literatura
Mauricio Rodríguez Medrano
Fernanda Ávila quiso ser Odontóloga. Luego Pediatra. Luego contrabandista. Luego eligió Letras. Pero al terminar de leer los Fundadores del alba se decidió por guerrillera. «Ahora soy mamá», dice. «Es lo mismo». En las paredes de su cuarto hay fotografías de su paso por La Higuera. «Fue mi mejor época», dice. «El pasado siempre es la mejor época».
Los Fundadores del alba fue escrita por el potosino Renato Prada Oropeza. Fue denominada por el crítico literario Luis H. Antezana como una novela de guerrilla. Ganó el premio Casa de las Américas en 1967.
Cuando Fernanda Ávila cumplió 20 años se escapó de casa. «Eran tiempos donde aún creías en la revolución», dice. «Creías en el Che Guevara. No creías en Fidel. Éramos muy inocentes. Éramos estúpidos». Con Bs20 llegó hasta Oruro. Allí trabajó de empleada doméstica hasta ahorrar lo suficiente para viajar a Santa Cruz. «También me enamoré por primera vez. También perdí mi virginidad con el hijo de la patrona».
Javier es el personaje principal de Los fundadores del alba. Abandona el seminario donde creía que iba a hacerse cura. Abandona su ciudad por la guerrilla. Entra en combate junto al Che y se interna en los bosques de La Higuera (Ñancahuazú). Allí se enamora de una campesina. Luego es herido y agoniza. De amor, de rabia.
Fernanda Ávila conoció en Santa Cruz a los militantes del Partido Comunista R5. «Al principio creí que eran verdaderos guerrilleros», dice. «Hablábamos de tomar las armas. Hablábamos de internarnos en La Higuera. Hablábamos de Marx, de Lenin y del puto Stalin». Vivió durante tres meses en la portería de la Universidad Gabriel René Moreno. «Conocí La Higuera un martes».
La escritura de Los fundadores del alma tiene todos los elementos del Boom Latinoamericano. Rupturas de tiempo. Polifonía: varias voces que muestran la historia. Existen dos narradores: uno en el bando de los guerrilleros, el otro en el bando de los soldados. Tal vez sea la única novela de su tiempo que merecía pertenecer al Boom. Pero no perteneció.
«Como en la novela queríamos ser guerrilleros», dice Fernanda Ávila. «El problema era que cada noche terminábamos bebidos y cantando canciones de Sui Géneris». Una de esas noches se embarazó. «Era hijo de un militar que había dejado su casa también. Tal vez por eso nos conectamos. Tuve sexo. No hice el amor. El resultado fue el embarazo».
Cada vez Los fundadores del alba es menos leído. Ni siquiera se encuentra entre las 15 novelas fundamentales de Bolivia que fueron publicadas por la el Ministerio de Culturas y Turismo. En su lugar está otra novela de guerrilla: Matías, el apóstol suplente, de Julio de la Vega.
Fernanda Ávila pensó en abortar. «Todo estaba preparado», dice. «Con mi ahorros había comprado la muerte de mi hija». Pero el Partido Comunista R5 se disolvió. «Fueron problemas de ego. Fueron problema de inocencia. El jefe del partido se hizo del MNR. El secretario del partido se hizo del ADN. Hoy todos trabajan para el gobierno. Así es la política».
Fernanda Ávila dejó Santa Cruz. Dejó al padre de su hija. Y regresó a La Paz. Aún conserva un ejemplar de Los fundadores del alba. Dice con la voz entrecortada que es para recordarle que las revoluciones terminaron. Que tal vez nunca existieron. Que la única revolución es madurar y mirar el vacío y darse cuenta de que formamos parte de él. Que la única revolución es ser mamá.
«Soy odontóloga», dice Natalia Ávila. «Y no leí Los fundadores del alba».