por Ángeles Maestro, Resumen Latinoamericano, octubre 2015
La tragicomedia representada por Syriza este verano de 2015 ha tenido la virtud de poner de manifiesto ante grandes sectores de la población las claves del momento político que caracteriza a las sociedades de una buena parte de los países de Europa y América Latina. Se han hecho evidentes puntos de ruptura que hasta este momento sólo eran percibidos por minorías con capacidad de influencia muy limitada.
Las políticas imperialistas en el marco de una gravísima crisis general del capitalismo no tienen ningún margen de maniobra para acciones sociales que mejoren —aunque sea mínimamente— las condiciones de vida de sus poblaciones.
En el marco de la UE y del Euro es imposible cualquier otro tipo de políticas que no sea la profundización de las medidas de austeridad.
La capitulación absoluta de Syriza marca la debacle de sus imitadores de la “izquierda radical” o de la “nueva izquierda”.
En definitiva, aparece en primer plano de la escena la demostración palpable de que no hay democracia. En consecuencia, por más que pase algún tiempo en que esta certidumbre se transforme en conciencia política, se abre paso la convicción de que la vía electoral no conduce a cambio alguno real y perdurable en las condiciones de vida. No hay caminos intermedios: o someterse a la dictadura del capital, o prepararse para una confrontación dura y sostenida dirigida a destruir las bases del sistema.
El mito de la vuelta al “Estado del Bienestar” y a la “Europa Social”, más falso que un trilero de la calle Sierpes, se ha utilizado sin sonrojo durante décadas como señuelo por todo tipo de reformismo, desde los viejos socialdemócratas hasta los radicales modernos, pasando por los grandes sindicatos del sistema. El objetivo era rendir el enésimo servicio a la burguesía de desactivar el conflicto social y sobre todo de evitar que la clase obrera identifique a sus enemigos y, en consecuencia, sus tareas ineludibles. Su última y agónica edición por estos lares han sido las llamadas Euromarchas, versión camuflada de la Cumbre Social y de Podemos para, haciéndose pasar por las Marchas de la Dignidad, ofrecer una palestra a los líderes “viejos” y “nuevos” del mismo reformismo.
Esa máscara que tardó décadas en caer, se ha desplomado en Grecia en siete meses y se desactiva a pasos agigantados en el Estado español, mostrando que carecen de las condiciones indispensables para ser instrumentos útiles para resolver los gravísimos problemas del pueblo trabajador.
La enorme crisis del capitalismo le obliga a mostrar su cara más brutal. Y se manifiesta, tanto en el saqueo y la destrucción de países de la periferia (aunque como demuestra Ucrania y demostró Yugoslavia el fuego está cada vez más cerca del centro), como en la liquidación de políticas socio-laborales en los países nucleares del sistema y que le permitieron rodearse de un cierto colchón legitimador en otros tiempos. Ahora ya no hay ni siquiera migajas con las que engrasar la colaboración de clase.
Y en Europa la representación política del imperialismo es la UE y muy especialmente todo el andamiaje institucional de la Eurozona. Su brutal aparato de dominación, pisoteando cualquier ilusión de democracia o de soberanía, es el que se ha revelado ante todos los focos de la escena en Grecia y es el mismo que gobierna con mano de hierro todos los países del Euro.
Red Roja prácticamente ha sido la única organización política que analizó en detalle —hace más de dos años— los infernales mecanismos legales que concretan el férreo control por parte de la Troika del gasto de todos los gobiernos (municipales, autonómicos, estatal y de la Seguridad Social) a los objetivos de déficit y de reducción de la deuda pública, en todos los estados que integran la Eurozona. El Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria de 2012 y la Ley Orgánica que lo desarrolla en el Estado español son y serán —para cualquier hipotético gobierno “de izquierdas” que pueda surgir de las elecciones generales— las mismas corazas de hierro que se han impuesto a Syriza. Tanto PP, como PSOE, como todas las derechas nacionalistas los apoyaron con su voto. Y los que no lo hicieron como IU o Podemos carecen de credibilidad alguna si plantean políticas anti-recortes sin confrontar con ese marco institucional y legislativo.
