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García Márquez: la antología póstuma

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gabriel garcía márquez

Una selección de comentarios del escritor colombiano que tratan desde sus comienzos hasta su simpatía política

García Márquez: la antología póstuma

Y el Gabo se fue. Ha dejado mucho en su transitar por la tierra, no sólo cuentos o novelas. También dejó regada su voz e imagen en decenas de entrevistas. Acá hemos compilado sus mejores frases ante las cámaras de televisión. Ahora a usted le toca disfrutarlas.

Sábado, 26 de abril de 2014.a la

Rafael Archondo

Periodista y docente. Tiene un doctorado en ciencias políticas. Ha ocupado cargos en la esfera privada y pública. Dirige los programas Mapamundi y Tejiendo Bolivia de radio ERBOL.

A punto de recibir el Premio Nobel, Gabriel García Márquez (GGM) fue entrevistado por el periodista Andrés Pastrana (AP), quien luego fue Presidente de Colombia (1998-2002). El futuro mandatario trabajó antes como reportero tras haber concluido sus estudios de abogacía en Estados Unidos. Como conductor del noticiero "TV Hoy”, le hizo la siguiente entrevista en 1982:



AP: ¿Qué escritor influyó más en usted hasta este momento?


GGM: De veras, de veras… Gabriel García Márquez. No es un desplante. La profesión de escritor es la más solitaria del mundo. Uno recibe ayuda de todos sus amigos cultos, de todos los libros que lee, de todos los autores que conoce, pero a la hora de la verdad, el único que lo ayuda a uno a escribir verdaderamente es uno mismo.


AP: Ahora que ha obtenido el Premio Nobel, ¿le gustaría entrar a la actividad política?


GGM: No. El sueño de mi vida es escribir una gran novela. Uno siempre piensa en que la próxima será la mejor. Y el día en que deje de hacerlo, pues dejaría de ser un buen escritor.



AP: ¿Qué está escribiendo en este momento?


GGM: Hoy no escribo. Es decir, cuando a mí me preguntaban cómo me sentaría el Premio Nobel, siempre dije que sería una gran alegría para los colombianos y como para todo escritor, pero que personalmente sería una desgracia personal. Y lo ha sido, en el sentido de que me ha desorganizado la vida, me ha interrumpido la novela que estaba escribiendo, me ha trastornado la vida privada. Por eso, el propósito que tengo es que una vez que regrese de Estocolmo, doy por cancelado el episodio agradable y un poco confuso del Premio Nobel, y trataré de ser un buen escritor.



AP: ¿Acaso no se considera un buen escritor?


GGM: Trataré de seguir siendo un buen escritor. 



AP: Debe haber recibido millones de mensajes de felicitación. ¿Cuál es el que más le ha entusiasmado?


GGM: El que más me emocionó fue el de Indira Gandhi. Es una pequeña carta que revela una absoluta sinceridad, en la cual me dice que estaba haciendo un viaje por la frontera norte de la India. En sus momentos de descanso, leía "Cien años de Soledad”, cuando recibió la noticia de que me habían dado el Premio Nobel. Dice una cosa que es conmovedora. Dice que me escribe para decirme que no sabe si felicitarme a mi o a la Academia.

Cuando el Nobel aprendió a escribir


García Márquez ya supo todo lo que iba a contar cuando cumplió los 12 años. Eran las historias de sus abuelos y de sus padres. Sólo le faltaba adquirir una técnica para narrar. La obtuvo en Bogotá, cuando conoció un librito amarillo, que le prestó un compañero de universidad. Así cuenta él dicha experiencia:


"Yo sentía que ya conocía el argumento de los cuentos, pero no los sabía escribir, siempre todas las tentativas que hacía eran fallidas. Faltaba algo. Y ya cuando entré a la Facultad de Derecho, en Bogotá, una noche entré al cuarto de la pensión de estudiantes donde vivía. Tenía un amigo que leía mucho y me pasó un librito pequeño. Me dijo "léete éste”, era el único que le quedaba. Yo leía mucho, leía todo lo que me caía en las manos. Y abrí el libro que decía "Una mañana, después de un sueño tormentoso, Gregorio Samsa se encontró convertido en un gigantesco insecto”. Yo lo recuerdo como si me hubiera caído de la cama en ese momento. Y fue una revelación. "Si esto se puede hacer, esto me interesa”. Yo antes de eso, probablemente había pensado que eso no se podía hacer, a pesar de que me había tragado completita "Las mil y una noches”, pero aquí había una cosa importante que era el método.


