periodismo
El satélite de la luna
Franceso Zaratti*
Sábado, 13 de septiembre de 2014
Hace unos días, a raíz de la bulla mediática de los audios sobre machismo y violencia de género, escribí en mi cuenta de twitter (@fzaratti) que existe un conflicto entre la antigua y la nueva escuela de periodismo, debido a que la primera se formó en una cultura de responsabilidad y ética; mientras que la nueva parece responder más a la cultura del escándalo.
Asimismo, se ven programas de análisis político, donde el invitado es objeto de un acoso inaudito por parte de "panelistas”, que no ocultan sus simpatías electorales, cuando sus intervenciones deberían tender a esclarecer ante el público los temas en debate y no a ganar porotos ante sus mandantes. En otros casos las preguntas se parecen a las del chiste: "¿De qué color era el caballo blanco de Napoleón?”.
La Constitución y las leyes protegen la privacidad de las conversaciones a tal punto que se ha hecho costumbre advertir a los usuarios de las empresas de servicios que llaman para presentar un reclamo que "esta conversación será grabada”. Asumo que este hecho ha disminuido la cantidad y calibre de insultos de los enfurecidos usuarios, particularmente de las telefónicas.
¿Recuerdan la película Sliver, con Sharon Stone y William Baldwin (1993)? El dueño de un edificio coloca cámaras ocultas en cada departamento y desde su sala de mando espía la vida de los inquilinos. Ante el reproche de que estaría "jugando a ser Dios”, el "voyeur” se escuda cínicamente en que así puede descubrir delitos familiares que nunca vendrían a la luz.
Me acordé de Sliver cuando escuché a un periodista justificar las grabaciones realizadas sin el consenso del interlocutor, bajo el argumento de que permiten descubrir delitos, como sucedió con el caso de Doria Medina-Navarro, y con la confesión de Evo Morales sobre el uso electoral de la cumbre G-77, aún a sabiendas de que grabaciones así obtenidas no tienen valor legal alguno para sancionar el eventual delito. No obstante, la "picota mediática” ya ha decapitado moralmente a los implicados y a otros inocentes. Total, en la guerra, el amor y las elecciones todo vale.
Para descubrir y sancionar delitos, inclusive violando la "privacy”, está la ley: sólo un juez puede autorizar la escucha telefónica de un sospechoso. Lo demás es ilegal y darle resonancia mediática es antiético como lo han repetido, aun a sabiendas de remar contracorriente, prestigiosos periodistas de la "escuela ética”, a los cuales va todo mi respeto. Me temo que los ejemplos anteriores son una muestra de la degradación de las escuelas de periodismo de las universidades.
Por otro lado, declaraciones públicas como las que hizo un candidato a senador por Cochabamba, pueden ser reprochables y equivocadas, pero son expresión de la libertad de pensamiento que todavía rige en Bolivia. Me parece un despropósito exigirle renunciar por decir lo que piensa. En todo caso, será el elector, no la picota de los "media”, quien decidirá si ese candidato es merecedor o no de su voto.
Todos tenemos derecho a opinar lo que se nos cante, mientras esa opinión no se convierta en un delito, por ejemplo, incitando a violar la ley. De hecho, considero criminales las declaraciones de algunos dirigentes campesinos, referidas a coartar violentamente el voto libre en las próximas elecciones nacionales, sin que el inefable Tribunal Supremo Electoral se inmute.
Ya que me di aires de cinéfilo, recordaré otra obra maestra, La conversación, dirigida por Francis F. Coppola (1974). Es la historia de un experto en escuchas que acaba siendo escuchado sin que logre descubrir cómo lo hacen. Nos recuerda que, cuando se pisan las arenas movedizas de la ética, nunca se sabe quién finalmente resultará atrapado en ellas.
Es físico.