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Escritor del viento y el absoluto

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- 03/05/2013

El 11 de agosto de 2012 fui invitado a la mesa de presentación de los tres libros de Jesús traducidos al italiano: De la ventana al parque, El árbol de la tribu y Tirinea, que semanas antes él en persona había lanzado en varias ciudades de Italia.

Lamentablemente en aquella mesa no pude compartir con el maestro —ausente por un malestar— y, lo que es más lamentable aun, nunca más volví a verlo.

Dado que la misión de tratar de definir o enmarcar tres diferentes obras —grandes clásicos, nada menos— era muy compleja, ideé una manera de salir al paso aquella tarde de sábado en la Feria Internacional del Libro de La Paz.

Se me ocurrió encontrar, entre innumerables posibilidades, sólo una o dos palabras, nociones o conceptos que enmarquen a cabalidad la sustancia singular y común de estos tres libros, y pude dar con una: el viento o los vientos y el absoluto.

Confieso, eso sí, que detecté estas palabras con trampa, ayudado por el propio Jesús. Para mí la rotunda fluidez y embeleso de su prosa es una exhalación, una ráfaga que arrasa para después traslucir y trascender. Y la poética' ni qué decir' o qué mejor que lo diga él, en este extracto de Los devotos del viento:

“Cada uno es llevado por un viento único, sea en calidad de brisa matutina o de huracán nocturno. A lo mejor el poeta conoce de estas cosas tanto como el austromante y seguro que tiene un anemómetro invisible para averiguar la velocidad y la dirección de ese otro viento, que también es caprichoso y nadie sabe con precisión de dónde viene y a dónde va, al igual que los que soplan por el planeta entero”.

Durante su gira italiana, Jesús dijo (esto lo sé gracias a Gustavo Alarcón): “en términos afectivos, los poemas que escribí en el curso de mi vida, casi siempre con el aire de anotaciones hechas al borde del abismo, están muy entrelazados”. 

“Los que se quedaron inéditos no necesitaban ninguna confirmación; en cambio, los otros echaron a andar sin declarar sus antecedentes, confiados en esa casual y benévola luz que los árboles transmiten hacia mundos de cuya hermosura nada sabemos. Sé que hacer del árbol un sinónimo de la poesía es una arbitrariedad, en mi caso inevitable”.

¿Y el absoluto? Terminé mi ponencia aquella tarde citando una frase de Jesús en una vieja entrevista de la década de los años 70: “Obediente a impulsos irracionales, intenté volcar toda mi experiencia durante la redacción de Tirinea; esto es natural porque, como ya lo han dicho otros, el escritor desea inconscientemente conseguir el absoluto con su obra”.

Qué duda cabe que Jesús Urzagasti logró -hace ya mucho tiempo- el absoluto. (MZ)

“Sé que hacer del árbol un sinónimo de la poesía es una arbitrariedad, en mi caso inevitable”.

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