Hay algo que tiene la ficción, y es que es un acto hipnótico. Uno trata de hipnotizar al lector para que no piense en otra cosa que no sea el cuento que tú le estás contando. Eso requiere una enorme cantidad de clavos, tornillos y bisagras para que no despierte. Eso es lo que yo llamo "la carpintería”. Es decir, la técnica de escribir, de hacer una película.

Una cosa es la inspiración, otra cosa es el argumento, pero la clave es cómo contar ese argumento y convertirlo en una verdad literaria que realmente atrape al lector. Eso sin la carpintería no se puede. Cuando uno atrapa a un lector logra comunicarle un ritmo respiratorio que no se puede romper, porque si se rompe, despierta. Y entonces cuando uno ya logra ese ritmo en la escritura, de pronto encuentra que hay una frase coja, en términos de ritmo. Entonces yo llego a poner un adjetivo, dos adjetivos, cualquier cosa, con tal de que no rompa ese ritmo. Esos adjetivos que no tienen por qué estar ahí, están para que no despierte el lector. Eso es la carpintería. 


"El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. Así comienza la "Crónica de una muerte anunciada”. Es decir, con ese párrafo de inicio, no se te va el lector, porque sabe que a ese hombre lo van a matar y él va a estar detrás de ese tipo hasta que lo maten para saber, además, cómo lo matan. Sin embargo, se me presentó un problema cuando terminé el primer capítulo, todavía no lo habían matado y entonces me di cuenta de que el lector iba a hacer lo que iba a hacer yo, miro al final, qué es lo que haría yo. Entonces puse que lo habían matado. Sí, al final del capítulo, lo puse en una línea. Si pregunta qué pasó, pues "ya lo mataron”. Qué sucede, que en ese momento el lector ya no va a mirar la última página del libro, sino que tiene que leerse línea por línea el libro para saber cómo lo matan”.



El paso fugaz de Hemingway


Cuando García Márquez era aún un escritor muy joven, vio al célebre Ernest Hemingway pasando por las calles de París. Ésta es la anécdota ocurrida en ese tránsito fugaz de los dos literatos: 


"Lo vi una sola vez paseándose por el bar Saint Michelle y lo reconocí desde la otra ribera. Iba con Mary, que era mucho más bajita de lo que me imaginaba y muy rubia. Ya había escrito yo "La Hojarasca” y pensé, "bueno, yo paso al otro lado, él seguramente habla español, porque vivió mucho en España, fue corresponsal de guerra durante la Guerra Civil, entonces yo paso para allá y algún cuento le echo, y a lo mejor me invita a tomar un café”. Pero si no, ¿por qué hacer el lagarto?, ¿Por qué hacer de entrometido?... Fue una cosa fugaz. Dije no, no tengo nada que hacer. Pero después hice lo único que se me ocurrió, le grité: "Adióooooos maestro”, y él desde el otro lado, miró así y dijoi: “Adiós amigo” y nunca más lo vi. 



La fama fue un fastidio constante

García Márquez nunca disfrutó de la fama. Huía de ella, porque no le permitía trabajar. Aquí lo leemos revelando dónde prefería esconderse: 


"La ventaja de estar acá en El Caribe es que me conocen, pero "no me paran bolas”. Yo dije en Barranquilla, hace unos 15 años, que lo que pasa aquí en la costa es que no hay prestigio que dure 24 horas. Aquí yo salgo a la calle y es "¿qué hubo Gabo?”, "¿qué hubo Gabo?”. Nadie se acerca a molestar ni a pedir empleo ni a pedir autógrafos ni a decirme que leyeron o no leyeron el libro, nada. Eso es estupendo. Hay dos lugares que son así de estupendos: acá y México, porque es una ciudad tan grande y tan compleja, que ya no se sabe si estoy o no estoy. Por eso cuando voy a escribir, me llevo mis maletas a México, me encierro allá y escribo tranquilamente. Ya tengo ahí mi biblioteca de trabajo. Y luego estoy en la costa, donde nadie me pone ‘ni cinco de bolas’”.

