venezuela
Por: Luis Bilbao
Luis Bilbao
Escritor. Director de la revista América XXI
América XXI, julio 2014.- Consumada la victoria frente al plan golpista detonado en febrero, el gobierno de Nicolás Maduro afronta la necesidad de llevar hasta el fin el combate contra la “guerra económica”. En ese punto de extrema tensión, debe lidiar también con no pocos nombres asociados al proceso iniciado y llevado muy lejos por Hugo Chávez, que dan un paso atrás, o al costado, en el punto crucial del combate.
Desde finales de mayo se hizo evidente que la guarimba estaba agotada. Quedó igualmente a la luz el fracaso en el intento de lanzarse a una especie de foquismo terrorista de ultraderecha, sobre la base de comandos mercenarios.
Es la coronación de una cadena de desastres políticos de la oposición, Leopoldo López, opositor de proclamada filiación fascista e iniciador del plan golpista, se entregó para preservar su vida ante amenazas de otros partidos de la coalición burguesa, tras el fracaso del delirante propósito de secesión que independizaría a Mérida de Venezuela. Como bravo combatiente, López subió por propia voluntad a un carro donde el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, lo esperaba para llevarlo sano y salvo a prisión.
La otra cabeza tonante de la asonada, la diputada amiga de George Bush, María Corina Machado, fue expulsada de la Asamblea Nacional tras cometer un error insalvable: por indicación de la CIA aceptó un cargo de embajadora de Panamá (!) para acusar a Venezuela ante la OEA(!!). Además, ahora está formalmente procesada por sus públicos llamados al derrocamiento violento del presidente Nicolás Maduro.
Como corolario, la denominada Mesa de Unidad Democrática, el frente único contrarrevolucionario promovido por Washington, detonó una feroz lucha interna y perdió coyunturalmente toda posibilidad de ser y aparecer como dirección de la oposición.
En un desesperado intento por recomponerse, las filas diezmadas de la contrarrevolución fueron instadas a movilizarse nuevamente en guarimbas en la última semana de junio. Al menos en su primer ensayo, el martes 24, sólo lograron mostrar su extrema debilidad.
A la luz de estos acontecimientos pudo afirmar el vicepresidente Jorge Arreaza: “La guarimba ha sido totalmente neutralizada. No pudieron los sectores golpistas de la ultraderecha contra el Gobierno y el Estado venezolano”.
Rayo inesperado
Un aspecto de la furiosa ofensiva golpista ordenada por el Departamento de Estado fue exitoso sin embargo: la guerra económica. Carestía y desabastecimiento fueron inducidos desde el momento mismo en que Maduro ganó las elecciones, el 14 de abril de 2013, y no dejó un momento de tregua desde entonces. Paralelamente, no pocos funcionarios integrantes de las partes blandas adosadas a toda Revolución, convencidos de que Maduro no resistiría, acentuaron conductas corruptas en todos los terrenos. Uno de ellos fue la de la asignación de divisas, lo cual dio lugar a una fuga significativa de dólares, que a poco andar agravaría los efectos de la guerra económica.
El Gobierno reaccionó con un plan global para afrontar esa amenaza, gravísima por tres razones fundamentales: contribuyó al aumento de precios y el desabastecimiento; trabó la proyectada aceleración en la transición pacífica y, sobre todo, afectó a la moral y la confianza de importantes franjas de la población que apoya a la Revolución.
En marcha la contraofensiva programada por la dirección revolucionaria político-militar para vencer en la guerra económica, que incluye la realización del III Congreso del Psuv, cayó sobre el tormentoso cuadro político venezolano un rayo imprevisto: unas horas después de ser reemplazado de su cargo, con todos los honores, el ex ministro de Planificación Jorge Giordani hizo pública una carta de elevadísimo tono crítico, en la que condena la política económica —a cuyo timón estaba él mismo— y descalifica de manera injuriosa al presidente Maduro.
Días más tarde otro ex ministro, Héctor Navarro, quien más aún que Giordani acompañó a Hugo Chávez desde el comienzo de la Revolución, se solidarizó con su ex colega de gabinete, aunque lo hizo sin atacar a Maduro, a quien pidió en cambio una revisión de las críticas.
Ni qué decir tiene: ésta fue la pólvora para que la oposición interna y el imperialismo cargaran sus armas sin munición. A partir de allí se relanzó con vigor la ahogada campaña de prensa continental contra la Revolución Bolivariana y su Presidente.
Aparte de que en su texto Giordani omite cualquier responsabilidad propia, el ex ministro revela un odio personal por definición ajeno a un dirigente revolucionario. Y, como queda probado, además de demorar 10 años en criticar lo que condena tras perder su cargo, lo hace sin la menor consideración por el efecto político coyuntural de su conducta.
