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“En una nación no puede haber una categoría de ciudadanos integrada por no ciudadanos”

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Suzy Castor, integrante del Consejo Directivo de Clacso y la mayor intelectual haitiana

La historiadora Suzy Castor dice que la misión de las Naciones Unidas en Haití ya debería irse. Niega que Haití sea un país violento. Cuenta qué falta en la nación más pobre del Caribe. Explica su interpretación histórica, con fuerte impronta de la intervención de los Estados Unidos iniciada en 1915 y de las prolongadas dictaduras de los Duvalier, que define como “retrógradas” y “arcaicas”.

Por Martín Granovsky

Suzy Castor recibió a Página/12 y a Clacso TV de paso por Buenos Aires. En una entrevista que puede verse haciendo click en http://bit.ly/1q6LqnJ, la historiadora accedió a explicar en perspectiva las principales claves de su país. En un castellano impecable, en parte por su formación y en parte por su exilio de 26 años en México, Castor contó por qué se niega a pensar que Haití es un país condenado y por qué prefiere analizar los hechos más importantes del pasado.

—¿Las dictaduras haitianas de los Duvalier, de François y de Jean-Claude, tuvieron alguna característica distinta a otras dictaduras de América latina?

—Sí. Por un lado, fue significativa esta dictadura en Haití por su carácter más tempranero en comparación con las otras dictaduras, porque François Duvalier subió en el ’57, mientras que en Brasil la dictadura comenzó en el ’64 y en otros países de América del Sur han sido un poco más tardías. Por otro lado, la dictadura de Duvalier se enmarca en el grupo de gobiernos autoritarios frutos de la ocupación norteamericana, como el de Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana o el de Alfredo Stroessner, en Paraguay.

—También fue un comienzo más precoz el de Stroessner, en 1954.

—Lo mismo que en Nicaragua. Duvalier tiene este carácter por el momento en el que surge. Pero la dictadura de Duvalier también fue, en comparación con otros gobiernos similares, una dictadura muy retrógrada y arcaica, y ése fue el sello que tuvo mientras gobernó Haití. Al mismo tiempo compartió algunas características con otros gobiernos dictatoriales de la región, por ejemplo, la represión o el sistema de dominación.

—El terror.

—El terror. Pero a la vez también estas dictaduras tenían proyectos que aplicaron, mientras que el proyecto de Duvalier era perpetuarse. Las consecuencias de este plan se van a sentir durante la dictadura y, obviamente, después.

—¿En qué sentido fue retrógrada o arcaica la dictadura de Duvalier?

—Si comparamos el régimen de Duvalier con, por ejemplo, la dictadura de Trujillo, podemos afirmar que ambos fueron fuertemente represivos. Pero Trujillo invirtió en infraestructura, aumentó la producción de bienes, desarrolló la economía. Al servicio de la dictadura, pero la desarrolló. En cambio en el caso de Duvalier no existió ningún plan de desarrollo, ni siquiera en función del régimen, aunque sí llevó al extremo todo un sistema de control represivo de la población. Este es el sentido en el que digo que el duvalierismo fue retrógrado. Por eso, a la caída de la dictadura Haití se encuentra completamente desfasado en lo que hace a desarrollo productivo respecto de muchos países de América latina.

—¿No había ni siquiera un plan en favor de una élite?

—No hablaría de una elite, sino de un clan.

—Un clan es algo más pequeño que una élite.

—Sí. Exactamente. Uno de los aspectos centrales del duvalierismo es que aplicó a la élite haitiana tradicional los mismos métodos de control que aplicaba a la población en general. Así amplió el sistema de dominación, en tanto se beneficiaba de ese control únicamente un clan, el clan duvalierista. Por eso no hablaría de elite.

—¿Con qué apoyos internacionales contó en ese momento?

—Con el apoyo de Estados Unidos esencialmente. Sin ese apoyo no hubiera podido mantenerse. Son 26 años de dictadura hereditaria y no lo encontramos con ese rasgo en ningún otro país de América latina. No hay dictadura que pueda mantenerse exclusivamente con el uso de la fuerza si no cuenta con cierto apoyo internacional. El apoyo de los norteamericanos fue fuerte para Duvalier. Pero no fue el único.

—¿Francia?

–Francia también. Hubo momentos de relaciones más tensas pero en general se puede decir que esta dictadura contó con apoyo internacional. Muchas veces ese apoyo les resultó incómodo, pero lo sostenían.

—Se acomodaban, ¿no es cierto? Usted escribió que una clave fue la ocupación norteamericana de 1915.