Prefería "El Amor en los Tiempos del Cólera”

¿Cuál de todos los libros que escribió era el mejor para él? Cuando se le preguntaba esto al Nobel colombiano, emergía entre todas sus obras un título con claridad. Al respecto, así habla Gabriel García Márquez:


"En ese tiempo yo tenía la idea de que debía escribir una novela en la cual sucediera todo. Y sabía que en ese "suceder todo” tenía que estar esa memoria de Aracataca, las fantasías, las supersticiones, las angustias. 
Originalmente iba a ocurrir todo dentro de la casa. Por eso pensé que se iba a llamar "La Casa”, porque todo debía suceder ahí dentro. Y es así, no se sale de Macondo, porque si bien es cierto que el coronel Aureliano Buendía se va a hacer sus guerras en Centroamérica, el relato no sale de Macondo, llegan las noticias y el punto de vista está siempre en Macondo. Esa era más o menos la novela que quería escribir. 


¿Cien años de Soledad? Ese no es mi libro, mi libro es "El Amor en los Tiempos del Cólera”. Ese es el libro que va a quedar. "Cien años de Soledad” es un libro mítico y yo no trato de disputarle ningún mérito, pero "El Amor en los Tiempos del Cólera” es un libro con los pies sobre la tierra de lo que somos nosotros de verdad.

El Caribe era su gasolina

"El momento en que yo desembarco aquí, yo noto que todo en la mente y el cuerpo se me reajusta y se identifica perfectamente con toda la realidad ecológica que tengo alrededor. He llegado a la conclusión que uno es de su medio ecológico y que es peligrosísimo y gravísimo salir de él. Entonces a mí me sucede, solamente, en el Caribe, en cualquier lugar del Caribe, a mí me sueltan vendado y yo sé que estoy en el Caribe, porque el organismo me está funcionando de una manera que no me funciona en ninguna otra parte, la mente, todo; es un reajuste que se debe a una identificación total de la mente con el medio.


Cuando me alejo de El Caribe, es un desastre. Duermo mal, la memoria me falla, las asociaciones las hago de otra manera. Pero siempre ha sido así, lo que pasa es que ahora es cuando he tomado plena conciencia de eso. Cuando yo estaba escribiendo "El Otoño del Patriarca” de pronto tuve un frenazo en algún momento, y fue un bloqueo, no sabía cómo seguir. Entonces, ingenuamente pensé que se me estaban olvidando las cosas, el modo de ser de la gente, el color de la luz... Y corté eso e hice un viaje por todas las islas del Caribe, una tras otra, fue un viaje de un mes, un viaje en el que no hice nada, no vi a nadie, no hice nada especial. Sólo me tiraba en la playa, veía a la gente, hablaba con la gente. Tenía la ventaja en ese momento, que primero me conocían menos y además es una zona donde seguramente me conocen menos todavía ahora. Yo iba con Mercedes (su esposa). Y Mercedes me decía "qué has venido a buscar, no has tomado ni un apunte”. Regresé y me solté hasta el final y me di cuenta que no era que se me estaba olvidando nada, era que se me había acabado la gasolina.

El compromiso político del escritor

El Premio Nobel colombiano estuvo siempre alineado a la izquierda del espectro político. Amigo personal de Fidel Castro, defendió la Revolución cubana hasta el final. Acá leemos su opinión acerca de la definición política de los trabajadores de la cultura:


