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Emancipación y revolución mundial

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(Conferencia dictada por Luis Britto García en la Udako Unibersitate Bolibartarra, Universidad de Verano en la Puebla de Bolívar de Vizcaya)

El mundo se descoloniza

Avanza el mundo entre conmociones que imponen las cadenas de la explotación y sacudidas que las fracturan.

Las independencias son rupturas de vínculos con el explotador internacional; las revoluciones, aniquilación de órdenes impuestos por explotadores internos y sus aliados transnacionales.

 

Emancipaciones y revoluciones son las grietas que rompen la trama de la explotación del hombre por el hombre: toda independencia aspira a ser Revolución.

Señalo siempre que la Conquista de América fue el mayor proceso de colonización de la Historia. Con las riquezas expoliadas se mantuvo la hegemonía de España durante dos siglos, y luego la de Europa sobre el mundo hasta fines del siglo XIX.

La Independencia de América fue asimismo el mayor proceso de descolonización del mundo.

El segundo gran proceso de descolonización se cumplió en el siglo XX, con la masiva emancipación política y en parte revolucionaria de Estados en Asia, África y Europa.

El tercer gran proceso emancipatorio y revolucionario de la Historia arranca ahora, abarca el planeta entero y afecta incluso a las potencias hasta hoy hegemónicas.

Las condiciones maduran

En esos tres grandes procesos liberadores concurren las mismas condiciones: 1) Debilitamiento coyuntural de potencias imperiales por pérdida de hegemonía o pugnas entre ellas 2) Forzada imposición asistemática de elementos o prácticas de la modernidad a países o estratos sociales dominados 3) Preservación o creación, dentro de los países o estratos sometidos, de culturas con alto grado de disonancia hacia las de las potencias hegemónicas 4) Masivas movilizaciones de clases o sectores sociales populares de los pueblos sometidos, en contra de la explotación y en defensa de sus especificidades culturales.

Todas y cada una de dichas condiciones se intensifican en el mundo contemporáneo:

1) Las potencias imperiales pierden hegemonía por el colapso del capitalismo, que les impone deudas públicas impagables, negación de todas las conquistas sociales de sus ciudadanos, crecimiento de la inflación, incremento de los impuestos y motorización de la economía mediante una producción armamentista que desemboca en guerras imposibles de ganar.

2) La imposición asistemática de elementos de la modernidad por las potencias hegemónicas a países del Tercer Mundo deriva en modernización deforme, signada por dependencia económica, intercambios desiguales, destrucción ecológica y depauperación masiva de poblaciones a las cuales se destruyeron sus medios tradicionales de vida sin ofrecerles inserción segura ni remunerativa en el sistema capitalista.

3) El Tercer Mundo, a pesar de la ubicua penetración cultural, preserva y crea elementos culturales que evitan que la inmensa mayoría de la población del globo se identifique con los valores y códigos de la modernización imperial.

4) Las clases y pueblos sometidos protagonizan hoy la más amplia movilización que haya ocurrido en la Historia en contra de la explotación y en defensa de sus culturas.

Así, la mayoría de los países de América Latina y el Caribe optan democráticamente por gobiernos progresistas; el mundo islámico es un hervidero de movimientos contra las imposiciones imperiales y los gobiernos sumisos hacia ellas; las potencias emergentes muestran claras señales de independencia con respecto al G-7.

Pero incluso en países del bloque hegemónico como Inglaterra, Italia, Francia, España, Portugal, Grecia e Islandia irrumpen multitudinarias movilizaciones sociales contra políticas que arrojan la totalidad del peso del colapso financiero sobre los trabajadores, al tiempo que en Estados Unidos surgen graves indicios de intranquilidad social.

Como si no faltaran detonantes para esta vertiginosa situación, una crisis alimentaria disparada por el cambio climático y la especulación financiera de los monopolios agrícolas triplica y quintuplica el precio de los alimentos básicos y coloca a la humanidad entre la espada y la pared. Examinemos la Historia: gran parte de los movimientos revolucionarios fueron detonados por escaseces de alimentos, y la que ocurre hoy tiene carácter global.

El sistema colapsa: sólo la Revolución mundial evitará que arrastre con él al resto del planeta.

Los imperios contraatacan

Los imperios amenazados por la radicalización de los pueblos en América Latina, Asia, África y en la misma Europa, responden con un recurso que la agrava: la multiplicación de agresiones militares en territorios cada vez más extensos y remotos.

Estos ataques intensifican los sentimientos culturales y políticos de rechazo de los pueblos invadidos, y son incosteables para agresores con arcas fiscales exhaustas por la crisis.

Los imperios quiebran

Pues los países hasta ahora hegemónicos están en quiebra. Según el FMI, para 2011 la Deuda Externa de Francia equivaldrá al 99% de su Producto Bruto Interno; la de España al 74%, la de Alemania, al 85%, la de Italia, al 130%, la de Japón, al 204%, la del Reino Unido, al 94%, la de Estados Unidos, al 100% (World Economic Outlook; OECD, Economic Outlook). Son pasivos impagables, que es imposible cancelar devaluando monedas o aumentando impuestos, y que las dirigencias tratan de financiar eliminando las ventajas sociales de los trabajadores. Estados Unidos admitió en junio de 2011 que estaba a punto de declarar una moratoria de su deuda con China. En julio hubo complejas negociaciones para salvar el euro. Con razón casi todos los Estados en quiebra se agavillaron para saquear a Libia sus reservas monetarias y energéticas.

