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Hugo Chávez y el “Caracazo”*

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Pocas personalidades de la historia reciente han tenido un impacto tan decisivo como Hugo Chávez (1954-2013). Elegido presidente de Venezuela en 1998, su mensaje y el ejemplo de las realizaciones de la Revolución Bolivariana despertaron a toda América Latina. La incapacidad de la clase política tradicional para canalizar la revuelta de “los de abajo” abrió el camino a dirigentes nuevos, de origen sindical, militante social, militar o hasta guerrillero: Lula y Dilma en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, Tabaré Vázquez y Pepe Mujica en Uruguay, y tantos otros. Pero el primero fue Chávez.

En un libro revelador, fruto de cinco años de trabajo y más de doscientas horas de conversaciones, Ignacio Ramonet logra retratar a Chávez a través de sus propias palabras ¿Quién era Hugo Chávez antes de convertirse en una personalidad pública universalmente conocida? ¿Cómo fue su infancia? ¿Cómo se formó? ¿Cuándo se inició a la política? ¿Cuáles fueron sus lecturas? ¿Qué influencias recibió? ¿Cuál era su visión geopolítica? ¿Con qué corriente ideológica se identificaba?

Estas memorias dialogadas, centradas en la primera vida del presidente venezolano, clave y explicación de su posterior trayectoria, son una obra de historia insoslayable para quien quiera entender el arranque del siglo XXI en América Latina y el mundo.

El libro se ha presentado en Venezuela el pasado 28 de julio, con ocasión del 59 aniversario del nacimiento de Hugo Chávez. En España y en el resto de América Latina, estará en librerías a partir del próximo 17 de octubre. 

En el corto extracto que publicamos aquí, Chávez nos revela la importancia que tuvo, en su futura determinación política, la explosión social que se produjo en Caracas el 27 de febrero de 1989 conocida como el “Caracazo” y que el gobierno del presidente social-demócrata Carlos Andrés Pérez reprimió con inaudita violencia, causando miles de muertos.

Ignacio Ramonet: Carlos Andrés Pérez una vez reelegido, cambió de discurso.

Hugo Chávez: Totalmente. Casi de la noche a la mañana efectuó el “gran viraje”. Asumió su cargo de Presidente el 4 de febrero de 1989. Y el 16 de febrero, ante la sorpresa de sus propios seguidores, declaró que le iba a aplicar inmediatamente al país, sin anestesia, una “terapia de choque” neoliberal exigida por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Apoyándose en su ministro de Fomento, Moisés Naím, y su ministro de Planificación, Miguel Rodríguez Fandeo, y aconsejado por Jeffrey Sachs, uno de los grandes fanáticos entonces del ultraliberalismo, Carlos Andrés, ese día, anunció las ominosas medidas del “paquetazo neoliberal”: liberalización del comercio, supresión del control de cambios, privatizaciones masivas de empresas públicas, recortes drásticos en los programas de ayuda social, fuertes aumentos de los precios de los productos y servicios de primera necesidad... De todas esas decisiones, las que peor le sentaron al pueblo fueron dos: el aumento de los precios de los productos derivados del petróleo con la consiguiente subida –¡un cien por cien!–  del precio de la gasolina; y el alza —¡un treinta por ciento!— de las tarifas del transporte público. Las clases populares, que tres meses antes habían votado por el socialdemócrata Carlos Andrés, acogieron este salvaje “plan de ajuste estructural” como una puñalada traicionera...

IR: ¿Cuándo empiezan las protestas?

HC: En cuanto el gobierno aplica las medidas. O sea unos diez días más tarde. El domingo 26 de febrero, el Ministerio de Energía y Minas anuncia que el alza de los precios de la gasolina y el incremento de las tarifas de los transportes públicos entrarán en vigor a partir del día siguiente: lunes 27 de febrero. Un final de mes... Cuando los trabajadores ya no tienen un centavo... Fue la gota que derramó el vaso. A las 6 de la mañana de ese lunes, en Guarenas, municipio de la periferia de Caracas, los primeros trabajadores que debían tomar los autobuses para venir a la capital, no aceptan el alza de los pasajes y se rebelan. Se enfrentan a los transportistas. Ahí comienza todo. La gente dice: “¡Basta!”.  Y es la explosión, el inicio de la revuelta: “¡No al FMI!”. Los habitantes de una urbanización vecina, Menca de Leoni [hoy “27 de Febrero”], espoleados por la exasperación social, se suman a la insurrección de los viajeros. La furia popular se desata. Arden algunos autobuses. Las escasas fuerzas de policía se ven desbordadas. Los disturbios se extienden como reguero de pólvora por los cerros y zonas populares como El Valle, Catia, Antímano, Coche.... Muchos almacenes y comercios son saqueados por un pueblo que tiene hambre. A primera hora de la tarde, el levantamiento se ha propagado al centro de Caracas y a varias ciudades del interior. Aquello no fue sólo un “Caracazo”, fue un “Venezolanazo”, porque la rebelión popular se extendió por todo el país. Ciertamente su epicentro estuvo en Caracas, pero se extendió a Barquisimeto, Cagua, Ciudad Guyana, La Guaira, Maracay, Valencia, Los Andes... Preso del pánico, el gobierno decreta el toque de queda, activa el “Plan Ávila” que coloca la capital bajo ley marcial y custodia del Ejército habilitando a los militares a que hagan fuego con armas de guerra contra los manifestantes civiles. Se reprime pues con la mayor brutalidad esa rebelión social, se cometen verdaderas masacres en los barrios pobres, repitiendo la consigna de Rómulo Betancourt: “¡Disparen primero, averigüen después!”. 

