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Doña Alejita: vigía en todas las acciones de solidaridad con la Cuba de Martí y de Fidel

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De sábado a sábado 521

Doña Alejita: vigía en todas las acciones de solidaridad con la Cuba de Martí y de Fidel

Alejandrina Morales de Quiroga fue la compañera del Oso Quiroga (Hernán Quiroga Pereyra) en incontables jornadas de amor y de lucha. Madre, compañera, amiga y camarada de su hijo e hijas. Una generación de jóvenes comunistas bolivianos de la resistencia a la dictadura de Banzer también la sentimos madre nuestra, como la descrita en la novela de Máximo Gorky, la que comparte el linaje y la batalla con sus hijos, por tanto, progenitora y compañera en la vida y la acción cotidiana.

El hogar comunista de los Quiroga-Morales era Oruro, suelo por el que transitaba la economía del estaño y las arenas sobre las que pisaban fuerte los combativos mineros; asimismo, el sitio en el que operaba efectiva la policía política...

Allí, el Oso Quiroga tenía el hogar protegido por su compañera, quien apenas se anoticiaba de que apresaban al marido alistaba dos abrigos y dos raciones de comida porque casi siempre los dos detenidos políticos, considerados temibles comunistas, eran el Oso Quiroga y Felipe Íñiguez, camaradas y compañeros de todas las lides, a la vez colegas en la universidad pública orureña. Felipe también tenía seguro el frente interno, porque cuando las vituallas le llegaban con alguna demora, doña Alejita se anticipaba con el soporte material y con el amor para el profesor universitario y soldado de la causa obrera y popular.

Ese era el período en el que funcionaban, con respaldos diligentes y caros, comités anticomunistas que promovían cruzadas contra la Revolución Cubana, los que tenían como encargo disgregar o cuando menos desanimar a los que organizaban la solidaridad con Cuba y su pueblo indómito.

Se trataba del reinado, también en tierras bolivianas, del macarthismo que impedía incluso el ejercicio del derecho al trabajo de los comunistas y de los sospechosos de serlo: la caza de aquellos hombres y mujeres al servicio de los trabajadores era actividad de todos los días y en el lugar en el que se encontraran los incesantes luchadores sin tardes libres. Entonces imperaba el miedo al comunismo, ese sistema supuestamente cruel que convertía a los abuelos en jabón y colectivizaba todo, incluso a las mujeres. Con estos cuentos asustaban a los muchachos, sobre todo al llegar la noche.

En ese ambiente hostil para los desheredados se organizaban y tenían lugar las primeras acciones de solidaridad con Cuba y su Revolución. En ese tiempo, en Santa Cruz, aquella solidaridad se concentraba en la universidad pública, cuyo autogobierno lo facilitaba. En lugares remotos, como Vallegrande, estudiantes del único colegio secundario de entonces esperaban la noche y el corte del servicio de energía eléctrica para gritar a todo pulmón: "Viva Cuba libre", como único y vibrante discurso de adhesión a la epopeya de los barbudos.

Acaso desconocen, los que llegaron tarde a la vida y a la solidaridad, que en aquella época con frecuencia se pagaba caro la militancia comunista y el apoyo a los barbudos de la Isla que nos representa a hombres y mujeres libres. Innumerables mítines de respaldo a Cuba acabaron —por ejemplo en La Paz— en peleas campales protagonizadas por los activistas de la solidaridad con Cuba que jamás arriaban banderas, frente a los anticomunistas que tenían al fanatismo como sostén de su accionar contrario al curso de la historia.

Es cierto que aquellas jornadas de solidaridad con la Revolución Cubana unían a sus protagonistas y mitigaban las diferencias entre ellos. Es verdad también que, cuando se trataba de Cuba y su Revolución, se unían los antiimperialistas y revolucionarios, y se sumaban incluso algunos comprometidos a medias con la causa popular.

En esas décadas, especialmente los más avanzados, tenían muy claro que al solidarizarse con Cuba enfrentaban a los mismos enemigos de aquélla: el imperialismo y la rosca criolla; incluidos los cachorros de ambos.

Ese accionar solidario educaba políticamente a sus actores en calles y salones.

En esos años en los que la solidaridad con Cuba y su pueblo era en particular difícil, doña Alejita formaba entre los solidarios de primera línea con la causa cubana y con el socialismo triunfante en esta América nuestra. En su caso, a la actividad cotidiana se sumaba la militancia y, ésta, se repartía entre el quehacer político de los trabajadores y el apoyo internacionalista.

Confinamiento interno

La dictadura de Banzer, que acabó con la vida de compatriotas y cuyo saldo luctuoso sigue sin registro completo, provocó la primera separación obligada de los Quiroga-Morales. El Oso Quiroga acabó en el Chile de Allende y Neruda, exiliado, junto con dos de sus hijas (Ana y Amalia); el hijo de la familia (José Antonio) en la prisión del dictador; otra de las hijas en Europa (Teresa, también refugiada), y las dos menores (Rosario Graciela y Tatiana) con doña Alejita, en esta ciudad que nos acoge a todos los llegados sin importar la procedencia.

