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Cultura

Vacaciones permanentes (remasterizado)

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literatura y arte

Mauricio Rodríguez Medrano

En 2003 no pude salir de Santa Cruz. Tenía 17 años y no sabía qué hacer. Viví dos meses en un alojamiento cerca del tercer anillo y por las tardes escuchaba a las cigarras y el ruido de la ciudad. Trabajaba en una chifa con un asiático al que le decían Chun Li. Tal vez Liliana Colanzi conoció al asiático y la chifa. Tal vez no. A veces la realidad imita a la literatura.

Vacaciones permanentes es furia, dolor, café y cigarrillos. Es una época (finales de los 90) en que los jóvenes se sentían eternos y escuchaban rock y odiaban a sus padres y caminaban en círculos dentro del laberinto que es la vida. Es Kerouac y Allen Ginsberg (y cine europeo y cine asiático y cine americano).

Chun Li me señaló un diccionario en mi segundo mes de trabajo. Entendí que quería aprender español. Me dio un fajo de dinero y me empujó hacia la calle. Fui a la terminal para comprar un boleto a La Paz. Pero a último momento decidí no hacerlo. Pensé en mis padres. Pensé en Chun Li. También pensé en su cuchillo de matarife con el que sacaba las vísceras a los pollos. Y con el dinero compré películas clandestinas en una caseta de las Siete Calles. Así él aprendería español. Yo aprendí cine.

El vendedor me entregó un montón de películas pornográficas, pero me engañó. Las tapas eran de películas pornográficas, el contenido era mejor: películas independientes. Cuando leí Vacaciones permanentes (tercera edición) encontré un guiño u homenaje o robo a éstas películas. El título se debe a Vacaciones permanentes de Jim Jarmush. Varios personajes me recuerdan a las películas de Julia Solomonoff (Hermanas, El último verano de la Boyita).

Otros directores a quienes la autora debe mucho: Won Kar Wai (Happy Together, Chungking express, Fallen Angels), Kim Ki Duk (Ficción verdadera, Por amor o deseo), Pablo Trapero (El bonaerense, Mundo Grúa), todo Truffaut, incluyendo Los 400 golpes, todo la nouvelle vague: Jean Luc Godard, Jacques Rivette y asociados. Y el gran Bernardo Bertolucci. Incluso hay un poco de Fellini: Los inútiles. (Y cine europeo y cine asiático y cine americano.)

Noté excesiva utilización de fuentes cinematográficas en sus cuentos (que no es un error por sí mismo sino por su tratamiento). Algunos personajes clisé, trama predecible. Pero es notable de la autora que en algunos relatos pudo mostrar su pericia de escritora: 1997, El fin de semana estaré bien, rezo por vos. También es necesario decir que es una voz diferente a lo acostumbrado en nuestra literatura: costumbrismo, sociología, antropología y política. 

No cabe duda de que Liliana Colanzi transita un buen camino. Está dentro de los mejores narradores bolivianos de nuestra época. Con Vacaciones permanentes uno redescubre que el ser humano es un adolescente eterno, que la madurez es un espejismo. Que la mayor parte del tiempo no sabemos qué hacer pero los disimulamos, al igual que disimulamos el amor y el odio.

Gané lo suficiente para regresar a La Paz. Chun Li se despidió en la puerta del bus con un abrazo. “También regresaré a Taiwán”, me dijo en un español rudimentario. No se llamaba Chun Li, sino Kim Bum. “Antes iré a conocer la Patagonia”, dijo. “El fin del mundo”. Me coloqué los audífonos y cuando el bus partió escuché una canción del grupo de rock Ataque 77 (Liliana Colanzi tal vez también escuchó la misma canción cuando dejó Bolivia). Tal vez no fue así y todo es un homenaje al cine, a mi modo. También es un homenaje a una época que no volverá.  

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