la paz
Ismael Sotomayor
I
Efectuábanse las funciones y oficios de Jueves Santo durante la Cuaresma del año 1809 en esta ciudad, que como pedrada en ojo de boticario cayó en un 30 de Marzo.
En esta época los "monumentos" o aderezos de los altares eran visitados por el pueblo a objeto de rezar las "estaciones" desde las ocho de la noche hasta las ocho de la mañana del Viernes Santo. Con tan fausto motivo, los noctámbulos aficionados de lo ajeno sacábanse el vientre de mal año; los sacrilegios, los atentados al pudor, —convenidos o no— contra la castidad de doncellas de prosapia, etc., etc., se ponían a la orden del día.
Mientras que la afluencia de fieles a los diversos templos de la ciudad era abrumadora, la confusión entre hidalgos y gente de baja ralea pasaba inadvertida; entremezclándose el chisporroteo de las luces con el murmullo de preces y con los acordes del vetusto órgano que melodioso sonaba a través de la tallada barandada de los coros altos, se hacía un panorama original.
II
En los años que abrazaban el citado, la fiebre de la libertad americana cundía en los corazones de los patriotas, ofuscados ante el poderío de la Corona de España; la Revolución Francesa con todos sus héroes, con toda su democracia y con todas sus escenas de valor y de emancipación por los tan decantados "derechos del hombre" habían venido preparando el ánimo de los revoltosos para luego ponerse ante el peligro consecuente de una subversión.
Por entonces, —cuando se tramaba lo que vengo diciendo— era Gobernador intendente de La Paz, el Teniente de Navío de la Real Armada, don Antonio Burgunyó y Juan, Caballero del hábito de Montesa, chapetón, como el solo, pero hombre que ante los ojos duchos simpatizaba con la causa patriota, a extremo tal, que dice que sostuvo varias tenidas o conferencias secretas con los principales dirigentes del movimiento y nada menos que en su propia casa situada en el barrio de Lorokheri, (comprendido entre la actual calle Murillo) de la que hoy únicamente ha quedado el labrado tablón de su mirador. Y sin más vueltas de capa vayamos al asunto.
III
Pues, la noche aquella, las autoridades peninsulares se dirigieron a "estaciones" en corporación de igual manera que toda la soldadesca de la guarnición realista.
Convenido estaba, que la revolución debía estallar esa misma noche al imperativo santoiseña de ¡afuera los chapetones! lanzado a los cuatro vientos y a voz en cuello por el criollo Juan Cordero, aprovechando de que especialmente los satélites del régimen estaban entregados al culto de la Semana Mayor.
El resto del plan, consistente en tomar el cuartel de armas, la deposición de las autoridades "chapetonas" y la libertad americana era de llevarlo a cabo aprovechándose del pánico que habría de producirse.
Las diez de la noche sonaban en el reloj del Cabildo cuando una voz estentórea gritó: ¡afuera los chapetones! ¡muera Fernando VII!, ¡afuera los chapetones! Era Juan Cordero que cumplía con su palabra audaz; pero, desgraciadamente nadie contestó secundando el grito de alarma, fuera de algunos contados con el dedo. Traición ...
Lo verídico es que la tentativa revolucionaria había fracasado debido al miedo de los más y con particularidad a la felónica infidencia de uno que se titulaba ser patriota y que respondía al nombre de Tomás Orrantia y a la de un sirviente; en cambio, no dejó de armarse la gran bolina y el escándalo; todos huyeron por donde mejor pudieron, la gritería y el alboroto de las mestizas y de niñas de prosapia fue infernal por muchas y variadas causales.
Alguien, dándoselas de parodiador fidedigno de don Alonso Quijano, prorrumpió a exclamar desde las alturas de un cajón cualquiera: "Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen, óiganme todos si todos quieren quedar con vida!...". Mas, quién hubiera querido, envainar, ni tenerse, ni oír a nadie en semejante situación; todo fue ¡sálvese quien pueda! y San Seacabó.
IV
Sin embargo, el boche continuó toda la noche. Los arcabuces dejáronse escuchar broncamente en lontananza a la par que muera el Rey y siempre acompañados de ¡afuera los chapetones!
Borrachín hubo que, siendo más consuetudinario que el mismo Baco, se contentó con gritar a son despectivo: ¡Viva mi truzca y yo, que jamás al Rey ni a sus Partidas nadie las temió! ...
De resultas de esta tentativa de fracasada revolución, Juan Cordero logró escabullirse entre la multitud alborotada hasta bastante después de tan memorable suceso, sin perjuicio de que luego fuera rápidamente juzgado y pasado por la cuerda del gran violín, (vulgo, guillotina).
Originóse, de aquí mismo, una "real provisión" por la que fueron alejados a ciento cincuenta leguas a la redonda los perínclitos Dones: Tomás Orrantia y madame (para despistar la pública opinión), Clemente Diez de Medina, Ramón Rivert y Mariano Medina.
Del ardid de Juan Pedro Indaburu y del de Pedro Domingo Murillo nada hubo que decir, pues que presentándose ante el señor Gobernador, fueron los primeros en lamentar el hecho, recriminando lo ocurrido con tan eventual seriedad que acabaron por ofrecer sus servicios por la causa del Rey, desarmando espléndidamente la no menos disimulada seriedad amenazadora de la autoridad.
V
La semilla de la libertad, empero ya estaba sembrada en la conciencia de los patriotas de verdad que luego la cosecharon opimamente en la definitiva y gloriosa revolución del 16 de Julio del mismo año.
Desde que estalló la "precursora libertaria" —como se me ha venido en llamar a la intentona que narrada está—, quedaron en absoluto suprimidas las visitas de amanecida al Santísimo Sacramento en el Jueves Santo y así también se ordenó por la autoridad que las puertas de las iglesias fuesen cerradas, a más tardar, a las diez de la noche, consigna remota, que como se notará, persiste hasta el presente, estrictamente conservada.
Tomado de: Ismael Sotomayor. Añejerías paceñas: tradiciones, historia, anécdotas. La Paz, Juventud, 1987. pp. 91-93