De sábado a sábado 523
Che y Vallegrande en el corazón
Remberto Cárdenas Morales
"Che, Che,
Che Guevara
cada uno de nosotros
solo no vale nada".
Me sigue martillando la cabeza y me hace latir más el corazón este estribillo de la canción compuesta por Manuel Monroy Chazarreta y estrenada en Vallegrande en ocasión del Encuentro de homenaje al Che y a los guerrilleros caídos en la gesta de Ñancahuazú en 1967.
Aquel mensaje, tomado de una carta en la que el Comandante de América se despide de sus hijos, sucede a otro para construir la unidad en nuestro suelo rociado con tanta sangre de patriotas: "Los cubanos unimos lo que otros dividen", proclama un militante de la Unión de la Juventud Comunista de la tierra de Martí y de Fidel en el último Festival de la Juventud y los Estudiantes por la Solidaridad Antiimperialista, la Paz y la Amistad (1997), realizado en la capital de la isla indomable. Este Festival (en un video durante el viaje a Vallegrande) otra vez propone que pueden (y deben) impulsar tareas conjuntas militantes desde diferentes trincheras partidarias y los que no tienen partido pero que asumen una causa liberadora.
En el Encuentro de Vallegrande participa un contingente humano unitario y multinacional, acaso porque allí se "atemperan" las discrepancias, como postula el Che en su herencia teórica y política que, sin embargo, es la que menos se difunde en aquellos homenajes, con frecuencia inflamados de frases hechas y gastadas, poco imaginativas y agotadoras...
El reducido grupo que formamos con estudiantes de Comunicación de la UMSA (casi todas mujeres, para sentirlo como un halago) es una muestra de incipiente unidad; empero, convergencia a pesar de todo.
En la quebrada del Churo, allí donde cayó herido el Che, rememoro que los miembros del pequeño ejército guerrillero tienen procedencia política diversa, hasta discrepante, aunque esto seguro en cuestiones secundarias.
"Es Vallegrande la tierra
donde florece el ensueño
y su nostalgia infinita
nos va brindando el amor".
¿Cómo ir a Vallegrande?
Apelo a los estudiantes con los que trabajo. Ante la consulta, la respuesta de los concentrados en un curso llega de inmediato: ¡Vamos! Aunque se veían ciertas caras incrédulas, más o menos como la mía. No obstante, otra vez llega la constatación de que el Che convoca a los de izquierda, a los que no son parte de ésta, así como ante él se neutralizan sus enemigos o cuando menos calman sus furias (salvo las naturales excepciones).
En el viaje siento necesidad de gritar o cantar: "¡Que vivan los estudiantes!", esa hermosa e interpeladora canción de la chilena Violeta Parra.
Viajamos convencidos de que no cabría buscar comodidades en Vallegrande, inexistentes además, aunque disponemos allí de la "cama dura" pero fraterna de los profesores rurales, gesto que de nuevo agradecemos.
Me preocupa la cantidad de concurrentes porque supongo que se reducirá ante los huesos del Che en Santa Clara (Cuba) y no así en esa fosa común en la que, para serles franco, me hubiera gustado que permanezcan con el argumento del mismo Guevara: los restos deben quedar sepultados allí donde se muere; afirmación que recordó para la revista Bohemia la mayor de sus hijas cuando se buscaban sus restos.
Además, me siguen conmoviendo más las tumbas del soldado desconocido en vez de los mausoleos con guardias vigilantes y cerraduras bien cuidadas, llamas eternas y flores en todas las estaciones.
Pienso en la organización y en el desarrollo de ciertos programas en un escenario modesto: festival de cine, canciones cada noche, muestras de pintura, actividades infantiles, verbenas, charlas de reflexión, debates, proclamas, artistas anunciados que a veces no llegan, y tantos otros. A muchos de ellos no se puede concurrir porque varios coinciden en horarios o, lo insuperable: los ambientes reducidos se niegan a reunir a tantos asistentes.
Exigencias extremas, a tono con la defensa del medio ambiente (como aquélla que la basura debe arrojarse en basureros, también inexistentes), nos parecen una exquisitez plausible pero irrealizable.
Las mesas de reflexión, como para fatigar a los habituados a tragarse tantas de su género, confirman una sospecha: pocas son las que valen la pena. Más escasas aún son las que llevan a la meditación; improvisadas, como alguna que ni siquiera puede concluir; otra, en la que se hace algo que no aparece escrito en sus discursos conocidos (Ej.: el de Argel). Ausencias, entre los expositores, como la de un vallegrandino estudioso, ahora historiador, quien cuando empezó la guerrilla dirigió en Vallegrande el primer rayado mural de apoyo entusiasta de jóvenes comunistas a la epopeya del Che, acción que le valió una golpiza y una afrenta: con el pelo rapado (al estilo de un conscripto) es paseado en burro por la plaza pública de aquella localidad. Los responsables del abuso mayúsculo: militares, entonces en armas, bajo órdenes del Cnl. Andrés Selich (tenebroso ya entonces, luego ministro del Interior de la dictadura de Banzer y muerto a golpes a manos de otro fuerte de ese régimen, Alfredo Arce Carpio). Aquel historiador y amigo (Adhemar Sandóval Osinaga), en ese momento director de la Casa Municipal de Cultura Hernando Sanabria Fernández, pudo haber contado más de un testimonio interesante en esas mesas de reflexión. En otra será, se dice en Vallegrande.
