Claudia Angélica Villca Ugarte
(AquíCom/25-05-14) Pasaron las 12 del medio día de aquel lunes 19 de mayo, y hacían 2 a 3 minutos que crucé la esquina de las calles Ballivián y Junín, en plaza Murillo, como cada día, en mi recorrido hacia mi fuente de trabajo.
Me encontraba a media cuadra de la esquina cuando se escuchó un estruendoso pero corto ruido de sólo un segundo, luego gemidos y gritos de mujeres. Rápidamente regresé al lugar y ya se había detenido un camión, con bebidas gaseosas, en media calle y delante de él dos taxis alrededor de los cuales se aglomeraban las personas. Los latidos de mi corazón se aceleraban conforme me acercaba al sitio.
Un fatal accidente se había registrado, una triple colisión vehicular con víctimas. El cuadro era desgarrador, un joven consciente se encontraba en el piso por delante de los motorizados, otra víctima había ingresado a uno de los taxis, con sus vidrios delanteros rotos por efecto del impacto, y había otra persona herida al lado derecho del mismo vehículo.
Debía realizar mi trabajo e informar a la audiencia del noticiero para el que trabajo e hice el contacto vía celular, no fue sencillo, la situación afectó mi sensibilidad. Los médicos de la Caja Nacional de Salud llegaron al lugar para auxiliar a las víctimas. La persona más afectada, la que ingresó por la ventana delantera rota del taxi, era una joven de aproximadamente 25 años, fue sacada de la cabina del motorizado y evacuada, estaba inconsciente, con casi todo el cuerpo fracturado, según se informó y de acuerdo a la observación preliminar.
Llegó personal policial para atender el caso, los choferes de los taxis explicaban lo sucedido, sin embargo, el del camión, una persona también joven, no se movió de su lugar en la cabina y permaneció allí junto a otros dos de sus acompañantes, tenía gesto atemorizado, claramente afectado por lo sucedido. Los choferes de los taxis relataron que el camión los chocó debido a una posible rotura de frenos.
Luego de unos minutos más se conoció que la joven más afectada perdió la vida.
Las víctimas eran estudiantes universitarios, habían llegado desde Tarija para un congreso de ingeniería química, y una de ellas encontró la muerte en La Paz.
Dos días después la justicia remitió a la cárcel, con detención preventiva, al conductor del camión bajo los delitos de homicidio, lesiones graves y gravísimas y conducción peligrosa; se supo que ese chofer no portaba su licencia de conducir el momento del hecho. El joven de sólo 22 años, con una esposa embarazada y otro niño menor, declaró a los medios de difusión que jamás imaginó que algo así iba a ocurrir y que tiene una deuda bancaria, la que no podrá encarar desde su encierro.
Una joven que buscaba profesionalizarse, quedó muerta, el conductor en la cárcel; las familias de ambos sin encontrar respuestas a lo sucedido y, por el contrario, con una situación personal y failiar agravada.
La irresponsabilidad en la revisión del motorizado y al parecer la limitada experiencia del conductor el carro influyeron para el desastre que ahora dos familias deben sobrellevar con todas las consecuencias que ello implica.
Sin embargo, las medidas sancionatorias de la justicia boliviana no ayudan a encarar las consecuencias de hechos como ése ya que, desde la cárcel, el joven conductor no remedia la muerte de una persona, no se hace responsable de los gastos para curar a los heridos, quienes esperaban un resarcimiento económico, y mucho menos de los propios, cuya familia deberá afrontar despojándose de los bienes adquiridos y probablemente de los pocos recursos con que cuentan (AquíCom/25-05-14).