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Vicisitudes históricas de la doctrina de Carlos Marx

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V. I. Lenin

1913[1]

Lo fundamental en la doctrina de Marx es el esclarecimiento del papel histórico-universal del proletariado como creador de la sociedad socialista. ¿Acaso el curso de los acontecimientos producidos en el mundo entero ha confirmado esta doctrina, después de haber sido expuesta por Marx?

Marx la destacó por vez primera en 1844. En el «Manifiesto Comunista» de Marx y Engels, publicado en 1848, se contiene ya una exposición completa, sistemática, todavía no superada hasta hoy, de esta doctrina. Desde aquel entonces, la historia universal se divide claramente en tres períodos fundamentales:

1) Desde la revolución de 1848 hasta la Comuna de París (1871).

2) Desde la Comuna de París hasta la revolución rusa (1905).

3) Desde la revolución rusa hasta hoy.

Echemos una ojeada a las vicisitudes de la doctrina de Marx en cada uno de estos períodos.

I

En los comienzos del primer período, la doctrina de Marx no era, ni mucho menos, la imperante. Era solamente una de las fracciones o corrientes extraordinariamente numerosas del socialismo. Imperaban aquellas formas de socialismo que, en el fondo, eran afines a nuestro «populismo»: incomprensión de la base materialista del movimiento histórico, incapacidad para deslindar el papel y la significación de cada clase de la sociedad capitalista, encubrimiento de la esencia burguesa [85] de las reformas democráticas bajo diversas frases pretendidamente socialistas sobre el «pueblo», la «justicia», el «derecho», &c.

La revolución de 1848 asestó un golpe mortal a todas estas formas ruidosas, abigarradas, chillonas del socialismo pre-marxista. La revolución presenta en acción a las distintas clases, en todos los países, de la sociedad. El fusilamiento de los obreros por la burguesía republicana en París, en las jornadas de junio de 1848, determina definitivamente el carácter socialista del proletariado única y exclusivamente. La burguesía liberal teme cien veces más a la independencia de esta clase que a cualquier reacción, sea la que fuere. El cobarde liberalismo se arrastra a sus pies. Los campesinos se contentan con la abolición de los restos del feudalismo y se pasan al lado del orden, y sólo aquí y allá oscilan entre la democracia obrera y el liberalismo burgués. Toda doctrina sobre un socialismo no de clase y sobre una política no de clase se acredita como un simple absurdo.

La Comuna de París (1871) puso fin a este desarrollo de reformas burguesas; sólo al heroísmo del proletariado debe su afianzamiento la república; es decir, aquella forma de organización del Estado en que las relaciones de clase se manifiestan en la forma más descarada.

En todos los otros países europeos, el desarrollo más confuso y menos acabado conduce también a la formación de la sociedad burguesa. Al terminar el primer período (1848-1871), período de tormentas y revoluciones, el socialismo premarxista muere. Nacen los partidos proletarios independientes: la Primera Internacional (1864-1872) y la socialdemocracia alemana.

II

El segundo período (1872-1904) se distingue del primero por su carácter «pacífico», por la ausencia de revoluciones. En el occidente, las revoluciones burguesas han terminado. El oriente no está aún maduro para ellas.

El occidente entra en la etapa de preparación «pacífica» para la época de las futuras transformaciones. En todas partes van formándose partidos proletarios, socialistas por su base, que aprenden a utilizar el parlamentarismo burgués, a crear su prensa diaria, sus instituciones culturales, sus sindicatos, sus cooperativas. La doctrina de Marx obtiene un triunfo completo y se va extendiendo. Lenta pero inflexiblemente, avanza el proceso de concentración de fuerzas del proletariado, de preparación de éste para las luchas futuras.

La dialéctica de la historia hace que el triunfo teórico del marxismo [86] obligue a sus enemigos a revestirse con el manto marxista. El liberalismo, anteriormente podrido, intenta revivir bajo la forma de oportunismo socialista. El período de preparación de las fuerzas para las grandes batallas, es interpretado por ellos en el sentido de una renuncia a estas batallas. Explican el mejoramiento de la situación de los esclavos para luchar contra la esclavitud asalariada queriendo que los esclavos vendan por unos céntimos su derecho a la libertad. Predican cobardemente la «paz social» (esto es, la paz con los esclavistas), el renegar de la lucha de clases, &c. Estas corrientes encuentran muchos partidarios entre los parlamentarios socialistas, los diversos funcionarios del movimiento obrero y los intelectuales «simpatizantes».

III

Aún no habían tenido tiempo los oportunistas de jactarse de la «paz social» y de la inutilidad de la lucha bajo la «democracia», cuando se abrió en Asia una nueva fuente de formidables tormentas mundiales. A la revolución rusa siguieron la revolución turca, la persa y la china. Hoy, vivimos precisamente en la época de estas tormentas y de su «repercusión» en Europa. Cualquiera que sea la suerte de la gran república china, a la vista de la cual afilan hoy los dientes las distintas hienas «civilizadas», no habrá en el mundo fuerza capaz de restaurar en Asia la vieja servidumbre de la gleba, de barrer de la faz de la tierra el heroico democratismo de las masas populares de los países asiáticos y semiasiáticos.

Algunas gentes no atentas a las condiciones de preparación y desarrollo de la lucha de masas, se dejaron llevar a la desesperación y al anarquismo, ante la larga espera de la lucha decisiva contra el capitalismo en Europa. Hoy, vemos cuán miope y pusilánime era esta desesperación anarquista.

No es desesperación, sino entusiasmo, lo que debe inspirar el hecho de que los ochocientos millones de hombres de Asia se sientan arrastrados a la lucha por los mismos ideales europeos.

Las revoluciones asiáticas nos han revelado la misma falta de carácter y la misma infamia del liberalismo, la misma significación única y exclusiva de la independencia de las masas democráticas, la delimitación neta entre el proletariado y toda especie de burguesía. Quien, después de la experiencia de Europa y de Asia, hable de política no de clase y de socialismo no de clase, merece que se le meta en una jaula y se le exhiba junto a algún canguro australiano. [87]

Tras Asia, ha comenzado a removerse también —aunque no al modo asiático— Europa. El período «pacífico» de 1872-1904 ha pasado irrevocablemente a la historia. La carestía y la opresión de los trusts provocan una agudización sin precedente de la lucha económica, arrojando de sus puestos hasta a los obreros ingleses más corrompidos por el liberalismo. A nuestros ojos madura la crisis política hasta en el más «pétreo» país de los burgueses y los junkers: en Alemania. La rabiosa carrera de armamentos y la política del imperialismo envuelven a Europa en una «paz social» que se parece más bien a un barril de pólvora. Pero la descomposición de todos los partidos burgueses y el proceso de madurez del proletariado siguen su curso incontenible.

Desde la aparición del marxismo, cada una de las tres grandes épocas de la historia universal ha venido a comprobarlo de nuevo y le ha dado nuevos triunfos. Pero aun es mayor el triunfo que aportará al marxismo, como doctrina del proletariado, la época histórica que se avecina.

——

(Carlos Marx,Obras escogidas, tomo I, Ediciones Europa-América, Barcelona 1938, páginas 84-87.)


 


[1]Este artículo fue escrito por Lenin en 1913. (N. del ed.)

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