Redacción: Gabriela De Alencar
(AquíCom 03-03-15). A propósito del Festival de Viña del Mar y la participación del grupo “Pasión Andina” y el bajo puntaje que recibieron del jurado, se ha planteado que los grupos nacionales ya no participen de ese Festival, por los fallos del jurado que, en una versión pasada, dejó en segundo lugar al grupo Chila Jatun, con un polémico fallo. Todo esto dio como resultado la propuesta de un festival internacional organizado en Bolivia.
La crítica musical realizada por Grillo Villegas sobre la participación de la agrupación “Pasión Andina” en dicho Festival, enfureció a muchos admiradores del grupo folklórico; la difusión masiva en las redes sociales y las repercusiones de esa crítica no se hicieron esperar: hubo amenazas e insultos en las cuentas sociales.
Aquí surge un tema importante para el debate, el contenido versus la forma en el arte musical.
Por un lado un artista, el músico de rock ya legendario en nuestro país, con su crítica técnica que le llevó a cuestionar el contenido, tanto en el mensaje, arreglos, armonía, propuesta de la canción que concursó en Viña del Mar. Dejando en evidencia la necesidad de una moraleja en la actual música nacional. El papel de un artista que cuestione, sorprenda, eduque, provoque; un artista que vea más allá de sus circunstancias y que responda a su tiempo.
Por otra parte, se encuentra el público que defiende a la música del grupo folklórico “Pasión Andina”, sus defensores argumentan que el grupo tuvo el valor de representar al país, que el folklore da más dinero que el rock, que las críticas no pueden salir de alguién que no se desenvuelve y consume folklore y que el desempeño de la agrupación es destacable. Se maneja un discurso chovinista en el neo folklore, un discurso social, estético y económico, de los seguidores de “Pasión Andina”, que culpan al primero —un artista que critica con pleno derecho— de no ser patriota.
El mensaje en Viña del Mar fue claro, el caporal es boliviano. Fue correcta la interpretación del grupo, se tocó la música y se mostró la danza de caporal, manteniéndose la forma, tanto en su ritmo, armonía, como en sus arreglos.
Como conocedores de nuestra cultura sabemos que, tanto la música folklórica y autóctona, cómo la vestimenta —que han sido originadas en el país—, son citadas por artistas de los países vecinos cómo “música y vestimenta de tradición andina”, bajo esta forma de citar, se escuda el plagio. Nuestros representantes deben continuar participando de todos los festivales posibles, pero en esa labor que tienen de llevar nuestras tradiciones consigo, tanto en el país cómo fuera de él, deben hacerse con una misión ética, que es la manera de llevar un mensaje.
Esa misión que puede estar o no en el arte, no sólo se aplica al folklore sino al rock, no sólo a los músicos, sino al público que consume manifestaciones que sirven únicamente para el entretenimiento. Esto debería cuestionar a los comunicadores, auspiciadores, productores, organizadores y jurado de festivales nacionales que en su mayoría busca el consumo y la utilidad, no la expresión artística.
Es un cuestionamiento serio en el ámbito cultural, muestra clara de lo que viene ocurriendo hace décadas, teatros vacíos, tributos por doquier; artistas que se presentan gratis y que no tienen beneficios sociales. Falta de investigación y sistematización sobre la música boliviana, de apoyo a la producción nacional en general, de políticas de Estado que no sólo realcen cierto tipo de expresiones o a grupos sociales, etc. Se necesita un trato digno a los artistas en sus diferentes expresiones y que se rescaten sus saberes, su trayectoria.
Se debe tomar en serio lo que se viene apoyando, lo que se consume y las fórmulas que se repiten. Si queremos una revolución cultural se debe apostar tanto a lo ancestral cómo a lo actual, a las expresiones de artistas ya reconocidos y cómo se puede apoyar la producción de jóvenes que buscan una vitrina para mostrar su arte.
El ser boliviano no tiene que ver con un género musical, ser boliviano es vivir, luchar, trabajar contribuir a este país; ya que existen diferentes culturas con las que cada compatriota se puede identificar. El camino es difícil para los artistas, en nuestra sociedad todavía no se reconoce a la música como una profesión, aunque las exigencias son altas. Ser patriota como artistas, es también ser autocríticos, aprender a respetarnos y proponer, aprender a tener el oído abierto a lo que se hace aquí, es ofrecer calidad (AquíCom 03-03-15).