"El compromiso político no es sólo de escritor, el compromiso político tiene que ser de todo el que tenga conciencia de los problemas de su país y de este tiempo. Ahora, con respecto al escritor, se habla más de eso y se le exige más. Esto pasa un poco por puro hábito mental, pero yo creo que hay derecho a exigirle al escritor un poco más de compromiso intelectual, porque tiene sus lectores, su público, su ámbito y esto le permite tener alguna influencia social. No trato de exagerarlo, no creo que sea necesario que el escritor sea un profesional de la política, pero en Latinoamérica, particularmente, ese compromiso es mucho más apremiante, porque se necesita más el concurso de todos. Yo carezco por completo de vocación política, si yo no fuera latinoamericano y si Latinoamérica no tuviera los problemas que tiene, y la necesidad de tantos que ayuden a resolverlo, probablemente yo estaría muy tranquilo en una isla desierta escribiendo mis libros, con mis amigos, con mi mujer, con mis hijos. Pero en América Latina, permanecer indiferente es un crimen. Esto es lo que ha terminado por crearme a mí una imagen que parece doble: la de escritor y la de político. En realidad es una sola y en realidad yo creo que en última instancia el hecho de escribir bien, de hacer bien el trabajo es ya una forma de actividad política. Yo sintetizaría todo esto diciéndote que yo considero que el mejor trabajo político que cada quien puede hacer es hacer bien su propio trabajo”.

A Gabo, la magia y el realismo le llegaron de la mano de sus abuelos

Ya es sabido que el "realismo mágico”, del cual García Márquez es fundador, nació de la mano de sus abuelos. El abuelo era realismo puro, ella era magia femenina y supersticiosa. El nieto famoso lo explica del siguiente modo: 
"En realidad yo he vivido muy poco con mi familia. Yo salí de la casa a estudiar a los 12 años y desde entonces estoy en constante comunicación con ellos. Hay una unidad bastante sólida, que no se ha logrado romper en ningún momento, a pesar de que es una familia muy numerosa, porque somos 16 hermanos. Estoy siempre en contacto con ellos. Ya es como un rito que todos los domingos llamo a mi madre por teléfono, yo creo que es el vínculo que queda, porque no hemos vivido nunca en el mismo lugar. 


Uno de los personajes que más ha influido en mi vida ha sido mi abuela, la madre de mi madre. Me contaba historias. Y lo que me resulta sorprendente es, cómo, a medida que ha ido envejeciendo mi madre, se ha ido pareciendo a su madre, no sólo en el carácter, sino en su formación y es como si ahora fuera una copia de ella. Yo encuentro que en ella se repiten, ya modernizadas y actualizadas, las mismas virtudes que tenía la abuela.
Mi abuela era como es mi madre ahora. Era una persona sumamente supersticiosa, daba la impresión de que tenía algún hilo secreto con ciertos poderes sobrenaturales. En mi infancia siempre era un asombro ver cómo ella creía adivinar las cosas, y hacia pronósticos y profecías que luego se cumplían. Murió muy vieja y por supuesto delirando.


Pero tenía una cosa que recuerdo muy bien, y es que hablaba un castellano extraordinario, lleno de arcaísmos, de imágenes deslumbrantes, que ha sido el punto de partida mío para escribir. Ahora, yo he consultado toda su terminología, todos sus refranes, sus palabras y ya las conozco conscientemente, pero yo crecí con esas palabras y con esos términos y con esa construcción, como si fuera la lengua natural de la gente, porque era la que ella hablaba.

Con ese idioma, escribo yo mis novelas y cuentos. Hace poco, un crítico de mis libros, hablando de la "Crónica de una muerte anunciada”, decía que no podía entender cómo resultaban creíbles esos personajes populares, que hablaban como filósofos y como profetas, y lo que sucede es que mi abuela, y en general, toda la gente del Caribe, habla todos los días y normalmente lo hace como filósofos y como profetas, y por consiguiente, como poetas.


Cuando yo era niño, mi abuelo y yo éramos los dos únicos hombres en una casa en la que había muchísimas mujeres. Entonces para mí era una vida muy curiosa, porque las mujeres presididas por mi abuela  vivían en un mundo sobrenatural, un mundo fantástico, donde todo era posible, donde las cosas más maravillosas eran simplemente cotidianas, y yo me acostumbré a pensar así. En cambio el abuelo era probablemente el ser más concreto que yo conocí, y sus historias, eran las historias de la guerra civil, las peripecias de la política y me hablaba a mí como si yo fuera un adulto.


Entonces yo vivía repartido entre estos dos mundos. El del abuelo que era muy concreto, y con el cual pasaba la mayor parte del día, porque él me dedicaba muchas horas, y el de las mujeres que era un mundo  que se compartía con el abuelo, pero con el cual yo me quedaba solo de noche”.

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