Pocos vallegrandinos en los actos
Otro persistente temor es verificado: pocos vallegrandinos, residentes en el lugar, participan de las actividades programadas como parte del Encuentro. Los llegados allí se apropian de plazas, calles, mercado, locales públicos. Acciones pensadas, programadas, realizadas, evaluadas, por los visitantes. Este rasgo hace decir a un colega periodista que el Encuentro parecía inscribirse en una acción extensiva del foco guerrillero (a éste sus integrantes llegaron de afuera y emprendieron los combates para liberar a los lugareños). Y con ese título que resume esa apreciación envía su nota a la agencia de noticias para la que trabaja.
Pese a la notoria ausencia de mis paisanos en los homenajes al Che, la acogida de ellos se siente, como anota el vals de Gilberto Rojas, "Es Vallegrande la tierra...". Aunque una vallegrandina de las nuevas generaciones no puede mantener en secreto su disgusto, porque jóvenes a los que se conoce como "mochileros" ganan la plaza principal para vender "artesanías" de baja ralea: anillos, pendientes, collares, insignias... con la imagen del Che en alguna parte. "Nosotros no esperábamos a éstos que vienen aquí a beber, drogarse, dormir, vender...; esperábamos a gente bien, como los que llegaron cuando se encontraron los restos del Che y los guerrilleros..." (periodistas extranjeros, especialmente), protesta.
Este último dato nos llega con fuerza porque también hay algunos que frente a manifestaciones unitarias y multinacionales, en la plaza pública de Vallegrande, hacen conocer su desagrado ante lo que denominan la "mercantilización" del Che, o porque aseguran que unos están allá para divertirse y comer bien y, en La Higuera, esos mismos compañeros se adueñan del homenaje, o lo pretenden.
En La Higuera, un preste
En La Higuera, una afirmación me afecta de nuevo: un colega dice que cada 8 de octubre ciertos revolucionarios vamos hasta ese lugar a "pasar el preste" y a venerar a San Ernesto. El instante en el que se ofrece chicha, hasta acabar "el viaje" de esta bebida, parte del preste (alferazgo en Vallegrande), otra vez me convenzo de que importa más la difusión de las ideas del Che antes que homenajes monótonos. O, mejor aún, más ideas del Che, más de su ejemplo y menos actos rituales repetitivos.
Sin embargo, esta afirmación no puede desmentir que en este tipo de concentraciones y en Vallegrande hace falta un "poco de bar...": "té con té", té con licor blanco o singani, por la noche, en el boliche del "Jaspe"; aunque allí en este último tiempo sólo atiende su nieto, porque el Jaspe descansa en el mismo cementerio en el que se cree está sepultada Tania , la guerrillera del ejército del Che.
Más allá de las sombras que registramos, las luces recogidas en este Encuentro nos sirven para alumbrar el camino que en mucho tenemos que abrir, con el Che en el corazón. Si es cierto que la "sangre y la carne" de él permanecen en Vallegrande, acaso allí haya que volver para recoger sus enseñanzas posibles.
Siento a Vallegrande en el corazón, resumido en múltiples pasajes, especialmente en dos: veo a cada instante a "mi profesora" (Wilma Alcoba Vargas), concejala ahora, una de las que me enseña a leer en la primaria, cuando en la inauguración de este Encuentro y en la plaza principal nos regala, a miembros de nuestro grupo, tamales de maíz "pelau" (sin la cáscara) con carne de chancho, cocinados en olla de barro. También sigue (en el corazón) mi primo hermano político (Samuel Quiroga Quiroga), con quien aprendí a leer el periódico (Presencia) cuando no había televisión en Bolivia y cuando la radio difundía menos noticias que ahora.
Por todo ello, canto para mis adentros aquella copla tan repetida pero de un mensaje totalizador:
"Ahora sí que estoy
lleno de alegría
porque mi juntau
con los que quería".
Combatientes de fuego
Continúa en mi mente la fosa común de tierra un tanto rojiza (la tumba del Che y sus combatientes de fuego), ubicada camino al panteón y más cerca todavía del camino por donde pasábamos hacia "la pampa" (una pequeña finca), casi todos los días, con mis padres, hermanos, sobrinos, vecinos y amigos.
Imagino a mi padre fallecido (Zenón Cárdenas Robles), en su habitual cabalgadura, en el camino que atraviesa el viejo aeropuerto vallegrandino y se me arruga el corazón, aunque me reconforto al recordar que por cuanto vivió él sentía alegría.
Observo a concurrentes al Encuentro con rostros compungidos, cansados, pero esperanzados, con los rostros de tantas patrias juntas, reunidos en Vallegrande, población apacible en la que dejan sus huellas.
"Che, Che
Che Guevara
cada uno de nosotros
solo no vale nada…”
"Es Vallegrande la tierra
donde florece el ensueño...”
La Paz, febrero de 1998.