tribuna
Jorge Artunduaga Rojas, de Colombia
La situación en Venezuela está desencadenando, al menos por ahora, una batalla mediática entre Nicolás Maduro y Donald Trump, desde sus sillas de poder en Caracas y Washington, batalla de palabras, con mensajes cada vez más agresivos.
Como dos animales que antes del enfrentamiento físico hacen movimientos amenazadores para atemorizarse y así, tal vez, desanimar al oponente, los dos gobernantes se lanzan mensajes relativos al despliegue de armamento, uno para defender su territorio y el otro para atacarlo.
¿Hasta cuándo seguirán esos mensajes que no hacen sino crear una tensión no solo local, sino hemisférica? ¿Se animará Trump—el representante del sempiterno invasor— asaltar una vez más territorio ajeno? ¿Se animará Maduro —el representante de un régimen ilegitimo— a crear una situación inesperada que provoque la invasión de la potencia del norte?
Tanto uno como el otro, cada cual en la dimensión que ostentan, se van refiriendo a la fuerza armada que podrían desplegar. Recientemente Maduro aseguró que Venezuela tiene una fuerza de un millón 600 mil combatientes, entre los que hay alrededor de 15 mil francotiradores de las Fuerzas Armadas y las milicias civiles; así también dijo que dispone de 5 mil milicianos debidamente entrenados para operar 5.400 misiles rusos. Por su parte Trump amenazó a los militares venezolanos, que si no desconocen a Maduro, perderían todo… ¿Se refirió a sus armas, a sus vidas…?
Lo cierto es que en hay una danza de millones en esta locura armamentista. Cada misil ruso en manos venezolanas cuesta 84 mil dólares y ni qué decir de otro armamento que sería usado en una conflagración. En cuanto a efectivos, un informe del Banco Mundial señala que en el año 1985 Venezuela contaba con 49 mil efectivos, cifra que habría aumentado a 273 mil hasta el año 2016, sin contar la cantidad que miembros de la Milicia Nacional Bolivariana (civiles) que según Maduro llega a un millón 600 mil personas, entre varones y mujeres, aspirando alcanzar durante este año a los dos millones de combatientes.
En cuanto al armamento, según datos recientes, los proveedores actuales de logística, equipos y armas a Venezuela son Rusia, Bielorrusia, China e Irán, llegando el gasto total a 15 mil millones de dólares, de los cuales según Rosoboronoexport, la única empresa estatal rusa de importación y exportación de armamento, en los últimos cuatro años Venezuela habría adquirido armas de ese país por un valor de 11 mil millones de dólares, siendo así el primer cliente de Rusia en Latinoamérica y el quinto en el mundo.
Los fabricantes de armas, estarán batiendo palmas ante una posible contienda, sin que les importe a los señores de la muerte —Maduro y Trump— las víctimas que ocasionarán. Ambos enarbolan sus “ideales” que no son sino el apego al poder inmoral que detentan.
La llamada “ayuda humanitaria” estadounidense, con el sello de USAID, que envió el iracundo Trump a la frontera de Colombia con Venezuela, es la punta de lanza yanqui que intenta provocar a Maduro, el otro iracundo, donde también está involucrado Guaidó, y así desencadenar el gigantesco negocio armamentista para que se den la mano los mayores contratistas de defensa —también llamados contratistas militares— principalmente de Estados Unidos, pero también de Francia, Italia, Rusia y otros menores de Bielorrusia, China e Irán.
A estos señores de la guerra —Trump, Maduro y también Guaidó— no les importa la vida ni la democracia ni la ayuda humanitaria; tal como van los acontecimientos parece que su objetivo es el deshumanizado negocio de las armas, impulsando a los contratistas militares que ya deben tener listos sus cargamentos de muerte.
La crisis de Venezuela debe ser resuelta sin violencia por los mismos venezolanos, obligando a los iracundos a desaparecer de la escena política con movilizaciones populares.