gabriel garcía márquez
Escrito en 9 mayo, 2014 por Dilbert Reyes Rodríguez en Desde mi aldea, Día a Día
Por Rafael J. Rodríguez Pérez (Un hermano)
Para que tengamos una segunda oportunidad sobre la tierra, vinieron a nosotros los hombres como él. Cuando se van de pronto, tiembla la cordillera y un profundo clamor de muerto grande ensordece la vida.
¡Carajo, y esta vaina!, grité saltando del asiento al recibir esa profunda cuchillada, y un huracán de voces del pasado, anterior a las nostalgias más tenaces, me apretó la garganta. Lo lloré. Primero callandito, con algo de vergüenza, y después cuerpo adentro, corazón adentro, como sé que seguiré llorándolo mientras me anime la pasión de escribir y su mágica prosa permanezca tallada a fuego vivo sobre el mantel del mundo.
“Ha muerto el rey”, dijo Cataure en mi cabeza, y apretando los dientes salí a la tarde agónica de mi finca cubana y miré hacia las nubes. El cielo era un fulgor rojizo y supe de inmediato que la fina llovizna de flores amarillas que debía despedirlo solo caería en mi alma. Así fue. Toda esa noche y luego durante muchos días, trabajé hasta el cansancio recorriendo la colcha de recuerdos, citas traviesas, situaciones de ensueño y verbos de prodigio que dejó su turbión de talento en mi existencia.
Debo tanto, que tal vez no soñara con rellenar cuartillas si no doy con el Gabo en mi camino. Era apenas un niño cuando leí Cien años de Soledad, y todavía recuerdo mi extasiada sensación de estupor al cerrar aquel libro y exclamar: “Dios mío. ¿Esto se puede hacer?”. Al cabo de los años, las relecturas y los cientos de páginas en las cuales he querido seguirlo y rendirle homenaje, confieso: la impresión sigue siendo la misma. Por el camino, supe también esta verdad: Se puede, pero es terreno reservado a los genios.
Él lo negaba. Decía “No me he inventado nada. Lo tuve todo al alcance de la mano”. Pero para seguirlo por los alucinados páramos de su imaginación, hemos tenido que conocer a Nuestra América y amarla, cosernos alerones de querubes decrépitos, calzar botas de saltar serranías y vestirnos con casacas traslúcidas tejidas con la materia de los sueños.
Dijo tanto, y tan bien, que como un dios trasfigurado hundió las manos en nuestras cordilleras y sabanas y encontró las esencias. Tocó el cuerpo Caribe y dibujó los vericuetos de su sangre, su soledad pasmosa, su soberbia dormida… Éramos como niños llorando en tono bajo hasta que el Gabo, heredando lo mejor y más original de los grandes ancestros, nos encontró la voz en su novela.
Cuando vimos llover en Macondo, comprendimos al fin nuestra voraz nostalgia. Cuando la mujer más hermosa del mundo ascendió al cielo en vida, nos dimos cuenta cómo durante años nos han arrebatado, halándolas al norte y hacia arriba, nuestra innata belleza y alegría. “¡Basta ya!”, dijo el Gabo, y reveló las claves de Melquíades, los arcanos… restañando de paso la esperanza como en un vallenato interminable: “Sobrevivimos mil guerras del demonio —nos grita desde el libro el coronel Buendía—. No vamos a cansarnos ahora”.
Esta es nuestra memoria, de poncho, de guayabera y liquilique, de dilatado mar por donde vienen, como navíos antiguos, los ahogados más hermosos del mundo, el amor fructifica en los tiempos del cólera, los generales se enredan en sus dédalos y los tiranos chapalean sin cesar en el podrido tremedal del poder.
Tantas, y tan geniales páginas, que toco tu ausencia con las manos y encallo en la certeza de que nada podrá ser como antes. Ojalá y este adiós se vuelva también un espejismo. Te vas, muerto inmortal, pero Macondo vive, y tú en mi corazón.
Posted by Dilbert Reyes Rodríguez
Licenciado en Periodismo (2007) por la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba. Redactor-reportero durante dos años de la Agencia de Cubana de Noticias (AIN) en la provincia de Granma; luego dos más como corresponsal del semanario nacional Trabajadores, y actualmente periodista del diario cubano Granma, en la provincia homónima. Colaborador de varios medios de prensa de la radio y la televisión.