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Las enseñanzas de ambos próceres, trascendieron sus vidas para entregarlas al futuro

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Martí y Ho Chi Minh para todos los tiempos

Autor: Marta Rojas Rodríguez | Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

18 de mayo de 2014 22:05:17

Según registra una nota del gran cubano Gonzalo de Quesada y Aróstegui, en 1889 un amigo generoso de José Martí en Nueva York, el señor Da Costa Gómez, hizo posible que viera la luz la revista La Edad de Oro, dedicada fundamentalmente a los niños, pero cuyo contenido rebasa esa orientación.

Si hiciera falta un ejemplo de la universalidad de esa obra, bastaría tomar en cuenta el re­lato Un paseo por la tierra de los anamitas, el “pueblo del Reino de Anam”, para nosotros, hoy, Vietnam.

Un año después, en 1890, nacería allí Nguyen Tat Thang, que se conocería en su juventud como Nguyen Ai Quong y para todos los tiempos como Ho Chi Minh. Si alguien encarnó el carácter de aquellos so­bre los que escribió José Martí fue Ho Chi Minh, fundador de la patria vietnamita y héroe revolucionario de su pueblo.

Pero hay una coincidencia más: Ho Chi Minh nació un 19 de mayo, cinco años antes de que cayera en combate en Dos Ríos, en igual fecha, nuestro Héroe Nacional, José Martí que hizo el mejor retrato del pueblo que representó el Tío Ho.
“(…) También y como los más bravos, pe-learon, y volverán a pelear, los pobres anamitas, los que viven de pescado y arroz y visten de seda, allá lejos en Asia, por la orilla del mar, debajo de China”.

Son muchos los ejemplos de hidalguía que colocó Martí en la historia de los anamitas que a lo largo de más de un siglo se han confirmado en varias generaciones. Pero es la vida misma de Ho Chi Minh, lo que más relaciona a los vietnamitas con el ideario de Martí.

Ho Chi Minh, como él, fundó un periódico para unir a su pueblo de varias etnias,  en favor de la libertad contra el colonialismo francés. E igual que José Martí creó un Partido, primero para unir a los vecinos de la Indochina francesa, como si se dijera en nuestro espacio geográfico para unir a Nuestra América. Des­pués fundaría el Partido Comunista de Vietnam, cuya meta sería la lucha definitiva por la independencia de su país.

“La revolución vietnamita ha hecho temblar de miedo a los imperialistas franceses”, dijo Ho en fecha muy temprana a la gran victoria de Dien Bien Phu. Y en medio del fragor del combate escribió para sus compatriotas y cuadros revolucionarios el deber que tenían todos hacia los niños:

“Cuando se educa a los niños, hay que inculcarles el amor a la patria, el amor a sus compatriotas, el amor al trabajo, el sentido de disciplina, la preocupación por la higiene, la sed de instrucción. Al mismo tiempo, hay que hacerles conservar intacta la alegría, la vivacidad, la naturalidad, la espontaneidad, la frescura de su edad. ¡Cuídese de no formar ancianos prematuros!”.

Son innumerables las enseñanzas de Ho Chi Minh, al igual que las de José Martí, no solo para su tiempo sino para los tiempos futuros, y en unas y otras la vigencia de la independencia y la soberanía constituye la raíz misma del pensamiento de los dos.

Esa es una de las muchas razones de por qué haya cobrado fuerza la coincidencia de la fecha de la caída en combate de uno y el nacimiento del otro.

Con más suerte, Ho Chi Minh pudo ver su patria libre del colonialismo francés y preparar a su pueblo para la victoria ejemplar contra la guerra de agresión de muchas administraciones del imperialismo yanqui, hasta que los vietnamitas lograron la victoria y la reunificación de su país. Él estaba seguro de que la alcanzarían y escribió:

“La guerra puede durar cinco, diez, veinte años o más. Hanoi, Haiphong y algunas otras ciudades y empresas podrán ser destruidas, pero el pueblo vietnamita no se dejará intimidar. ¡No hay nada más precioso que la independencia y la libertad! Cuando llegue el día de la victoria, nuestro pueblo puede volver a construir mejor el país y lo hará más grande y más hermoso”.

Su premonición se cumplió y la imagen que ofreció Martí de su pueblo, más cabal no pudo haber sido.

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