En la catarata de textos acerca de esta actitud (muchos de ellos reproducidos en www.americaxxi.com.ve) destaca la del diputado pesuvista Jesús Faría, quien califica la carta de Giordani como “desconsiderada e infame”. Faría agregó: “sus críticas a la política económica del Gobierno es una mezcla de verdades, medias mentiras, medias verdades y muchísimas mentiras”.
No es el lugar aquí para poner bajo la lupa las ideas económicas de Giordani. Baste decir que si en algo no tuvo colaboración fundada en sólida teoría marxista y eficiente capacidad práctica el ex presidente Chávez, fue en la planificación económica. Es fácil comprenderlo al leer un libro que el ex ministro publicó el año pasado al respecto, que eventualmente analizaremos en estas páginas. Ahora el tema es otro.
El breve texto de Navarro, un hombre noble y laborioso, no puede ser calificado de la misma manera. No obstante, él también incurre en una suerte de reacción al estilo francotirador, ajena desde luego e incompatible con el accionar en un partido revolucionario que, para colmo, está bajo fuego enemigo.
La transición continúa
“La igualdad entre los venezolanos tiene un solo concepto y lo trajo Hugo Chávez al siglo XXI: hoy se llama socialismo bolivariano”, dijo Maduro al finalizar el desfile en conmemoración del 193 aniversario de la Batalla de Carabobo. “Estamos unidos firmemente alrededor del Plan de la Patria, que es la obra más completa y acabada para el presente y el futuro del país, hecho por la pluma de Chávez” recalcó, para completar el contenido esencial de su mensaje con la esperanza de que “no se impongan las fuerzas disolventes que se impusieron en el siglo XIX”. Luego remató: “exijo máxima lealtad y disciplina a todos los líderes revolucionarios”.
Es la expresión política, rotunda, de la contraofensiva económica y la preparación del país para la constante amenaza bélica que, si bien tiene asiento en las fronteras de Colombia, proviene inequívocamente de la Casa Blanca.
Tal peligro no parecen asumirlo hasta sus últimas consecuencias cuadros de valía de la Revolución Bolivariana. En casos, porque se ha impuesto la idea de que es posible construir el socialismo sin enfrentar enemigos poderosísimos, en los terrenos que él plantee. En otros, porque ante la durísima y eventualmente cruenta perspectiva de llevar adelante la transición, optan por frenar. Estos últimos, a su vez divididos entre quienes tienen como basamento un pensamiento reformista, y aquellos que, por diferentes razones, retroceden ante la magnitud del desafío.
Sólo para sectas izquierdistas —en el sentido que Lenin le daba al término— este curso del gobierno venezolano puede dar lugar a condenas descalificatorias, aunque sí hay espacios para consideraciones críticas, incluso severas. Al margen los casos individuales, se trata de que también en este terreno el bolivarianismo revolucionario, como conjunto, es víctima de un momento histórico de extraordinaria degradación en la teoría, la organización y la estrategia socialistas. Sin esa perspectiva son incomprensibles las deficiencias, las sinuosidades, los errores a veces torpes en materia económica —particularmente en relación con la planificación— o en otras áreas. Pero lo sorprendente no son estas falencias, sino que, en ese cuadro de retroceso mundial de las luchas y la conciencia del proletariado, Venezuela haya logrado avanzar la revolución social, política y económica hasta el punto donde hoy está. Tanto más que para hacerlo debió combatir milímetro a milímetro contra el pensamiento reformista predominante en el escenario político e intelectual en todo el mundo, infiltrado por mil ranuras en la Revolución. Por si eso fuese poco, se trata de un proceso singular, puesto que no parte de la derrota violenta del Estado burgués, lo cual presenta retos políticos y teóricos en los cuales la dirigencia está obligada a “inventar o errar”, como proponía Simón Rodríguez. Claro que no todos los inventos salen bien. Los sabios profesores que condenan ese esfuerzo desde un escritorio sólo revelan que no sirven para conducir una Revolución viva, real.
No sólo en Venezuela vale recordar que el mundo no se divide entre traidores y traicionados, como parecen creer las sectas y los sectarios, error en el que no debería incurrir la militancia. Pero sí se divide, sobre todo en el vórtice de la lucha de clases, en revolucionarios y reformistas.
Hasta el momento, la conducción político-militar de la Revolución Bolivariana da una y otra vez pruebas de que mantiene en alto el legado de Chávez y avanza, en las circunstancias dadas, por el camino de la transición al socialismo. Mientras eso no pueda ser negado con hechos, la obligación de todo revolucionario es apoyar al gobierno bolivariano. Con el derecho a la crítica, desde luego; pero teniendo en cuenta que criticar una Revolución no es tarea a cumplir con un artículo en la web. Un revolucionario es, por definición, crítico y rebelde. También militante, esforzado y leal, disciplinado, contrario a toda mezquindad e individualismo.
El presente artículo es parte de la edición de julio 2014 de América Siglo XXI www.americaxxi.com.ve Luis Bilbao es director de esa revista.