IR: ¿Dónde estaba usted cuando estalla el “Caracazo”?

HC: Había pasado la noche en el Seconasede, en el Palacio Blanco y, como le conté, amanecí con fiebre y malestares, fuertes dolores en las articulaciones. Mis hijos tenían lechina [rubéola] y yo ya me vine la víspera contagiado. El médico confirmó que era una enfermedad viral muy infecciosa, y que no podía quedarme. Me mandó a casa. Yo no tenía mando de tropa, ni sabía que la revuelta ya había empezado. Así que me fui primero a la Universidad y, como le dije, viendo que habían suspendido los cursos, me marché a mi casa. Residía entonces, con Nancy y mis tres hijos, Rosita, María y Huguito, en San Joaquín [Estado Carabobo, a unos 100 kilómetros de Caracas], acabábamos de comprarnos una modesta casita allá. Uno de mis vecinos y compañero del MBR-200, el Mayor Wilmar Castro Soteldo, fue quien me dio la noticia: “¿Qué hacemos?” me preguntó. Pero aquello nos pillaba descoordinados. No se podía hacer nada.

IR: ¿No lo habían previsto?

HC: Por supuesto. No teníamos ningún plan. Fue desesperante. Llegaba por fin el momento y la oportunidad que tanto habíamos esperado, y fuimos incapaces de entrar en acción. Recuerdo que hablé por teléfono con Arias Cárdenas y le dije: “El pueblo se nos adelantó. Salió primero.” Ese despertar del pueblo nos pilló dispersos. No disponíamos siquiera de un sistema de comunicaciones para contactarnos entre miembros del  Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 (MBR-200). Sólo algunos pudieron hacer acciones a nivel individual para tratar de frenar la masacre. Varios oficiales que recibieron la orden de abrir fuego contra el pueblo se negaron, y ordenaron a sus tropas que no le disparasen a la gente. Pero fueron una minoría...

IR: ¿Cuántas víctimas hubo?

HC: Nunca se supo. Corrió mucha sangre aquel día. La cifra oficial es de unos trescientos muertos, pero probablemente hubo varios miles, enterrados en fosas comunes, masacrados. Y no por un ejército invasor.  Por nuestras propias fuerzas policiales y militares. Llegué a ver niños destrozados por los disparos de nuestros soldados. Incluso, en una clínica con personas en tratamiento mental, balearon a los pacientes. El gobierno mandó traer militares del interior del país y los utilizó como una tropa invasora, como si nuestro Ejército fuese la Fuerza Armada del Fondo Monetario Internacional. Muchos oficiales que participaron en la represión sintieron remordimiento y vergüenza. Se lo reprochaban mucho. Unas semanas después, en una reunión de oficiales, les recordé la conocida frase de Bolívar:“Maldito sea el soldado que vuelve las armas contra su pueblo”. Sin poderme aguantar, les solté: “Nos ha caído la maldición de Bolívar. ¡Estamos malditos!”.

IR: ¿Fue muy fuerte el impacto en las Fuerzas Armadas?

HC: Nos dolió muchísimo. Marcó a nuestra generación; dejó huellas imborrables. En el seno de la Fuerza Armada fue donde ese “Sacudón” tuvo, a largo plazo, el mayor impacto. Recuerdo que, meses más tarde, una noche, al entrar en el Palacio Blanco, un oficial se me acercó: “Mi Mayor, me dijo, al parecer usted anda en un movimiento, y quiero ingresar en él”. Por razones de seguridad, negué; pero le pregunté por qué deseaba adherirse. El teniente me contó lo siguiente: “El 27 de febrero de 1989, me hallaba prestando seguridad en las inmediaciones de Miraflores y detuve a unos muchachos que estaban asaltando una panadería. Eran una docena, casi todos adolescentes. Los llevé presos. Dejé que se comieran el pan robado porque me confesaron que tenían hambre... Les dí agua... Pasé con ellos varias horas conversando. Me contaron lo mal que vivían en los ranchos, la pobreza, el desempleo, el hambre... Me suplicaban: “Teniente, ¡libérenos!” No podía hacerlo, debía esperar órdenes. Llegó una brigada de la Disip(Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención) para interrogarlos... Los entregué. Los montaron en una furgoneta y se los llevaron. Unas horas después, bajando por una calle vecina, me los encontré a todos: ametrallados, ejecutados...”.

