Pedro de la Hoz?Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Fue allí, justamente en la plaza ante el Sproul Hall, exactamente el mismo sitio donde fueron reprimidos ahora los estudiantes, el foco de la situación de malestar que a partir de 1964 generó una ola de manifestaciones y enfrentamientos en Estados Unidos y luego en Europa occidental.
La chispa que prendió la hoguera saltó desde el reclamo estudiantil de poderse expresar libremente contra el establishment. El Free Speech Movement se articuló un año después de la histórica marcha a Washington por los derechos civiles coronada por el célebre discurso de Martin Luther King Jr. donde pronunció la frase: "Yo tuve un sueño... ", cuando los reclutadores del ejército invadían el campus en busca de carne de cañón para la guerra de agresión contra Vietnam.
De inmediato las fuerzas represivas se pusieron en acción, pero con mayor sutileza actuaron los servicios de inteligencia, con el FBI y la CIA a la cabeza, para penetrar el movimiento y desnaturalizarlo, tarea que llevó varios años y el empleo de métodos de control social, desde inundar de drogas alucinógenas los medios universitarios hasta la asimilación de las expresiones contraculturales.
Debe recordarse cómo lo que comenzó en Berkeley se propagó prontamente a otras universidades norteamericanas, con su punto más álgido hacia 1968, cuando los estudiantes afronorteamericanos de Howard ocuparon el rectorado y casi de inmediato otras 12 universidades fueron ocupadas por los jóvenes, con sus consignas antibelicistas y muestras de solidaridad con la insurgencia negra en los ghettos de Chicago, Filadelfia y Atlanta. En la sede californiana durante dos semanas hubo enfrentamientos brutales, animados nada menos que por Ronald Reagan, a la sazón gobernador del estado, quien acuñó una frase: "Hay que limpiar el desorden de Berkeley". Fue el mismo año en que París y varias ciudades alemanas protagonizaron el Mayo del 68 y en México se desencadena la tragedia conocida como la Matanza de Tlatelolco.
Ahora Berkeley no es el centro sino una de las tantas cajas de resonancia de la ola de protestas e indignación de decenas de miles de ciudadanos, desde Atenas a Nueva York, pasando por Madrid y Barcelona, contra los privilegios y la impunidad con que se desenvuelven las oligarquías financieras y los políticos tradicionales ante la crisis originada por la desorbitada especulación y la adopción del neoliberalismo como dogma sistémico.
En este caso los estudiantes abandonaron las aulas no sólo para apoyar el movimiento Ocupa Wall Street, que apunta sus dardos contra el símbolo del poder financiero de Estados Unidos y se ha extendido a importantes ciudades de la Unión, sino sobre todo para denunciar el progresivo e insostenible aumento de las cuotas de matrícula, el previsto recorte de unos 100 millones de dólares del presupuesto del estado para la educación superior en la planificación para el 2012 y el alza hasta de un 9% de los intereses bancarios en los préstamos a los universitarios que necesitan financiar sus carreras.
"El mensaje que llevamos todos es que los bancos deben pagar por este desastre financiero que ha creado Wall Street. Deben poner de su parte para que más familias no sigan sufriendo, ya que se siguen recortando servicios sociales y aumentando las tasas universitarias", declaró al diario San Francisco Chronicle Jennifer Tucker, una de las organizadoras de la protesta. Los estudiantes estaban desarmados, ni siquiera con estacas ni piedras. Y contaban con la anuencia de uno de los administradores del campus que sólo prohibió el uso de estufas en la acampada.
La acción pacífica, denominada Ocupemos California (Occupy Cal), fue frustrada por la policía a bastonazo limpio. La vocera del Departamento de Policía de Berkeley, Mary Kusmiss, tuvo el cinismo de expresar en un comunicado: "... no quisimos dañar a nadie, actuamos para proteger a la comunidad universitaria y a los propios estudiantes".
Por tradición heredada, la protesta de Berkeley no debe quedar en nada. También por tradición, ya el establisment debe estar pensando en una estrategia que desarticule o cuando menos minimice el impacto mediático y social de la protesta, sin descartar, desde luego, nuevos actos represivos.
Por lo pronto, los de Berkeley recibieron el apoyo de sus iguales en las sedes universitarias de Santacruz, Santa Bárbara, Davis, Los Ángeles (UCLA), Riverside, Irvine y San Diego, que se manifestaron a lo largo del último jueves.
La imagen de policías, porra en mano, arremetiendo la pasada semana contra estudiantes en el campus de Berkeley de la Universidad de California, trajo a la memoria los tiempos en que ese centro docente en la vecindad de San Francisco se convirtió en uno de los puntos de irradiación de la rebeldía juvenil de los años 60 del siglo pasado y, también como era de esperar, uno de los escenarios en los que el sistema puso en práctica todos los métodos posibles para neutralizar el espíritu levantisco.