Julio de 2018
Ricardo Aguilar Agramont*
La literatura nos da una y otra vez patéticos ejemplos históricos de la infinita soledad del poder y sus aderezos (el dinero, la fama, etc.).
Timón de Atenas, de William Shakespeare, quizá represente la estructura trágica de esa soledad que se repite una y otra vez en la política. Timón vive rodeado de aduladores, a quienes regala grandes banquetes, pues su debilidad es la lisonja de los vividores que merman día a día su fortuna hasta dejarlo en la calle. Cuando ya no tiene qué banquete ofrecer, lo abandonan.
La estructura clientelar del partido de Gobierno (con una que otra sorprendente excepción) es idéntica, con exactitud cartesiana. Un Timón está rodeado de sus aduladores. Los zalameros inmediatos son otros timoncitos escoltados a su vez por pequeños “aduladorcitos”. Este esquema se repite mientras la escala se hace cada vez más y más chiquita hasta la desmentida indivisibilidad del átomo.
Sin lugar a dudas, lo sucedido el miércoles (la comedia legislativa en que el Movimiento Al Socialismo (MAS) interpeló al ministro de Justicia, Héctor Arce) pone en escena el primer acto de Timón de Atenas, el de la adulación, con una fidelidad obscena.
Pero esa obra de Shakespeare no es cómica, es trágica, y las tragedias, como la ocurrida en la Asamblea Legislativa, terminan mal para sus enceguecidos héroes, quienes a pesar de ser advertidos una y otra vez de su error, se encaminan fatalmente (Ate) a un desenlace horroroso. Hoy se aplauden unos a otros, se dan caricias entre sí, se reparten melosos halagos, intercambian melifluas miradas de lealtad, uno sale en defensa del otro almibaradamente; mañana se sacarán los ojos, traicionarán a sus propias madres, se maldecirán mutuamente y todos dirán haber seguido las órdenes de un timoncito que a su vez dirá que sólo obedecía a Timón, el grande.
Soledad.
Soledad.
La soledad más inconsolable es la del poderoso. Cuando uno está tan sólo se anima a pagar a una empresa millones de dólares con dinero ajeno para, en tu infinita inseguridad, anular con un juicio a un contrincante y prologar cinco años la ficción de que no estás solo, para que el coro de aduladores te siga dirigiendo sus cantos, para que las vidas que se destruyeron a tu paso no te quiten el sueño, al menos por cinco años más… Esas loas cantan al solitario poderoso, ese honorable “perpetrador con sombrero / de probidad. / El abogado de la carcoma / el que dicta las normas / y sacude / en la plaza / el árbol del usufructo”.
*Ensayista