Yaima Puig Meneses
PRETORIA, Sudáfrica, 12 de Dic. 2013.- Dicen que en el continente africano no es costumbre invitar a nadie a un funeral, sencillamente la gente se entera y va, por cariño, por admiración, porque lo siente, sin que medien invitaciones protocolares, ni comunicados oficiales de convocatoria. Por eso hoy, cuando Sudáfrica y el mundo se despiden de Mandela, uno no puede dejar de sobrecogerse ante tanta admiración, ante tanto respeto.
Dicen los medios de comunicación que estos han sido uno de los funerales más multitudinarios, masivos y seguidos de la historia. Y es que Nelson Mandela representa, desde hace mucho, un ícono de paz, de reconciliación, de esperanza, que supo arrancar el odio de sí y responder a la maldad con sabiduría y generosidad.
Este miércoles, cuando los restos mortales de Tata Madiba fueron trasladados a la capilla ardiente instalada en el Union Buildings, la sede del Gobierno de Sudáfrica en Pretoria, el pueblo desbordó otra vez las calles y dio vivas a lo largo del cortejo fúnebre. Justamente en ese lugar Mandela fue juramentado como el primer presidente negro de Sudáfrica en 1994, hecho que puso fin a más de 300 años de dominación de hombres blancos en el país.
Allí también llega el pueblo y se acumula en largas filas que a ratos se me antojan interminables. En los rostros es posible adivinar las tristezas, pero ellos no lloran, no quieren hacerlo, porque tal y como dijo alguien a la prensa cubana, Mandela "significó para muchos la alegría y la esperanza, nunca la muerte".
Decenas de familias llegan con sus hijos, quieren que "este momento también sea parte de la historia de los pequeños para que guarden en su memoria estas imágenes", nos dijo una señora.
Por muchos años los negros le dolieron a Sudáfrica y a este continente, pero la lucha contra el apartheid liderada por Mandela les dio dignidad, les dio voz, les dio voto. El pueblo lo sabe y a las personas se les desborda el orgullo al decirlo, porque si hoy están aquí "es por él, por él somos un país como un arcoíris. Él hizo todo lo bueno por nosotros, no solamente por los negros, también por los blancos, porque la libertad es para todos".
No importan la edad, el color de su piel ni el sexo, todos quieren darle un último adiós a su Tata, como cariñosamente lo llama el pueblo. "Hoy estoy aquí para rendir tributo, para darle mis respetos a Tata, y agradezco a Dios su existencia, como también les agradezco a ustedes estar aquí para llorarlo", nos dice una joven y en sus ojos comienza a nacer una lágrima.
El pueblo sabe que Mandela lo quiso y reconoce sus sacrificios, sus luchas incansables de las cuales aprendieron a "tener compasión, a escuchar y a estar unidos de una manera u otra".
Algunos sudafricanos nos confiesan que les duele aceptar su muerte, "pero vimos a Tata sufrir mucho en los últimos tiempos y ahora estamos más tranquilos, sabemos que su sufrimiento acabó".
"Tata, estamos aquí por ti", gritan unos; "gracias, Tata, por devolvernos la dignidad", aseguran otros; "eres nuestro padre y vivirás siempre en nuestro corazón", exclaman también. Y entre tantas muestras de afecto y admiración a uno termina por estremecérsele el alma. Mandela, definitivamente, ha sido un hombre de talla incomparable. Sudáfrica lo sabe, también el mundo.