Aquel oficial quedó destrozado... Redactó un informe. Sus jefes le ordenaron que se callara, que no era problema suyo, que se trataba de meros delincuentes, y que había que salvar la democracia... Este oficial pertenecía a la Guardia Presidencial, o sea un militar de total confianza del aparato pero, a partir de ese día, estuvo más cerca de nosotros que del gobierno. El régimen se aprovechó del “Caracazo” para aterrorizar a los pobres y hacer un escarmiento. Para que no volvieran a amotinarse. Ese día, se cometió la mayor masacre de la historia de Venezuela del siglo XX. Ese día, la “democracia” venezolana perdió la máscara y reveló su rostro represor más odioso. Porque, luego de que la rebelión se hubo apagado, en los primeros días de marzo, el gobierno prosiguió su sistemático y criminal ejercicio de terrorismo de Estado. No debemos nunca desconocerlo. Era una dictadura disfrazada de democracia. Por eso digo a menudo que nos está prohibido olvidar.

IR: ¿Hubo víctimas entre sus amigos militares?

HC: Sí, desgraciadamente, entre las víctimas también había compañeros nuestros. Y, entre ellos, Felipe Acosta Cárlez, uno de los fundadores del Movimiento Bolivariano, leal compañero y gran amigo. El 1° de marzo me dieron la noticia: “¡Mataron a Felipe Acosta Cárlez!” No está claro cómo murió; estoy convencido que el Alto Mando y la Disip, sabiendo que era uno de los dirigentes de nuestro movimiento, aprovecharon la confusión reinante para tenderle una trampa y liquidarlo. Quizás, si yo no hubiese estado enfermo esa semana, la policía política me hubiera liquidado a mí también. 

IR: ¿Ahí es cuando usted le dedica un poema?

HC: Sí, ese mismo 1° de marzo, le escribí un poema. Aquella tragedia me enlutó el alma y mi pena se derramó sobre la hoja de papel. Aunque se lo dediqué a él, en realidad pensé en  todas las víctimas. Pero a la vez, ese dolor actuó como un disparador. La explosión popular del “Caracazo” rompió la losa que encerraba a Venezuela en un sepulcro colectivo. Porque, por otra parte, si consideramos el panorama internacional, ese levantamiento popular fue admirable.

IR: ¿En qué sentido?

HC: El “Caracazo” es, en mi opinión, el hecho político de mayor trascendencia del siglo XX venezolano. Y, en ese sentido, marca el renacimiento de la revolución bolivariana. Recuerde que, ese mismo año 1989, se hundía el muro de Berlín... y se levantó Caracas contra el FMI. Cuando en las esferas intelectuales internacionales se hablaba del “fin de la historia” y cuando aquí todo el mundo, ya no sólo políticamente sino también financiera y económicamente, estaba rendido ante el Fondo Monetario y el Consenso de Washington, se alzó una ciudad y todo un país. Con esa rebelión de los pobres, con esa insurrección de las víctimas seculares de la desigualdad y de la exclusión, con esa heroica sangre popular comenzaba una nueva historia en Venezuela. Porque, apenas diez años después, vendría nuestro gobierno bolivariano a proponer fórmulas alternativas... Venezuela se alzó a contracorriente de la ola neoliberal... Y nosotros, en el Ejército, entendimos que ya no podíamos dar marcha atrás.

En lo personal, me dije: “Ahora no me voy del Ejército, aunque sólo seamos cinco los que le entremos a tiros a Miraflores una noche, de aquí no nos vamos callados.” Lo mismo me dijeron los demás. Nuestro movimiento se relanzó, creció, pasó a la ofensiva, se consolidó... Reactivamos las reuniones... Aunque el gobierno también, a partir de ahí, comenzó a golpearnos duro y a presionarnos porque nos convertimos en una amenaza abierta y desafiante.

Extractos del libro “Hugo Chávez: Mi primera vida. Conversaciones con Ignacio Ramonet”, Debate, Barcelona, 2013, 710 páginas.
En librerías el 17 de  octubre próximo.

Tomado de Le Monde Diplomatique (El Diplo) Nº: 61, edición boliviana, agosto 2013.

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