Esta realidad incontestable ha barrido de un plumazo las políticas ilusas de Syriza y de los muchos “syrizos” locales que proponían “convencer” a la oligarquía financiera de que pusiera fin a los memorandos alegando las necesidades perentorias del pueblo griego, el respeto a su soberanía y a la democracia para así, desde dentro, reformar la UE y recuperar la “Europa Social”.
La realidad es que el gobierno de Syriza, o estaba compuesto por una panda de ilusos ignorantes (a pesar de que su gobiernos estaba plagado de flamantes profesores de universidad, como sus imitadores de por aquí) o mentían como bellacos creyéndose sus propios infundios.
Es un escarnio y un insulto a su pueblo que se alegue la traición a su buena fe después de los centenares de ejemplos históricos que muestran con ríos de sangre que el capitalismo, y mucho más en tiempos de crisis, no conoce otros límites que los de la fuerza popular que sea capaz de oponérsele.
Lo que interesa saber a la clase obrera y a los pueblos de Europa es que lo que prometía Syriza y lo que propugnan todas las fuerzas políticas integradas en el Partido de la Izquierda Europea (PIE) —entre ellas Die Linke (Alemania), Frente de Izquierdas (Francia), Bloco de Esquerdas (Portugal), y en el Estado español por Podemos, Partido Comunista de España, IU y Esquerra Unida y Alternativa— es materialmente imposible. Todos ellos arrastran a la gente hacia el callejón sin salida de la reforma de la UE y de la “Europa Social”.
El problema de Syriza y de todos ellos es que engañan al pueblo haciéndole creer que hay democracia y que los pueblos son soberanos, que a través de las elecciones se pueden resolver sus problemas. Primero derrotan al pueblo, le debilitan, le enfangan con los cantos de sirena electorales y le ocultan sus tareas históricas. Después adoptan poses trágicas y dicen que no se podía hacer otra cosa porque los representantes de la Troika son “antidemocráticos”.
Lo esencial es saber que el juego se termina. Que la crisis acelera los tiempos políticos, que las contradicciones se agudizan y que desaparecen las formas intermedias. Cuando se acercan períodos álgidos de la lucha de clases es preciso decir la verdad a la clase obrera y al pueblo trabajador y convocar y preparar la organización de la resistencia para una etapa de confrontación larga y dura.
La cancelación unilateral de la Deuda, la salida del Euro y de la UE, la expropiación de la banca y de los grandes monopolios, y la salida de la OTAN, son puntos programáticos y de ruptura con el orden existente inexcusables. Pero son inalcanzables si no se apuesta por construir la fuerza obrera y popular capaz de llevarlos a cabo.
Si nos ponemos de rodillas (o nos arrastramos como Tsipras), Merkel, Lagarde, Junker, etc., parecen gigantes. Por lo demás, sólo en la construcción de esa fuerza es como conseguiremos la mejor garantía para preservar nuestros derechos y conquistas.
Las opciones reformistas, las mismas del pasado en copa nueva, se desgastan a muchas más velocidad que las originarias. Quienes sabemos que tenemos enfrente a un sistema en gravísima crisis que se nutre de la destrucción de la vida y que administra una burguesía criminal, seremos responsables si no aprendemos las duras lecciones de la historia.
Urge que multipliquemos nuestro empeño para ayudar a que cada vez más sectores de la clase obrera y de nuestro pueblo dejen de seducirse por la misma socialdemocracia travestida de “radicalidad” y vean claramente que es irracional esperar cambio positivo alguno mediante opciones meramente electorales sin fuerza obrera y popular organizada que las respalde. Y que la única opción razonable y que nos apremia es prepararnos, con todas las consecuencias, para la inexcusable tarea de destruir el capitalismo y construir el socialismo.
6 de octubre de 2015.