—Sí. Sin tomar en cuenta la ocupación norteamericana es imposible entender lo que pasa en Haití hoy en día. ¿Por qué? Porque Haití adquirió su independencia en condiciones muy singulares respecto del resto de América Latina. Fue una hazaña impensable en la época, una revolución, una verdadera revolución como ninguna otra lucha de independencia. En 1804 declaramos nuestra independencia y las potencias extranjeras siempre castigan a los pueblos que van en contra de los caminos que ellas mismas trazan. En 1826 tuvimos el honor de alcanzar la primera deuda externa de América latina. Se contrajo una deuda con Francia para poder romper un poco el cerco que se había impuesto a Haití para estrangularlo. Esa suma representaba el presupuesto de Francia por cinco años. Fue una deuda grande, pero pese a ello en el siglo XIX el país se constituyó. Caminó con problemas pero también con logros. Pudo resistir, pudo avanzar. Después de la Revolución Industrial, Haití, como muchos otros países de América latina, entra en la crisis del sistema poscolonial ya que necesitaba una profunda modernización de sus estructuras productivas. Pero no pudo hacerlo y fue determinante para la historia haitiana. La solución le fue impuesta y esa solución fue la ocupación norteamericana desde 1915 hasta 1934. Durante este tiempo, la modernización buscada por la sociedad haitiana se hizo según los norteamericanos. La economía no fue modernizada. No hubo desarrollo del modelo de plantación como en Dominicana o en Cuba, sino que se exportó mano de obra a los países con modelo de plantación. La ocupación no modernizó las estructuras económicas, pero sí modernizó las estructuras políticas: democracia representativa, elecciones, cámaras de representantes. Este modelo, que tenía como garante al ejército, funcionó muy bien desde el ’34 hasta los años ’50. Con el profundo desfasaje económico, en los ’50 vuelve la crisis. Y para poder resolver una crisis postergada, la solución fue dictatorial. Duvalier nació del sistema de ocupación, pero rompió el sistema de democracia representativa. La dictadura se extendió por muchísimo tiempo. Hay un autor que dice que fue la dictadura la que formalizó la crisis...

—La cristalizó.

—Exactamente. Y en 1986, con la caída de la dictadura, se abre una nueva crisis, en este caso posdictatorial. Se apoya sobre crisis no resueltas. Esto explica en gran medida, pero no totalmente, las vicisitudes del período posdictatorial que estamos viviendo desde 1986.

—¿Se puede hablar de un castigo a los haitianos, o “castigo” suena ahistórico y apocalíptico?

—Cuando hablamos de “castigo” quedamos a un paso de decir “pueblo maldito”, pero también “pueblo ingobernable”. Es un proceso histórico que se explica muy bien en su evolución. Nuestros pueblos se han enfrentado históricamente a dificultades, y siguen enfrentándose a ellas, cada vez que buscan un camino que no es el camino que les han trazado. Ayer fue el apoyo a las dictaduras. Hoy son imposiciones que se ven o que no se ven, pero que están. Se conforma así un sustrato que hace más difícil el camino. La situación haitiana es muy, muy difícil, pero el haitiano es un pueblo que sigue y que seguirá luchando, aun confrontando en el marco de grandes miserias, de profundas desigualdades, casi de apartheid, como sostienen algunos autores. Aun así, existe esta búsqueda de un camino.

—Noventa y nueve años después de la ocupación norteamericana. ¿Cuáles son los desafíos de Haití ahora, los actuales?

—El siglo XX tuvo tres etapas de duración larga para nosotros: la ocupación norteamericana, de 1915 hasta 1934; el reino de los Duvalier de 1957 a 1986, y la transición que cierra el siglo y los comienzos del siglo XXI. Así que fueron tres grandes momentos de esta historia que nos llevan hoy a los grandes desafíos. Por ejemplo, la demanda de ciudadanía para todos. Es una demanda que atraviesa a la nación haitiana.

—¿Qué sería la ciudadanía para todos en Haití? ¿Cómo se traduciría en la práctica?

—Durante los años ’90, cuando se desarrolló un gran movimiento popular, una de las principales consignas sociales fue ésta: “Todo hombre es hombre”. Por ley existen los mismos derechos para todos, pero cuando uno piensa en el hambre que hay, en el desempleo que hay, en la falta de escuelas, en la falta de servicios de salud, y de otros servicios básicos, elementales, en las condiciones de vivienda en que vive la mayoría, es legítimo afirmar que no todos los haitianos son verdaderos ciudadanos.

—Ciudadanía son derechos.

–Que todos tengan efectivamente derecho de vivir, derecho de desarrollarse, derecho de trabajar, de nutrirse, de tener salud. Son demandas que pueden sonar demagógicas. No lo son. Si vas a Haití verás que algo te golpea. Es el hecho de que hay unos que no tienen condiciones mínimas. Viven en condiciones infrahumanas. En una nación no puede haber una categoría de ciudadanos integrada por no ciudadanos. Otra demanda que atraviesa la nación es que el país pueda subvenir a sus necesidades. Hoy día Haití produce muy poco. Las líneas de producción que teníamos incluso durante el siglo XIX y XX se están reduciendo. Y Haití es un país que –hay que recordarlo– tiene el 68 por ciento de su presupuesto nacional constituido por subvenciones exteriores. Así que un país no puede seguir así. Tiene que producir. Un país que no produce es un país que no es un país. Que no puede subvenir a sus necesidades. Haití, además, debe ser un país soberano. Efectivamente hoy en día, después de más de 200 años de independencia, debemos ser soberanos y no lo somos. Estamos bajo una tutela. Una tutela de hecho con la presencia de militares y de funcionarios internacionales que tienen no tanto su presencia, sino injerencia en las decisiones que atañen al país. Por consiguiente muchas de las decisiones que se toman en Haití muchas veces se toman en el exterior. Podemos hablar por ejemplo del hecho de las últimas elecciones, las de 2010. Así que es una demanda de toda la población que el país sea soberano y pueda permitir que sus hijos se desarrollen desde todo punto de vista. Que sea una nación integral. Yo creo que esas cosas son los grandes desafíos que tenemos más allá de la política cotidiana, de los pleitos y de las reivindicaciones inmediatas. Es la búsqueda de un país del siglo XXI.