La declaración de una bancarrota fiscal de Estados Unidos llevaría consigo el desplome de la divisa sin respaldo que dicho país obliga a aceptar al resto del mundo como pago de sus obligaciones. Otro tanto podría suceder con un quebranto del euro, cuya salud no es ejemplar.

Repasemos la Historia Universal: casi todas las revoluciones de la Época Moderna fueron precedidas por bancarrotas fiscales que debilitaron y deslegitimaron a los Estados y los forzaron a solicitar sacrificios imposibles y consensos sociales problemáticos para conjurar el déficit.

Estos países en bancarrota se desvanecen también por la declinación demográfica: no tienen consumidores para sus productos, ni brazos para producirlos. Hacia el 2010 el mundo ronda los 7.500 millones de habitantes. Estados Unidos cuenta con 313.232.000 pobladores, toda la Unión Europea, con 501.259.840. Sus tasas de crecimiento poblacional son insignificantes. Más de las tres cuartas partes del incremento total de la población de la UE se debe a la inmigración. Sus economías dependen de ésta y de la tercerización de fuerzas laborales en el exterior: a ambas les niegan todo derecho; éstas pueden corresponder negándoles toda lealtad.

Como resultado de ello, el ejército de la primera potencia imperialista de la tierra está conformado esencialmente por mercenarios, reclutados mayoritariamente entre sus marginalidades excluidas: afroamericanos, hispanos y pobres. Los beneficiarios de las políticas del Imperio se niegan a luchar por él. El Imperio Romano cayó después de que sus ejércitos dejaron de estar integrados por ciudadanos y pasaron a depender de fuerzas mercenarias. La experiencia podría ser significativa para potencias que dependen cada vez más de la agresión militar.

La quiebra fiscal y demográfica de las potencias hasta ahora dominantes no implica que renunciarán en términos pacíficos a su hegemonía. Precisamente en un clima de bancarrota del Estado y proletarización de las clases medias surgieron los fascismos europeos, para tratar de reconquistar mediante la violencia racista las posiciones perdidas.

La energía fósil se agota

En fin, el capitalismo en colapso, con su economía del consumismo, del derroche y del sobrecrecimiento del sector servicios, con sus maquinarias militares y su sistema de concentración de la población en megalópolis, está también irreversiblemente condenado por el acelerado e inminente agotamiento de las reservas de energía fósil que lo sustentan. Más del noventa por ciento de la energía que el planeta consume viene del petróleo y sus derivados; las potencias hegemónicas tienen muy pocas reservas naturales, y a nivel mundial ya ha sido alcanzado el tope de su producción. De ahora en adelante, la explotación petrolífera y gasífera sólo aportará rendimientos decrecientes antes de su agotamiento en un período que podría durar poco más de medio siglo. Estados Unidos es el mayor consumidor de hidrocarburos del mundo, y actualmente gasta en ellos unos 600.000 millones de dólares cada año. Su crisis fiscal podría impedirle continuar tales desembolsos. Ante ello, intensifica las también incosteables guerras de saqueo de hidrocarburos, que a la larga plantearán una confrontación de magnitud global con las restantes potencias del planeta.

Los países imperiales pueden por poco tiempo reforzar y aplicar su preponderancia tecnológica en tales conflictos contra los países menos desarrollados, pero históricamente la sofisticación táctica ha fracasado contra la resistencia cultural y política popular. Así pasó en los grandes fiascos imperiales de Corea, Vietnam, Cuba, Argelia, Afganistán, Irak, Somalía, y en la presente agresión contra Libia, que se esperaba decidir en pocos días y que la resistencia de los patriotas podría convertir en descalabro para Estados Unidos y sus satélites de la OTAN.

El mundo se libera

Existen los recursos científicos y tecnológicos para revertir esa maquinaria monstruosa hacia una civilización fundada en la conservación de la naturaleza, el aprovechamiento de las energías y recursos renovables y el reciclamiento de lo consumido. Pero así como el sistema no puede ganar sus guerras imperiales porque no entiende el funcionamiento social, económico y cultural de los pueblos que invade, tampoco se comprende a sí mismo lo suficiente como para emprender las reformas culturales, sociales y económicas que lo salvarían. Paralizado en su modelo predatorio que lo condena a buscar la ventaja propia en la ruina de todos, es incapaz de entender que la salvación de todos es la condición de la propia supervivencia.

Nunca como hasta ahora la amenaza nuclear ha sido tan insuficiente para garantizar que las plutocracias de un insignificante porcentaje de la población mundial se apropien de los recursos y del fruto del trabajo del resto de la humanidad. La Tercera Revolución, una prodigiosa era de cambios y movimientos renovadores, está en marcha.

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