Editorial
En la línea de la denominada revolución cultural, especialmente desde el Ministerio de Educación se proclama que en Bolivia vivimos una "revolución educativa". En el mundo político del país hay marcada afición por las frases tonantes, pero con frecuencia vacías de contenido, como la que referimos.
Pero no es posible una revolución en la escuela en Bolivia sin que antes o simultáneamente no ocurra una revolución en la política, en la economía, en la sociedad y, en la conciencia social (superestructura), como su consecuencia natural.
Con habitual ligereza, los actuales operadores de la política hablan (y poco o nada hacen para su materialización) de revolución en la justicia, revolución industrial y productiva, revolución agraria, revolución democrática, revolución cultural, entre las más sonadas. Pero todas son, sensiblemente, frases, frases y frases.
Tendríamos que convenir, al menos entre los que hacemos esfuerzos para leer la realidad críticamente, en que desde el 2006 y con altibajos, protagonizamos y/o somos testigos de un proceso de reformas avanzadas al comienzo las que, en los dos últimos años y en este momento pierden fuerza y contenido democrático y popular. Reformas —subrayamos— dentro del capitalismo dependiente y atrasado que "vive y reina" todavía en nuestro pías.
Al inicio del actual proceso (para nosotros de reformas, reiteramos), incluso los dos primeros mandatarios dijeron que el pueblo o los movimientos sociales habían conquistado una parte del poder, es decir, el gobierno y que desde la Asamblea Constituyente se lucharía para conquistar todo el poder para los movimientos sociales...
Abreviamos: ahora, aunque los gobernantes prefieren callar, parece que se sienten satisfechos porque los cuatro poderes (órganos se los llama ahora) están bajo control oficialista: los órganos Ejecutivo, Judicial, Asamblea Legislativa y Electoral.
Otra precisión que cabe hacer es que el poder económico, casi intacto, sigue en manos de los sectores sociales, absolutamente dominantes ayer.
Además, aquellos cuatro poderes u órganos tienen control del Presidente y el círculo que lo rodea, pero nosotros dudamos de que el primer mandatario comparta el poder con ese colectivo. Por eso pensamos que si hay una dirección política en Bolivia, ésta es unipersonal o bipersonal. Y esta última sólo en la forma porque aquí manda el caudillo o a veces el segundo, pero por intermedio del "jefazo".
Con más rigor decimos que el primero o ambos, en este momento, para satisfacer los intereses de los pequeños y medianos propietarios (cocaleros, colonizadores, campesinos, cooperativistas mineros, transportistas, comerciantes), así como de una parte fundamental de los empresarios que tienen sus capitales en Bolivia pero, con frecuencia en sociedad con empresarios transnacionales o subimperialistas, como los que operan en Brasil.
Acotamos que, según el discurso del Vicepresidente, en Bolivia se ejerce el poder porque no se debe deteriorar la autoridad estatal.
Es necesario decir en los más distintos tonos, por los medios posibles y en los escenarios a nuestro alcance: el actual gobierno no es de todo el pueblo boliviano. Que el llamado Estado plurinacional no es tal, entre otras consideraciones porque es imposible un nuevo Estado con las mismas Fuerzas Armadas e idéntica Policía Boliviana del pasado, y de yapa, básicamente, con la vieja burocracia. No es, pues, plurinacional un Estado sin la mayoría de los indígenas y en contra de éstos.
Aunque la nueva Constitución Política del Estado es una reforma jurídica y política avanzada, no refleja la real estructura económica y social del país porque no constitucionaliza los hechos; acaso por eso el Presidente dijo por la Ley Fundamental que era un programa. Es cierto que esa ley suprema puede influir en la economía, pero no la transformará. Es, pues, la economía la que determina el cauce de la política. (No debemos olvidar que la política es una expresión concentrada de la economía, aunque ésta influye en la primera).
Dichas esas digresiones necesarias volvemos a la educación para reafirmar que su reforma, con la Ley Avelino Siñani y Elizardo Pérez es una necesidad insoslayable, pero ese empeño está lejos de ser una revolución.
Los empresarios, aliados al gobierno, no combaten a esa reforma, lo cual es ya sospechoso. A ello se suman aplausos de neoliberales connotados, entre los que destaca un ex Ministro de Educación gonista que hace días, para un programa educativo de una ONG, afirmó que la reforma de la escuela del actual gobierno en nada esencial difiere de la que los neoliberales intentaron aplicar y que sus promotores crecidas sumas de dinero. (Aunque es cierto que podemos tomar con reservas lo dicho por ese ex ministro).
Conocemos también que hay compatriotas que creen que en Bolivia contemporánea es más importante la reforma de la escuela que la reforma de la economía, lo que nos parece un error.
Decimos más, el filo progresista de la reforma no se la tiene que negar, el que se resume en la malla curricular o currículo educativo que tiene, sobre todo, cuatro componentes esenciales: nuevo conocimiento; más materias y otros temas; una metodología que comprende estudio y trabajo a la vez; y una distinta manera de evaluación y/o de exámenes (por lo que no habrá aplazamientos en el ciclo primario).
La reforma de la escuela boliviana, que debería entroncarse con una verdadera revolución, sobre todo tendría que orientarse a la articulación de una escuela para la vida y para la segunda y definitiva independencia de nuestro país y como parte de la América Nuestra. Una escuela con la forma y el contenido señalados aquí, debe ser una congregación de aprendizaje en la que se construya el conocimiento con el aporte de los miembros de la comunidad educativa. En ella todos pueden y deben aprender: estudiantes, profesores, padres de familia y otros miembros del pueblo.
En una escuela de esos perfiles no tiene que haber espacio para sobreposiciones de los conocimientos. Por eso debe considerarse incorrecto sugerir siquiera que se deje de aprehender el conocimiento científico por "occidental" y por "colonialista" o que prevalezca el conocimiento indígena originario campesino (sin comas, como si se tratara de un solo contingente social y político). Sería equivocado adoptar (copiar) el uno y el otro pasivamente. Pero podríamos adaptar el uno y el otro, para decirlo con el verbo del maestro Simón Rodríguez, un aventajado cuando habla de la escuela y del aprendizaje en ella.
Una reforma de la escuela boliviana debe tomar, imprescindiblemente, los verdaderos intereses regionales, populares y plurinacionales. En cambio, una reforma de la escuela en contra de la mayoría del pueblo ni siquiera debe intentarse. La actual reforma de la escuela en Bolivia tiene que ser con los profesores, sin éstos su ejecución sería muy difícil y en contra de ellos sería imposible.
Esta consideración vale para el currículo educativo. Por ello, saludamos la decisión de un congreso educativo, realizado en Sucre, en el que se decidió recomendar que la aplicación de aquel instrumento se postergue para el 2013. Ojalá escuchen esa sugerencia las autoridades educativas que se muestran con una ostensible sordera, dolencia que afecta a los gobernantes de este tiempo.
Asimismo, tendría que abrirse un año para el debate sobre el currículo educativo, el reglamento de la ley educativa, el lugar de la reforma y de ajustes de ésta aunque no se la aplicó todavía.
Para esa necesaria discusión los gobernantes deben hacer suyos los planteamientos que enriquezcan la reforma educativa. Y los profesores, que siempre tendrían que estar permeables al aprendizaje, mientras ayudan a los estudiantes en el proceso de aprender, igualmente, deben estar dispuestos a convertirse en actores de la reforma educativa, aunque estén convencidos de que aquí no hay revolución educativa, pero que pueden protagonizar una reforma integral de la escuela la que, sensiblemente, sin ellos y contra ellos, su fracaso es lo más seguro.