—¿Debería terminar la misión militar y de seguridad de la ONU?

—Debió haber terminado. La Minustah, la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, tiene ya diez años, cumplidos desde 2004. Y efectivamente unos pensaban que la Minustah estaría dos años. Otros imaginaban una estancia mucho más prolongada. Actualmente la Minustah es rechazada por una gran parte de la población. Uno en cierto modo no entiende qué está haciendo. Y además está la soberanía del país. Es un país ocupado, sea cual sea el signo de la tutela, ¿no? Aunque cualquier ocupación tiene su signo. La de 1915 lo tuvo. Hoy el signo no es el mismo.

—¿La actual fue, al menos en un principio, una ocupación paternalista?

—Exactamente.

—¿Y sigue siéndolo hoy?

—No. A partir del momento en que se ha prolongado, los puntos de fricción se multiplicaron. Por eso digo que hay un rechazo cada vez mayor a la Minustah, que ya ha empezado a disminuir sus tropas. La Minustah tiene que salirse ya, más temprano que tarde. Hay una cosa que hace pensar en un propósito de una estancia mucho más larga por parte de la Minustah: la construcción de la policía nacional. Como sabe, en Haití no tenemos ejército. Fue un paso muy grande haberlo disuelto en 1994. Tenía las características de una fuerza de ocupación en un país ocupado. Hizo muchos desmanes. Había una policía que podría haber sido algo muy nuevo en Haití, para garantizar la seguridad pública y el orden público. Pero la Minustah, que tenía todos los medios para poder alentar eso, no lo hizo. Hoy día no tenemos una policía digna de este nombre. Y, hay que decirlo, tampoco los gobernantes haitianos se preocupan mucho. La Minustah constituye para ellos un respaldo. Pero es una demanda que se hace sentir constantemente. Actualmente, por la falta de policía asistimos a ideas sobre un retorno al ejército. El gobierno actual es un partidario de este ejército tal como lo conocíamos, lo que para mí sería un regreso al pasado. Así que aquí hay un nudo a desatar. Un problema. Por una parte, la Minustah tiene que irse. De esto no hay duda: tiene que irse. Por otra parte, y al mismo tiempo, nosotros tenemos que fortalecer la policía para que pueda asegurar el orden y que no regresemos a la constitución de un ejército que sería catastrófico para el país.

—Lula escribió en The New York Times que habría que llamar a una conferencia especial de la ONU sobre Haití y consolidar la transición entre la presencia militar y una ayuda masiva para el desarrollo del pueblo haitiano.

—Sí. Lo que planteó Lula efectivamente es lo que ya en 2004 se había planteado, porque efectivamente cuando uno mira el caso de Haití ve que no se trata de un país en guerra como muchos otros, adonde van los cuerpos de paz. Así que era un caso especial, con un país muy desbaratado y sometido a una gran tensión, pero sin guerra civil. La presencia nueva de los latinoamericanos –un fenómeno nuevo– hacía pensar justamente en la posibilidad de una cooperación solidaria. Y sí, claro, sería mejor una cooperación solidaria que las tropas de ocupación.

—¿Haití es un país violento?

—Haití es un país muy pacífico. Yo diría que demasiado si uno piensa en una nación de diez u once millones de habitantes para los cuales hay nada más que ocho mil policías. Actualmente están las fuerzas de la Minustah, tal como hablamos, pero hay regiones sin policía, como en sitios rurales. En esta situación, un país fácilmente sería un caos. Sin embargo Haití funciona. O sea que no hay desbordes. De hecho no vivimos en un país violento, aun con los estereotipos que hay afuera. Luego está la miseria. Una gran miseria para muchos, con una gran distancia de los pocos que tienen riqueza. Es normal que exista un cierto nivel de delito. Pero si nos referimos a la violencia, hay dos tipos de violencia en Haití. Una es la violencia de los mafiosos ligados a la droga porque, como sabe, Haití es un terreno de paso de la droga hacia Estados Unidos, y bastante fuerte. La otra es la tentación de la violencia política tal como se ha manifestado en el pasado. Hablo del pasado reciente. Durante esta transición hay violencia y los gobernantes siempre la han usado. El gobierno actual introdujo un matiz: el uso del sistema judicial para la violencia. Pero hay que subrayar que durante toda la transición, pese a la violencia empleada por el poder, jamás la oposición planteó la violencia como respuesta. A mí se me hace que es algo que hay que tener en cuenta.

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