Aquí, en La Paz, retornados del exilio y en las filas de la resistencia al banzerismo, aquellas jóvenes generaciones de comunistas contamos con el apoyo sin límites de doña Alejita. Recibimos de ella alojamiento, comida, pasajes, casa para la fiesta furtiva y afecto, mucho afecto entrañable de una madre que comparte la contienda de clases sociales y pueblos, madre nuestra que aportaba sin decirlo y sin esperar reconocimientos formalistas. Este comportamiento era otra dimensión de la solidaridad, practicada por doña Alejita, con los que físicamente estábamos más cerca de ella. Solidaridad de una persona que, sin grados ni jerarquías, peleaba desde su sendero convergente con el nuestro, en rigor, desde el mismo sendero. ("Desde su sendero pelea el guerrero,/desde mi sendero peleo yo", como dice el hermoso verso de Jorge Suárez hecho cueca para bailar sin freno y con aro).

Este aporte de doña Alejita contribuyó al alumbramiento del proceso democratizador del que la UDP se puso a la cabeza. Más allá de la frustración que nos deparó al campo popular aquella tentativa liberadora, es necesario dejar anotado que durante ese período se despliega entre nosotros una solidaridad agigantada con Cuba y la Revolución, aunque sin conseguir el movimiento solidario de masas con el que soñamos.

Doña Alejita, en ese tiempo, entrega lo que está a su alcance para la solidaridad con Cuba: su esfuerzo diario para difundir ideas de Fidel y de los revolucionarios de la Isla liberada; reúne remedios y ropa de cama, cuadernos y lápices, ayuda a organizar a becarios y brigadistas y ella misma se convierte en parte de éstos.

La muerte temprana de Amalia, la cuarta de sus hijas (una hermana que descubrí en Oruro cuando se alzaban los universitarios bolivianos por cambios en las casas de estudio), marcó en profundidad la vida de doña Alejita. En una ocasión le escuché decir: Los médicos cubanos han hecho todo lo que pudieron para curar a Amalita, en gratitud yo seguiré trajinando por la solidaridad con Cuba. Y lo hizo como aplicando una consigna: Por Cuba, todo.

Pocas pero imprescindibles

Una y varias veces se dijo que "las mismas caras" aparecían en los actos de solidaridad con Cuba. Y ello, que acaso parezca descomedido, correspondía a la realidad. Sólo que se omitía un detalle: las mismas caras eran nada menos que las imprescindibles, encabezadas por doña Alejita.

El síndrome de la división en Bolivia rompió más de una vez al movimiento de solidaridad con Cuba y su pueblo. Desencuentros que no se pudieron evitar, pero que nos plantean la inmensa tarea de unir lo que otros separan.

Las querellas nunca nos conformaron y la desunión nos ocasionó angustias, especialmente a doña Alejita. Aquel fraccionamiento que surgía como consecuencia de lo que sucede entre bolivianos y latinoamericanos fue una preocupación compartida con ella.

Decimos, siempre, que es más fuerte lo que nos une cuando se trata de la solidaridad con la Revolución Cubana. En tanto el legado de doña Alejita es que articulemos un movimiento fuerte, de masas. Y esto es posible, entre otras cosas, con la unidad que supone superar o al menos moderar las diferencias que, en verdad, son naturales y a veces hasta inevitables.

La mejor activista

Este 4 de mayo nos hubiéramos reunido para celebrar los 85 años de doña Alejita. Su partida nos privó de este encuentro añorado, mas ahora nos congregamos para un homenaje, merecido homenaje a la mejor activista de la solidaridad con Cuba y la Revolución Cubana en nuestro suelo.

Hermanos, amigos, compañeros, camaradas: compartamos una propuesta de trabajo para impulsar la solidaridad con Cuba, en la que doña Alejita estará presente y se comportará como excepcional vigía. La abanderada de la solidaridad con Cuba lo mejor que espera de nosotros son multiplicadas acciones solidarias con la tierra de Fidel, Raúl y Wilma, como le gustaba decir:

        Demandar la libertad, de manera sistemática, de los cinco héroes cubanos, cuyo cautiverio injusto en el norte "revuelto y brutal" era una desgarradura para ella y lo es para todos nosotros.

        La lucha contra el bloqueo yanqui a Cuba, para que ese cerco asfixiante que no ven pocos, acabe porque es una ofensa a la humanidad, fue asumida como una tarea de primerísima importancia por doña Alejita.

        Aquí en esta patria que cambia, a pesar de todo, para lo que aportó nuestra abanderada, son urgentes incesantes batallas contra los enemigos, que son también de Cuba y su Revolución: el imperialismo, el neoliberalismo y el capitalismo.

        Impulsar acciones destinadas a unir a todos los bolivianos solidarios con la Isla indómita, más allá de que en ocasiones algunos incomprendieron el accionar de doña Alejita.

        Trabajar todos los días para generar un movimiento de solidaridad con Cuba, de veras organizado, unido y resuelto a continuar la obra inconclusa de nuestra abanderada.

        Compartir acciones para aportar al éxito del proceso que cambia Bolivia, más allá de las amarguras que nos ocasionan las insuficiencias y errores de sus conductores.

        Desde nuestras modestas trincheras sumemos esfuerzos para forjar la unidad y la integración latinoamericana, propuesta por Bolívar, tarea que urge completar.

Continuemos la obra inconclusa de doña Alejita, la mejor entre todos en la solidaridad con Cuba y su Revolución. Recojamos su aporte como un ejemplo para todos nosotros.

Tratemos de mitigar el dolor entre los compañeros y compañeras que tenemos a la solidaridad con Cuba como un oficio diario.

Levantemos las banderas que doña Alejita llevaba al hombro en el camino recorrido especialmente en el último tramo de su vida.

Hasta cada día, doña Alejita, usted merece la gloria.

La Paz, 4 de mayo de 2007.

(Homenaje leído en el aniversario natal de la c. Alejandrina poco después de su fallecimiento)

*Remberto Cárdenas Morales

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