¿Cómo fue que Jesús Urzagasti llegó a publicar en una casa editorial?

Memorias

Lo demás es historia

Ariel Mustafá Rivera - 03/05/2013

        Había leído De la ventana al parque y nada sabía de Jesús Urzagasti. El paso del tiempo y mis desordenadas lecturas no lograron que volviera a coincidir con el autor. Por ello, durante muchos años, Urzagasti fue para mí el autor de un solo libro. 

El escritor firmando uno de sus libros.  Foto: Juan Carlos Ramiro Quiroga

Este hecho ocurrió muchos años después de que yo había dejado el colegio, incluso creo que ya había terminado la universidad, y nunca siquiera había oído nombrarlo. 

El chasco que significaron las lecturas obligatorias del colegio —hablo de finales de los 70 e inicios de los 80 (que ojalá hoy hayan cambiado) aquellas memorísticas, las de “el porqué del título”, las de “qué mensaje nos deja la obra”, los textos costumbristas, y de mitos y leyendas, etcétera, etcétera— colaboraron a alejarme de la literatura boliviana que te enseña el colegio, que, como dije, jamás mencionó a Urzagasti ni a muchos otros autores que conocí luego, para volver los ojos a la literatura que venía de allende nuestras fronteras, sobre todo latinoamericana. Ese fue el momento que leí De la ventana al parque.

Algunos años después, y no por casualidad, leí Tirinea y, si por mí hubiese sido, Urzagasti habría seguido siendo el hombre de un solo libro, de aquel libro del que les hablaba al principio. 

Y luego lo olvidé, al autor, más no al primer libro. Y, como siempre ocurre cuando menos lo esperas, alguien me prestó Los tejedores de la noche, lo leí de un tirón, y lo volví a leer y me reencontré con el escritor que me había seducido y busqué un ejemplar para comprarme —pues suelo devolver los libros que me presto— y no había librería en la ciudad que lo tuviera. 

Y descubrí, no sin asombro, que mi edición de De la ventana al parque había desaparecido y que sólo Tirinea se encontraba en la calle. 

Y pasó el tiempo y estudié literatura y volví a leer Tirinea y ratifiqué la opinión de mi primera lectura y no me gustó y a todos les gustaba —o decían que les gustaba— y leí libros que hablaban de Urzagasti y un día, como siempre ocurre cuando menos lo esperas, conocí a Jesús. 

Muchas lecturas habían cansado mis ojos desde esa mi primera lectura. Ya para ese momento me había convertido en editor y si alguna vez pregunté a alguien que lo conocía por qué sus libros literalmente no existían, me respondía que Jesús odiaba a las editoriales y que todas sus obras las había publicado por su cuenta.

que quería publicarlo —era la presentación de un libro, recuerdo, y compartíamos la testera— la presencia de ese hombre nervudo y tímido y toda el aura de que venía rodeado no me habían amilanado, y estoy seguro de que si lo pensaba dos veces no le hubiera dicho nada. 

Probablemente lo sorprendí, pero no pareció turbado, y me dio un número de teléfono —fijo, no celular— y me dijo que lo llamara. No debo olvidar que Juan Pablo Piñero y Jorge Traverso complotaron conmigo, luego de ese impromtus, y sondearon a Jesús para ver si yo debía o no hacer la esperada llamada. 

Y tuve el privilegio de conocer a Jesús Urzagasti, conocer de él lo que él quería que conozca. Siempre con Sulma al lado. No creo haber sido su amigo. Le hicimos una buena propuesta. Nuestra relación fue de editor a escritor. 

Pasamos muchas horas juntos, mi profesión suele hacer que así se sucedan las cosas. Ante mi interrogante me dijo que nunca había trabajado con una editorial porque ninguna se lo había ofrecido, pero yo no sé si hablaba en serio. 

No le gustaba la academia, los académicos, se mofaba de ellos, pero tampoco sé si hablaba en serio. 

Tuvimos una relación intensa, con altas y bajas, como debe ser cuando el compromiso es serio y la pasión la llama que lo aviva. 

Ahora Jesús ya no está. Lo demás es historia.

* Ariel Mustafá Rivera

Director editorial Gente Común

“Sin preámbulos y de golpe le dije que quería publicarlo”.