, porque no importa la forma que se asegure tendrá esa participación es difícil pensar que será pasiva, sea por la extremadamente violenta historia que caracteriza a los militares y grupos de poder en ese país, sino también por la voracidad que los intereses monopolistas y transnacionales tienen sobre los recursos naturales de Colombia y la región, que además de hidrocarburos –lo cual sería suficiente para despertar los instintos de rapiña imperial-, dispone en abundancia de agua dulce, metales preciosos, tierras arables, etcétera.
Una OTAN a “geografía y membresía variable”
Recordemos que en el norte de nuestro hemisferio tenemos en “residencia permanente” a dos miembros fundadores de la OTAN (EE.UU. y Canadá), que han quedado excluidos de la Celac pero para poder seguir teniendo alguna influencia sobre nosotros no dejarán que se hunda la OEA, ese antiguo “ministerio de colonias”.
También convivimos con otras dos potencias de la OTAN. Francia –que convirtió sus colonias en Guadalupe, Martinique y la Guayana francesa- en “territorios de ultramar”-, y Gran Bretaña con su ilegal ocupación del territorio argentino de Islas Malvinas, donde dispone de una base militar.
Dato importante, estas dos ex potencias imperiales han vuelto a cultivar su larga tradición en materia de “repartirse el mundo”, como demuestra la irresistible tendencia que les aqueja a intervenir militarmente de manera directa e indirecta en el Oriente Medio y África: Libia, Siria, Mali, y con perspectivas de ampliarse a Irán.
O sea que es puro cuento eso de que la OTAN tiene una “zona geográfica” especifica para su membresía o intervenciones militares conjuntas. A fuerza la tuvo durante la existencia de la Unión Soviética, por razones de estrategia militar y porque no había otra opción que adaptarse a la correlación de fuerzas de un mundo bipolar.
Desde hace dos décadas la realidad muestra que el área de intervención de este agresivo bloque militar del imperialismo es de “geografía y membresía variable”, lo que le permite inmiscuirse y actuar donde y como quiera, con quien se deje inducir, pero siempre para proteger sus intereses y apropiarse de los ajenos.
OTAN-TPP, mismo combate y mismos objetivos
La adhesión de Colombia a la OTAN, lo piense así o no el Presidente Santos, terminará siendo un brazo de la tenaza que ha puesto en marcha el imperio. El otro brazo es la negociación para incorporar a Colombia, Perú, Chile y México al Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP, su sigla en inglés).
Kintto Lucas, Embajador Itinerante de Uruguay para Unasur, Celac, Alba y la Integración (2), subraya la importancia de Unasur como “un bloque que más allá de las diferencias políticas o económicas de los países que lo integran, ha logrado levantarse como espacio de acuerdos y entendimientos desde la diversidad y ha generado un proceso integrador diferente”, y que se trata de la “propuesta más importante de integración desde toda América del Sur” porque las anteriores –como Mercosur- “fueron condicionadas por el libre comercio, porque apostaban a eso, no a la integración”.
Sobre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el Embajador Lucas escribe que “surgió con la necesidad de consolidar un espacio amplio que promueva un proceso integrador desde la pluralidad latinoamericana, desde procesos más diversos y complejos, pero sin la tutela de Estados Unidos”, y que la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), “surgió como una propuesta frente a otro intento de imposición estadounidense como el Alca”.
Y enfatiza que “el mayor enemigo de la integración es el modelo de desarrollo (…) por ahora hegemónico (que) apuesta al libre comercio mal entendido, donde quienes dirigen el mercado terminan siendo las grandes corporaciones, la política comercial se basa en los tratados de libre comercio con las grandes potencias, tratados neocoloniales que van contra la integración y la política económica favorecen la especulación financiera, las importaciones y el consumismo.”
Por todo eso debemos analizar la declaración de Santos sobre la OTAN y la negociación de esos cuatro países para incorporarse al TPP en el amplio contexto de la “tenaza” de un imperialismo que en su etapa de “hegemonía explotadora” necesita incorporar a esos importantes países a un Acuerdo que tiene por objetivo la dominación estadounidense sobre toda la región del Pacífico, dando así la oportunidad de reconquistar una gran parte o la totalidad del “patio trasero” de EE.UU., nuestra región, del que recientemente y con tanto tacto diplomático habló el Secretario de Estado John Kerry.
Estados Unidos no está solo en este plan. El gobierno Conservador canadiense del primer ministro Stephen Harper tampoco aceptó la derrota del ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), lo que explica las subversivas agendas de Ottawa y Washington hacia los gobiernos latinoamericanos que buscan rescatar su soberanía, como quedó en evidencia en el golpe de Estado contra el Presidente Manuel Zelaya en Honduras, y en las acciones subversivas contra las políticas de rescate de soberanía socioeconómica de los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, por ejemplo.
Canadá, cabe recordarlo, es el país desde donde operan muchas transnacionales del sector extractivo (mineras, petroleras, empresas de oleoductos, etcétera), y de manera creciente las firmas del sector financiero (bancos y firmas privadas de inversiones, compañías de seguros, etcétera) presentes en América Latina y el Caribe.
Después de haber sido un país con un importante sector industrial –que no sobrevivió al Acuerdo de Libre Comercio con EE.UU.-, Canadá se ha convertido en un país cuyas grandes empresas –cotizadas en las bolsas y por lo tanto propiedad de la oligarquía financiera global-, dependen casi exclusivamente de la extracción de rentas en el exterior, aunque vale recordar que la educación para jugar ese papel comenzó hace muchísimas décadas, primero en los países del Caribe (con los bancos) y luego en Brasil (minería, generación eléctrica, etcétera) y México (petróleo).
No es un secreto en Ottawa que el gobierno Conservador defiende con uñas y convicción los intereses de esas transnacionales mineras que están provocando verdaderos desastres sociales y ecológicos en países latinoamericanos -Guatemala, Chile, Perú y Honduras, entre otros-, y también en Europa, África y Asia.
Ahora bien, si uno reflexiona un poco sobre los objetivos del TPP, como hicimos en el anterior artículo “Otoño del imperio y del capitalismo”, es evidente que el principal objetivo de ese Acuerdo (que no será Tratado para evitar que sea discutido punto por punto, analizado y puesto a votación en los parlamentos) es imponer esa “hegemonía explotadora” del imperialismo estadounidense a toda la región del Pacífico con el evidente objetivo de impedir que se extienda el (hasta ahora) exitoso modelo chino de regulación capitalista mediante el intervencionismo y la planificación estatal.
Hacia América Latina, el TPP tiene por objetivo liquidar el modelo de desarrollo que el Embajador Lucas define como “más soberano, vinculado a la producción nacional, con la idea de cambiar la matriz productiva y dejar de ser solo países primarios exportadores, con una visión desde el sur, desde nuestros países”.
Por último, y para no dejar de lado otro actor importante de la rapiña neoliberal y socio de la OTAN, o sea los principales países de la Unión Europea, hay que destacar que aun jugando banda aparte –con la propuesta de un acuerdo de libre comercio entre la UE y los países de la Celac-, en la cuestión de fondo tienen una convergencia total con EE.UU., porque la única posibilidad de concretar su ambicioso proyecto es reimponiendo el neoliberalismo a rajatabla –el neoliberalismo al estilo de la prisión de Guantánamo, con “chaleco de fuerza” y grilletes- en nuestra región.
PD: La segunda y última parte de este artículo lleva como título: Con “chaleco de fuerza” y grilletes.
Montreal, Canadá.