Roger Cortez Hurtado
La mitad de la semana que acaba de pasar quedó cortada, con la limpieza con la que se desliza la hoja de uno de esos nuevos cuchillos de cerámica al cortar una cabeza de lechuga, por la protesta urbana contra los resultados del censo y por la avalancha de aniversarios nefastos que se cumplen el 11 de septiembre. Un amigo ha contabilizado unos cinco en su columna de este domingo, incluyendo el asesinato de Allende -el más comentado junto a las explosiones de las Torres Gemelas-, los fusilamientos de Porvenir y hasta una lejana caída de Barcelona, en 1714, ante las tropas borbónicas. Pero si uno se pone a buscar nada más que un poco, sólo en los últimos 50 años, puede agregar a la colección una larga lista que incluye la pasión y muerte de Steven Biko en Sudáfrica, 1976; los estragos de tormentas que matan a más de 2.000 en Pakistán e India, 1992, y muchos más, apenas salpicados por unas pocas buenas noticias.
El alud de tantas malas memorias, que hacen que nuestro mes de la primavera compita con los de idus de marzo, me hizo recordar que yo también tuve la ocasión de probar personalmente lo áspero y violento que puede ser el 11 de septiembre.
Eran entre las cuatro a cinco de la mañana, en Córdoba-Argentina, cuando me despertó el resplandor de una linterna y una voz que musitaba, con timbre y volumen forzadamente suaves, "si te movés, te quemo…”. Torciendo la mirada, ya que no el cuello porque la exhortación había sido completamente convincente, alcancé a ver los dos amenazantes orificios de una escopeta recortada que sostenía uno de los asaltantes cuyas siluetas se vislumbraban en la penumbra. Una inverosímil mezcla de pánico, suerte y reflejos me permitieron escapar, frustrando lo que pudo haber sido una matanza de los siete estudiantes que ocupábamos en esa época el departamento 5º C en un bloque ubicado en el barrio obrero de Santa Isabel. El grupo armado que irrumpió en nuestra vivienda, esa madrugada del segundo aniversario del golpe de Pinochet, estaba compuesto por una mezcla de policías de civil y miembros del comando Libertadores de América, que era el denominativo con que actuaba la Alianza Anticomunista Argentina en la industrial Córdoba, ejecutores de varios centenares de salvajes asesinatos.
No tuvieron la misma suerte un similar grupo de compatriotas, estudiantes también, literalmente destrozados por las balas de una facción parapolicial, un par de meses después en el barrio Jardín de la misma ciudad. Como ellos, centenares de víctimas que cayeron heridos, muertos, detenidos o torturados han sido olvidados, excepto seguramente por sus familias y es improbable que figuren en algún registro. Son parte de esa enorme marea humana a la que se alude vagamente, alguna vez, cuando se habla de los costos y los sacrificios que tuvo la reconquista de las libertades y la democracia en el Cono Sur de nuestro continente.
La agitación que septiembre trae este año no se parece en nada a las que he mencionado antes. El ciclo de golpes militares no parece asomarse en nuestro vecindario, pero lo que sí subsiste, porfiada e indoblegablemente, es el militarismo, entendido como ideología que rinde culto a la violencia, al verticalismo y a una jerarquización aplastante. ¿No es acaso una inobjetable manifestación de militarismo la que, una vez más y con ésta hacen más de diez, ha hecho que el Presidente boliviano vuelva a agitar su dedo acusador contra los organismos y activistas de derechos humanos, culpándolos de obstaculizar la formación en los institutos castrenses (y policiales habría que agregar), cada vez que denuncian los maltratos, torturas y asesinatos que ocurren en instalaciones de los aparatos de fuerza estatales.
Es militarista también la descalificación de las autoridades contra movilizaciones ciudadanas que impugnan su autoritarismo, altanería y negligencia, como también lo es su descalificación de la crítica y la disidencia. Queda claro que han de pasar muchos septiembres para que la recuperación democrática boliviana y la de todo el continente haga retroceder consistentemente a los que apuestan por la imposición y la fuerza.
*Es docente e investigador.
Tomado de Página Siete, La Paz, martes, 17 de septiembre de 2013.