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Muerte número 28

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Cara o cruz

Raúl Peñaranda Undurraga

jueves, 21 de noviembre de 2013

En recintos policiales y militares han muerto por lo menos 28 personas en los últimos tres años, un lamentable récord histórico.

La última es la cadete de Policía Cinthia Poma, quien falleció el lunes en la noche debido a excesos de parte de camaradas de cursos superiores en supuestos "ejercicios de entrenamiento”. Otros tres cadetes (dos de ellas mujeres) están hospitalizados.

El año pasado murieron en el mismo recinto de enseñanza policial en La Paz tres alumnos, que cayeron al vacío cuando la baranda que los sostenía cedió debido a la presión ocasionada por estudiantes de último año que obligaron, con choques eléctricos, a agolparse en el descanso de una grada a decenas de sus compañeros.

Ni para qué preguntar si alguien está preso por haber ocasionado esas dos muertes. No, nadie está preso. Ni para qué preguntar si esos trágicos fallecimientos hicieron que la Policía (y el Gobierno) cambien la forma de realizar sus supuestos "entrenamientos”. No, no cambió nada y hoy lamentamos otra muerte.

El ministro de Defensa, Rubén Saavedra, admitió hace poco que 20 militares, entre conscriptos y oficiales, murieron en los cuarteles en los últimos tres años, desde el trágico fallecimiento del subteniente Gróver Poma, en Sanandita.

Desde que Saavedra hizo su declaración ante una comisión del Legislativo han fallecido otros cuatro militares. A ellos hay que sumarles, por lo menos, los tres policías mencionados y la última cadete, así se llega a la cifra de 28 muertos, en total.

Esas muertes se producen generalmente por excesos, trato degradante, torturas y otros castigos físicos ocasionados por oficiales de mayor graduación que responden a una psicología y mentalidad enfermas.

La otra causa es que los conscriptos son usados como obreros (sin darles, obviamente, medidas de seguridad). Uno cae de un techo que está refaccionando, otro se ahoga al limpiar la piscina de algún jefe. Un tercero se vuelca en una camioneta en la que iba a cargar piedras.

El comandante de las Fuerzas Armadas, Edwin de la Fuente, mientras tanto, se ha negado a reunirse con el defensor del Pueblo, Rolando Villena, para analizar este tema, pese a que la ley lo obliga a ello. 

El ministro Saavedra ha ido más lejos: en una curiosa declaración pública, admitió haber dejado plantado dos veces al defensor y, pese a eso, lo criticó por no haberse quedado a la reunión con sus subalternos.

¡Es que él, como ministro, no podía reunirse con Villena "en cumplimiento de sus funciones”! Y, por supuesto, lo acusó de "politizar” la situación de los cuarteles.

Villena ha denunciado, además, 300 casos de torturas, vejámenes y trato cruel en los recintos militares en las últimas tres gestiones (no hay estadísticas sobre la situación en los cuarteles policiales, pero hace poco uniformados de La Paz se amotinaron para denunciar malos tratos de un superior).

Después de las dictaduras, la democracia logró frenar en algo los tratos degradantes en los cuarteles gracias al trabajo de los medios de comunicación y de activistas de los derechos humanos, hasta que llegó el MAS.

Como el Gobierno actual descree de la separación de poderes, de la independencia de la justicia, del respeto a los derechos individuales, en una palabra, de los derechos humanos, y, por otra parte, ensalza a los militares, les da más privilegios, les aumenta sus atribuciones, los mima y alienta, hoy nuestros soldados mueren como nunca antes.

Suena fútil, en este escenario, la declaración de la ministra Amanda Dávila, quien dijo que el Presidente no tolerará violaciones a los derechos humanos en los cuarteles; y si se considera que fue el propio Morales quien expresó, en mayo pasado, según la agencia ABI, "que el respeto a los derechos humanos no puede perjudicar la preparación física de los efectivos de esas dos instituciones” (Policía y FFAA).

O sea que si el Presidente cree que la defensa de los derechos humanos "perjudican” la formación de uniformados, las cosas no van a mejorar ni se modificarán los métodos de "ejercicios de entrenamiento”. Estos, obviamente, no lo son, son, simple y llanamente, abusos, pateaduras, vejámenes y humillaciones. ¿Hasta cuándo?

Raúl Peñaranda es periodista.

Después de las  dictaduras, la democracia logró frenar en algo los tratos degradantes en los cuarteles, hasta que llegó el MAS.

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